En el ajedrez de las guerras modernas, las operaciones psicológicas (PSYOPS) se han convertido en herramientas cruciales para manipular percepciones y justificar acciones encubiertas. Bajo esta lógica, la reciente declaración de Benjamín Netanyahu sobre el financiamiento israelí a organizaciones contrarias a Hamás –algunos con vínculos reconocidos con ISIS– ha sido reprochado como parte de una estrategia de inteligencia y contrainteligencia muy polémica. Lejos de ser una coincidencia, este tipo de maniobras alimentan el caos regional y proyectan a determinados actores como amenazas autónomas, cuando en realidad responden -en parte-, a intereses de inteligencia. En ese marco, el Estado Islámico -o ISIS- ha operado tanto como enemigo declarado como instrumento funcional en determinadas coyunturas geopolíticas.
Ante esto, es oportuno que explicar que es el Estado Islámico -conocido por sus siglas ISIS, ISIL, DAESH o incluso ISIS-K- y su categoría como organización yihadista sunita de línea salafista-wahabita. Vamos adelantando que emergió del caos posterior a la invasión de Irak y la guerra civil en Siria, y logró consolidarse como una fuerza paramilitar transnacional, operando a través de células descentralizadas en Medio Oriente, África, Asia Central y Europa. Aunque se autoproclama enemigo del «imperio occidental», su historia y expansión han estado marcadas por contradicciones, alianzas indirectas y una sorprendente capacidad para sobrevivir a las ofensivas militares de grandes potencias. Su existencia plantea interrogantes no solo religiosos o ideológicos, sino profundamente geoestratégicos que veremos a continuación.
¿Qué es ISIS?
El Estado Islámico -ISIS- es una organización yihadista de origen sunita que abraza una interpretación radical del salafismo-wahabita, doctrina compartida por actores como Arabia Saudita en su vertiente más fundamentalista. Su nombre ha variado en función del contexto político y territorial: inicialmente conocido como ISIS (Islamic State of Iraq and Syria), también ha sido denominado ISIL (Islamic State of Iraq and the Levant), Daesh (acrónimo árabe utilizado por sus detractores) y, en sus versiones más recientes, ISIS-K (Estado Islámico del Gran Jorasán), presente en Afganistán y Asia Central -entre otras células-. Todos estos nombres hacen referencia al mismo principio: instaurar un califato islámico mundial basado en la sharía más estricta.
La estructura de ISIS es operativa y descentralizada -inspirando el modus operandi de otras organizaciones como Atomwaffen-. Aunque ha tenido figuras emblemáticas como Abu Bakr al-Baghdadi -autoproclamado califa- y sus sucesores, la organización ha sobrevivido mediante células autónomas que se adaptan a contextos locales. Esta flexibilidad ha permitido su expansión no solo en el mundo árabe, sino también en regiones del Sahel africano, el sudeste asiático y el Cáucaso, donde recluta combatientes entre grupos excluidos, radicalizados o directamente entrenados en conflictos anteriores. Su capacidad para absorber milicias, bandas armadas y redes criminales ha convertido a ISIS en un modelo híbrido de terrorismo, guerrilla y crimen transnacional.
A pesar de su retórica antioccidental, ISIS ha enfocado gran parte de sus acciones contra gobiernos árabes, chiitas o actores que obstaculizan su expansión territorial. Atentados masivos en Irak, Siria, Libia, Afganistán, Yemen y Egipto revelan que su prioridad ha sido disputar el control interno del mundo islámico, antes que atacar directamente a Estados Unidos o Israel. Esta elección de blancos ha sido objeto de controversias, sobre todo tras las últimas declaraciones de Netanyahu, que refuerzan la tesis que esta organización en realidad estaría respondiendo a los intereses occidentales -siendo una PSYOPS– cosa que ya profundizaremos en el subtítulo respectivo.
Dentro de sus variantes, ISIS-K ha adquirido notoriedad en Asia Central y Afganistán, donde ha enfrentado incluso a los talibanes, mostrando una estrategia que no distingue entre enemigos externos e internos. Este grupo se caracteriza por una violencia extrema, con atentados contra escuelas, mezquitas chiitas y oficinas gubernamentales, consolidando una reputación de brutalidad que trasciende incluso la de Al Qaeda. Su modus operandi, basado en el terror mediático, ha servido tanto para reclutar militantes -incluso en juegos para menores de edad como ocurrió en Roblox– como para sembrar el pánico necesario que justifique intervenciones militares en nombre de la seguridad global.
Historia de ISIS
Para entender el surgimiento del Estado Islámico es imprescindible analizar su base doctrinal. Como ya mencionamos, ISIS se inscribe en la rama sunita del islam, específicamente dentro del salafismo wahabita, una corriente que promueve la vuelta a las prácticas del islam de los primeros tiempos. Aunque esta doctrina es oficialmente promovida por Arabia Saudita, ISIS radicaliza aún más sus principios, considerándose a sí mismo como el único intérprete legítimo del islam verdadero. Su objetivo no es reformar sistemas políticos existentes, sino destruirlos para instaurar un califato sin fronteras, regido por la interpretación más rigurosa de la sharía. En este sentido, se presenta como una ruptura violenta no solo con Occidente, sino también con el islam institucionalizado.
El grupo tiene sus raíces en la invasión estadounidense a Irak en 2003. Fue en ese caos donde surgió Abu Musab al-Zarqawi, líder de Al Qaeda en Irak (AQI), que más tarde evolucionaría hacia lo que hoy conocemos como ISIS. La combinación de vacío de poder, represión sectaria y redes clandestinas de inteligencia permitió la proliferación de milicias yihadistas con apoyo logístico externo. Años después, en 2013, tras una disputa con el liderazgo de Al Qaeda, ISIS se escinde formalmente y declara su autonomía. Esta ruptura marcó el inicio de una nueva era para el yihadismo global: más sangriento, más mediático, más territorial.
Fue entre 2014 y 2015 cuando ISIS alcanzó su apogeo. Con la toma de Mosul, se proclamó el califato en los territorios controlados entre Irak y Siria. Desde entonces, su bandera negra ondeó en varias capitales locales, y sus redes de propaganda digital alcanzaron niveles sin precedentes. Reclutaron combatientes de más de 80 países, utilizaron plataformas globales para difundir sus mensajes y financiaron sus operaciones mediante el contrabando de petróleo, el saqueo de antigüedades, el secuestro y la extorsión. Durante ese período, el Estado Islámico no solo fue una organización terrorista -ya designada por múltiples países en ese momento-; sino que funcionó como un Estado de facto, con administración, tribunales, impuestos y policía religiosa.
Paradójicamente, a pesar de su supuesta oposición total a Israel y Estados Unidos, los atentados más cruentos del grupo se registraron en países árabes, chiitas o en naciones que obstaculizaban su expansión territorial. Siria, Irak, Libia, Egipto, Rusia, Yemen, Afganistán y Nigeria fueron blanco de masacres sistemáticas. Esta geografía de la violencia no pasó desapercibida y, con el tiempo, generó cuestionamientos sobre los verdaderos objetivos de la organización. Mientras algunos gobiernos eran derrocados o desestabilizados por su accionar, otros, con mayores capacidades de respuesta, curiosamente se mantuvieron al margen de sus ataques. Esta asimetría estratégica sería una de las claves que daría paso al debate sobre sus ideales, enemigos y contradicciones internas.
¿Cuáles son los ideales de ISIS?
El Estado Islámico sostiene una cosmovisión teocrática totalizante basada en el salafismo y el wahabismo, interpretados de forma radical. Su objetivo principal es la instauración de un califato global, entendido como un gobierno islámico puro que trascienda las fronteras nacionales impuestas por los vencedores de la Primera Guerra Mundial tras la caída del Imperio Otomano. Para lograrlo, plantea la yihad ofensiva como un deber religioso y político: no solo como resistencia armada, sino como mecanismo expansivo y destructor del orden secular y de los Estados-nación -por ello está en contra de los nacionalismos como el de Bashar al-Assad-. A diferencia de otros grupos islamistas, ISIS no busca participar en estructuras estatales existentes, sino reemplazarlas completamente.
En su doctrina, se reivindican figuras como Abu Bakr, el primer califa tras Mahoma, y se condena tanto al mundo occidental como a los regímenes musulmanes que consideran apóstatas, por no aplicar estrictamente la sharía. Esto incluye gobiernos sunitas aliados de Estados Unidos, como los de Egipto, Arabia Saudita o Jordania. ISIS ha combatido activamente contra otras organizaciones islámicas como Hamás -a la que considera demasiado pragmática-, los talibanes -por considerarlos nacionalistas y no universalistas-, y, con especial énfasis, contra las milicias chiitas como Hezbollah, a quienes califica de herejes. Esta lógica de “purificación ideológica” ha convertido a ISIS en un actor beligerante no solo contra sus enemigos externos, sino también dentro del propio islam.
En términos simbólicos, el grupo promueve una visión apocalíptica del islam: sostiene que el enfrentamiento final entre los creyentes y los infieles ocurrirá en Dabiq, Siria, y que su lucha forma parte de ese destino profetizado. Esta narrativa ha servido como motor de reclutamiento y justificación de su brutalidad. Su discurso mezcla referencias a la tradición profética con una estética contemporánea de propaganda visual y digital -por ello muchos videos suyos ejecutando personas circulan en la red-, generando un imaginario de resistencia heroica que oculta, sin embargo, prácticas sistemáticas de esclavización, tortura, limpieza sectaria y represión.
Controversias y percepción internacional sobre ISIS
Desde su aparición, ISIS ha sido objeto de una serie de controversias que exceden su violencia explícita. Sus decapitaciones filmadas, ejecuciones masivas y atentados suicidas no solo buscaban el impacto militar, sino también generar terror mediático. Los videos de propaganda -altamente producidos y difundidos en redes sociales, plataformas clandestinas y foros en la dark web– mostraban ejecuciones ritualizadas, con cánticos religiosos y estética cinematográfica, generando una narrativa de morbo y guerra santa –Yihad– que atrajo a miles de simpatizantes y espectadores en todo el mundo. Algunos de estos contenidos terminan alojados en páginas de difusión gore, donde son consumidos por audiencias fascinadas por la violencia extrema.
Sin embargo, uno de los puntos más polémicos ha sido la aparente inacción del grupo frente a potencias Occidentales como hemos ido mencionando. Documentos como el de ISIS IS USA de Washington Blogs, mencionan que, a pesar de sus frecuentes amenazas contra Occidente, los principales blancos han sido musulmanes. Esta paradoja ha dado pie a teorías que señalan que ISIS ha sido manipulado, infiltrado o incluso creado por servicios de inteligencia occidentales para desestabilizar gobiernos adversos. La conexión con operaciones encubiertas en Irak, Siria y Libia, el flujo de armas y financiamiento desde aliados occidentales, así como los testimonios de exagentes y funcionarios, han alimentado esta idea.
La percepción internacional de ISIS, por tanto, oscila entre dos polos. Por un lado, es visto como la encarnación del terrorismo global, lo que ha permitido justificar campañas militares, vigilancia masiva y restricciones de libertades civiles en nombre de la seguridad. Por otro, numerosos investigadores, periodistas y expertos han señalado que la narrativa oficial sobre ISIS es parcial y funcional, en tanto ha servido para rediseñar fronteras, justificar intervenciones y consolidar alianzas regionales. En ese contexto, la figura del Estado Islámico aparece menos como una anomalía religiosa, y más como un instrumento moldeado por intereses superiores en el tablero geopolítico mundial.
Conclusión
ISIS no es solo una organización terrorista; es también un fenómeno profundamente ligado a las fracturas del sistema internacional contemporáneo. Su ascenso no puede explicarse únicamente desde la teología o el extremismo religioso, sino que debe situarse en el contexto de invasiones, vacíos de poder, guerras subsidiarias y estrategias de dominación indirecta. Desde su base doctrinal hasta sus acciones en el terreno, el Estado Islámico ha actuado como un actor funcional en múltiples niveles: sembrando terror, provocando reacciones internacionales y sirviendo, consciente o no, a determinados intereses geoestratégicos.
La falta de coherencia entre su discurso y su elección de objetivos, el uso sistemático de propaganda de alto impacto, y su supervivencia pese a grandes ofensivas militares, alimentan una lectura más amplia: la de un ente útil en la reconfiguración del orden en Medio Oriente que es parte de una Operación Psicológica (PSYOPS). En este entramado, ISIS ha sido combatido y, al mismo tiempo, aprovechado; demonizado públicamente, pero tolerado cuando su existencia ha favorecido agendas mayores. Su legado no solo se mide en víctimas y territorios devastados, sino también en la manipulación de la percepción global, el rediseño de mapas políticos y la instrumentalización del miedo como arma geopolítica.
Comprender el fenómeno ISIS implica, entonces, ir más allá de sus banderas y proclamas. Exige analizar el papel de las potencias, las operaciones encubiertas, las guerras informativas y el uso del terror como recurso de poder. Solo así es posible acercarse a una visión menos ingenua y más completa de uno de los actores más enigmáticos, funcionales y polémicos del siglo XXI.