No es sorpresa que, para nuestros queridos lectores, ya las guerras en el siglo XXI no están siendo dominadas por ejércitos, sino por algoritmos tecnológicos donde la ciberdefensa se convierte en una herramienta de primera necesidad. Empero, dentro de estos algoritmos, también involucra al sistema financiero: los bancos y redes de pagos internacionales. Este tipo de guerras no convencionales, entonces, no se pelean con tanques ni aviones, sino con deuda, sanciones y bloqueos financieros. Un país puede ser reducido al colapso económico sin que caiga una sola bomba, simplemente con ser expulsado del sistema SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication), tener congeladas sus reservas internacionales o verse obligado a aceptar préstamos condicionados del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Este es el verdadero rostro de la geopolítica financiera, pues representa un entramado de instituciones, normas y pactos invisibles que dictan quién accede a crédito, a qué costo, y quién será condenado al estancamiento o al colapso. ¿Quién crea el dinero (realmente)? ¿Bajo qué condiciones? ¿Qué ocurre cuando un Estado intenta salirse del sistema y emitir su propia moneda sin endeudarse con bancos privados o instituciones globales? La respuesta a estas preguntas revela una arquitectura de poder que se ha mantenido deliberadamente fuera del debate público -la información para este artículo ha sido pesada de encontrar-. Porque, mientras discutimos sobre partidos políticos, pareciera que las reglas del juego financiero se diseñaron para garantizar que solo unos pocos ganen.

¿Qué es el sistema financiero deuda-based?
El sistema financiero moderno se sostiene sobre la siguiente premisa: el dinero no nace del trabajo ni del ahorro, sino de la deuda. La gran mayoría del dinero que circula hoy en nuestras economías no es creado por los Estados -el tema inflacionario que veremos luego- ni respaldado por activos tangibles, sino que es emitido digitalmente por los bancos privados cada vez que otorgan un crédito. Basta con que una entidad financiera apruebe un préstamo o habilite una tarjeta para que el dinero “nazca” mediante un aumento de números en una computadora. Este modelo es conocido como sistema deuda-based, donde los bancos privados funcionan como fábricas de dinero con el poder legal de multiplicar saldos mediante la reserva fraccionaria.
Según el documento Modern Money Mechanics, publicado por la propia Reserva Federal de Chicago, la imagen del banco como una entidad que presta únicamente el dinero que otros depositan es profundamente incompleta. Cada vez que aprueban un préstamo o habilitan una tarjeta de crédito, están creando dinero nuevo de la nada -siendo el nombre correcto «capacidad de gasto»-, escribiendo cifras en la cuenta del cliente que antes no existían. La economista Hellen Hodgson lo explica sin rodeos: “los préstamos crean depósitos, no al revés”. Esto significa que la creación de dinero no depende de tener respaldo físico o reservas completas, sino de que el banco cumpla con una mínima fracción de liquidez exigida por ley.

Aquí es fundamental distinguir entre dos conceptos que suelen confundirse en el lenguaje cotidiano: el préstamo y el crédito. Un préstamo implica transferir dinero real que ya existe -como cuando una persona te presta efectivo y deja de tenerlo-. En cambio, un crédito no transfiere dinero existente, lo crea desde cero. Es una capacidad de gasto generada artificialmente por una entidad financiera privada, como ya vimos. Esta distinción es estructural, pues los bancos privados tienen el privilegio legal de crear dinero mediante el crédito, mientras que los bancos nacionales (estatales o centrales) no tienen -en su mayoría o por capacidad sumamente restringida– ese poder, por lo que nunca lo conceden directamente a ciudadanos ni empresas en condiciones similares.
Entonces, podemos ver que este sistema encierra una trampa: si todo el dinero nace como deuda más intereses, entonces siempre se debe más de lo que existe. Técnicamente es una estructura diseñada para que el total a pagar nunca se alcance. Para cubrir los intereses de las deudas anteriores, los gobiernos, empresas y ciudadanos necesitan nuevas inyecciones de deuda, lo que crea un ciclo perpetuo. Este es la arquitectura financiera para forzar -en teoría- un crecimiento económico evitando el colapso del sistema. Empero, la mayoría de la población piensa que el sistema se sostiene con sus impuestos o con el dinero que alguien más depositó, por lo que, ¿terminaría siendo una operación psicológica (PSYOPS) de escala global?

¿Por qué no hay inflación cuando lo hace un banco, pero sí cuando lo hace el Estado?
Una de las grandes paradojas del sistema financiero es que cuando un Estado emite dinero para financiar el gasto público, se lo acusa de provocar inflación o incluso colapso, mientras que cuando un banco privado crea dinero al otorgar crédito, el sistema lo considera técnico e incluso virtuoso. ¿Por qué la misma acción -crear dinero- es vista como peligrosa cuando la hace un gobierno y legítima cuando la hace una entidad privada? La respuesta no está en la economía, sino en la narrativa dominante, pues un relato impuesto que presenta al Estado como derrochador y al sistema bancario como racional y autorregulado tergiversara la confianza dado que el sistema también se basa en ello como veremos con la FED-.
Esa narrativa ha sido sostenida por décadas por organismos multilaterales, lobbies financieros y medios especializados que repiten que el dinero estatal genera inflación, mientras que el bancario no. Sin embargo, ambos crean dinero sin respaldo físico, y si bien los Estados suelen invertir en infraestructura, empleo y servicios públicos, los bancos privados canalizan buena parte de su crédito hacia el consumo especulativo y la financiación, sin generar valor tangible. El sistema les permite operar con reserva fraccionaria, es decir, prestar mucho más de lo que tienen realmente, lo cual sí puede generar inflación, sobre todo en activos como la vivienda o la bolsa.
La verdadera diferencia no está en quién emite el dinero, sino en para qué se emite. Si un Estado crea dinero pero no lo pone en circulación, no pasa nada; si ese dinero se destina a construir hospitales, carreteras o proyectos productivos, se convierte en empleo y aumento de la demanda interna donde el crecimiento de la masa monetaria -podría- tener crecimiento económico real, sin generar inflación. En cambio, cuando el dinero se emite -como hacen muchos bancos privados- para alimentar burbujas especulativas, financiar apuestas bursátiles o fomentar el consumo endeudado, no crea valor, sino distorsión, pues el dinero se concentra en manos de unos pocos, se evapora en activos inflados o agrava la desigualdad estructural.

El dólar, el FMI y el sistema SWIFT como armas geopolíticas
Luego de todo lo visto, entonces, podemos deducir que en la arquitectura del poder global, el sistema financiero no es una herramienta neutral, sino un arma en las operaciones de inteligencia y contrainteligencia -como los sicarios económicos que vimos en un artículo sobre la Guerra Comercial– relacionado mayormente al dolar. Desde el acuerdo de Bretton Woods en 1944, y con mayor fuerza tras el abandono del patrón oro en 1971, el dólar se consolidó como la moneda de reserva mundial. Hoy la mayoría del comercio internacional, gran parte de la deuda externa y las reservas de los bancos centrales están denominadas en dólares. Esto convierte a Estados Unidos en el árbitro supremo del sistema financiero internacional.
Esa hegemonía también se sostiene sobre dos pilares institucionales: el Fondo Monetario Internacional (FMI) -para el otorgamiento de préstamos- y el sistema SWIFT, la red global de pagos interbancarios. Cuando un país desafía los intereses de Washington simplemente se le corta el acceso al crédito y se le expulsa del sistema de pagos. Irán, Rusia, Venezuela, Cuba y otros han sido excluidos total o parcialmente de estas plataformas, con efectos devastadores. Si un país no puede comerciar en dólares, no puede importar tecnología, pagar deuda, ni participar plenamente en el mercado global.
Lo más curioso es que Estados Unidos tiene una de las deudas públicas más altas del planeta, superando los 34 billones de dólares –alrededor de 7,6 billones es deuda externa-. Más del 70 % es deuda interna adquirida por ciudadanos, fondos de pensiones, instituciones e incluso la propia Reserva Federal. Y aunque cualquier otro país en esa situación enfrentaría presión para aplicar reformas, Estados Unidos puede seguir endeudándose indefinidamente porque emite la moneda de reserva mundial -incluso teóricamente podría eliminar los impuestos y continuar sosteniéndose, pero esto es mucho más complejo-. Mientras tanto, a los demás países del mundo se les exige disciplina fiscal y se les imponen reformas estructurales.

Economistas que criticaron este modelo y países que dieron alternativas
A lo largo del último siglo, diversos economistas y activistas han denunciado el carácter insostenible e injusto del sistema monetario basado en deuda -incluso cuando estaba vigente el patrón oro-. Desde Gottfried Feder, que en 1919 acusaba al interés compuesto -y la usura- de ser la nueva forma de esclavitud moderna, hasta David Graeber, quien en Debt: The First 5000 Years explicó que las deudas impuestas por élites han sido el instrumento de sometimiento más persistente de la historia. Michael Hudson, por su parte, sostiene que el sistema financiero no es productivo, sino “parasitario”, porque extrae más riqueza de la que crea -entre muchos más autores que van por la misma línea-.
Pero estas denuncias se llevaron a la práctica. A lo largo del siglo XX y XXI, varios países intentaron romper con el modelo de deuda -y el patrón oro dado a su tiempo- como eje del sistema monetario, desarrollando esquemas alternativos de creación de dinero y financiamiento productivo. En Alemania (1933–1945), el régimen nacionalsocialista -influido por las ideas de Feder- emitió certificados sin respaldo oro, sino en trabajo, con los que financió obras públicas y empleo masivo. En Japón de posguerra, el Estado dirigió el crédito bancario hacia industrias estratégicas -llamado “capitalismo planificado”-. En Libia, Gaddafi eliminó el banco central occidental, nacionalizó el petróleo, y promovió el dinar oro africano como alternativa al dólar.

La lista se amplía con casos como el de Irak, Irán, Corea del Norte, Vietnam, y otros países sancionados quienes desarrollaron mecanismos soberanos de banca central desvinculados del FMI y SWIFT. China, que jamás privatizó su banca, hoy maneja el crédito como una herramienta de planificación nacional –acusado de fascismo corporativo-. O Arabia Saudita e Irán, que en teoría aplican los principios de la banca islámica prohibiendo la usura (riba). En Cuba, un modelo ha resistido seis décadas sin banca privada ni financiamiento externo. También destacan experiencias como Yugoslavia, la Albania de Enver Hoxha, o la actual Transnistria, donde se establecieron sistemas de emisión monetaria autónomos con resultados diversos que han de ser analizados por los profesionales correspondientes.
Todos estos modelos, con sus matices, comparten el mismo objetivo de recuperar el control sobre la emisión del dinero, desligarse de la dependencia del dólar y del FMI, y dirigir el crédito hacia fines sociales o productivos. No es casual que muchos de estos países fueran silenciados, sancionados o invadidos. Porque en un sistema donde crear dinero es el poder supremo, desafiar ese privilegio equivale a desafiar el orden mundial. Además, han emergido alternativas curiosas como las criptomonedas o alianzas entre Estados como los BRICS+, que buscan construir nuevas plataformas financieras, sistemas de pago alternativos y monedas comunes.
País | Modelo | Propuesta (y autor) | Ejecución | Resultados |
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Cuba | Economía central planificada sin banca privada | Sustituir la banca comercial por control estatal de la emisión y asignación del dinero | Emisión por el Banco Central de Cuba; sin bancos privados | Resistencia pese al bloqueo; limitada innovación financiera |
Alemania (1933–1945) | Crédito estatal sin interés (MEFO bills) – Propia Versión de Fascismo Corporativo | Dinero trabajo sin respaldo oro – Gottfried Feder | Emisión de certificados MEFO para financiar empleo e infraestructura | Pleno empleo y recuperación industrial; régimen asociado al nazismo |
Italia (1922–1943) | Fascismo corporativo | Intervención estatal en la banca y coordinación entre sindicatos y capital – Benito Mussolini | Instituto per la Ricostruzione Industriale (IRI) nacionalizó bancos y dirigió el crédito | Modernización parcial; modelo autoritario e insostenible tras la guerra |
Irán | Banca islámica y sistema mixto | Rechazo al interés (riba); banca estatal dominante | Prohibición del interés en ciertos productos; control público | Estabilidad limitada; afectado por sanciones |
Corea del Norte | Economía estatal autosuficiente | Modelo Juche – Kim Il Sung | Sistema bancario estatal y exclusión total del sistema financiero global | Autonomía; desarrollo limitado y sanciones severas |
Arabia Saudita | Banca islámica (sharia) | Prohibición del interés; contratos financieros éticos | Sistema basado en sukuk y leyes islámicas | Estabilidad monetaria; fuerte dependencia petrolera |
Unión Soviética | Planificación central y banca estatal | Control total del crédito – Lenin, Gosplan | El Gosbank administró toda la emisión y préstamos | Industrialización acelerada; colapso tras ineficiencia acumulada |
Rusia Actual | Modelo híbrido soberano | Desdolarización, rublo digital – Sergey Glaziev | Control estatal del capital, salida parcial de SWIFT | Estabilidad macroeconómica bajo presión internacional |
China | Banca estatal planificada | Crédito dirigido a sectores estratégicos – Deng Xiaoping, Richard Werner | Monopolio estatal del crédito bajo control del Partido | Crecimiento sostenido; control financiero fuerte |
Suiza | Propuesta de «dinero soberano» (Vollgeld) | Eliminar la creación de dinero bancario – Iniciativa popular 2018 | Propuesta de reforma constitucional: solo el Banco Central podría crear dinero | Rechazada en referéndum (76% en contra); generó debate global sobre soberanía monetaria |
Conclusión: El dinero también es geopolítica
Durante mucho tiempo, se nos enseñó que el dinero era un instrumento neutral, un simple medio para facilitar el intercambio de bienes y servicios. Sin embargo, el siglo XXI ha revelado su verdadero rostro: el dinero es una herramienta de poder geopolítico. No se trata solo de quién lo imprime, sino de quién controla su circulación, a quién se le permite endeudarse, y bajo qué condiciones. Los Estados que han intentado salirse del sistema deuda-based y crear mecanismos soberanos de financiamiento han sido rápidamente sancionados, aislados o destruidos mediante operaciones financieras, diplomáticas y mediáticas.
Pero este escenario no es inamovible. La aparición de bloques alternativos como los BRICS+, el auge de monedas digitales soberanas, y la proliferación de sistemas de pago paralelos como el CIPS o el SPFS, demuestra que existe un pulso por reconfigurar el tablero. Cada país que recupera el control de su moneda, que se atreve a cuestionar el dominio de las elites o que plantea modelos financieros centrados en el desarrollo y no en los intereses, lanza un mensaje que existen sistemas alternativos. Y aunque el costo de resistirse al orden financiero establecido suele ser alto, la historia demuestra que toda hegemonía es finita… incluso la del dinero deuda.
