En el capítulo anterior, analizamos un War Room caracterizado por el misticismo de su líder, donde la estrategia se centraba en una doctrina de unión de todo el Asia-Pacífico bajo el liderazgo del emperador Hirohito en Japón. Sin embargo, existe otro War Room que se halló inmerso en una ideología romántica que también exaltó el amor por la patria, la cultura, la tradición militar y compartió la capacidad de transformar una nación entera bajo una visión singular. Es el del Tercer Reich alemán, liderado por Adolf Hitler.
El nacionalismo como arma estratégica
El nacionalismo, en manos de un estratega eficaz, puede convertirse en una herramienta capaz de enamorar a las masas, sobre todo, si ésta muta en una identidad única. Bajo el liderazgo de Hitler, esta ideología fue moldeada para construir una identidad sinigual que resonara con el pueblo alemán. El War Room nacionalsocialista no solo se centró en ganar batallas, sino también en conquistar las mentes y corazones de una nación que ansiaba restaurar su orgullo tras la humillación de la Primera Guerra Mundial.
Esta conquista emocional requería una narrativa poderosa, sustentada en elementos históricos y culturales que presentara al pueblo alemán como protagonista de un destino grandioso. La aplicación de la propaganda fue vital para ese fin, en el caso alemán, se desarrolló un sofisticado sistema de comunicación política que requirió la manipulación psicológica: Cada acción, cada discurso, y cada símbolo tenía un propósito, la de reavivar la grandeza germana.
Propaganda Total
En el teatro de la persuasión, Joseph Goebbels desempeñó un papel fundamental. Como Ministro de Propaganda, fue el arquitecto del sofisticado sistema de comunicación política. Alguno de sus principios para una propaganda eficaz contemplaba: la simplificación, homogeneización y exageración del enemigo, dejando una huella para el marketing político moderno. Para Goebbels, los banqueros, los comunistas y otros grupos rechazados por el régimen se fusionaban en una única figura antagónica: “El Judío”, una representación simbólica y manipuladora que simplificaba los problemas nacionales a un enemigo común.
Goebbels llevó esta narrativa a todos los rincones de Alemania, sobre todo cuando llegó al poder junto a los hitlerianos. Cuando se establece un sistema totalitario, el régimen posee el control absoluto de los medios de comunicación, en este caso, la radio se convirtió en una herramienta esencial, transmitiendo los discursos incendiarios de Hitler a los hogares de millones de alemanes, brindando esperanzas tras un periodo de crisis. El cine, por su parte, glorificaba al régimen a través de producciones emblemáticas como El Triunfo de la Voluntad, que proyectaban imágenes de desfiles, multitudes y una unidad que exaltaba la fuerza del “Imperio de los mil años”.
Maestros de la manipulación emocional
La propaganda nacionalsocialista no solo era información: era emoción. La propaganda no estaba hecha para argumentar, estaba hecha para persuadir y enamorar. Los discursos y expresiones calculados activaban las respuestas intensas del cerebro como el miedo, euforia, esperanza y odio, creando un vínculo visceral entre el pueblo y su líder. En el libro de Dietrich Eckart llamado El Bolchevismo de Moisés a Lenin, el autor sostiene una conversación con Hitler donde hablan y evolucionan la forma del antagonista único en el “Judeo-Bolchevismo” y su alianza con quienes controlan la banca para incitar revoluciones comunistas.
Este enemigo interno sirvió para justificar las acciones del régimen y que los hitlerianos cumplieran con todas las órdenes, por más terribles que fueran. Esto con el fin de promover una narrativa de supervivencia que contrastaba «ellos» contra «nosotros». Desde ataques políticos hasta tácticas de difamación, el War Room utilizaba las estrategias de comunicación para desacreditar a los opositores, incluso, se utilizaba la fuerza en las calles de ser necesario, lo que tuvo un efecto duradero en la memoria colectiva. Aún así, a pesar de los fracasos tempranos como la Marcha sobre Berlín en 1923, se convirtieron en lecciones que cimentaron la doctrina de Hitler y lo llevaron a consolidar su poder como canciller en 1933.
Sembrando el Pánico en la Psique Alemana
Los carteles propagandísticos de los año 40, totalmente explícitos, como “Kultur Terror” y “Francia dentro de 100 años», apelaban al miedo colectivo, mostrando futuros apocalípticos si Alemania no actuaba. El primero retrata a Estados Unidos como el epicentro del capitalismo salvaje a través de una caricaturización con una bolsa de dinero y una capucha del KKK, junto a la sexualización y la violencia racial. El segundo retrata a Francia como una sociedad decadente que sería reemplazada por ciudadanos africanos. Este miedo no era pasivo; movilizaba a los alemanes para que legitimaran al gobierno y apoyaran sus políticas.
El War Room de Hitler también reclamaba tierras que consideraba parte de su derecho histórico, priorizando no utilizar la fuerza militar hasta que sea necesaria. Se empezó con el Anschluss, la unificación con Austria, llegando a la crisis de los Sudetes en Checoslovaquia, donde se anexó gran parte del territorio. Esta estrategia culminó con la demanda de Danzig en Polonia, un acto que desencadenó la Segunda Guerra Mundial. No obstante, el War Room había previsto técnicas de guerra que asegurarían su victoria, como la Blitzkrieg, una estrategia que combinaba velocidad y sorpresa. Este enfoque permitió al ejército alemán derrotar a Francia en apenas seis semanas, consolidando la percepción de un Tercer Reich imparable.
A pesar que Alemania fue derrotada tras arriesgarse a invadir la Unión Soviética como analizamos en el capítulo 4, y también al no prever el desembarco de Normandía, sus tácticas serían replicadas en futuros War Rooms como es el de Saddam Hussein, el cual, analizaremos en el siguiente capítulo.