En TikTok e Instagram han comenzado a circular videos ultraeditados de paisajes glaciares iluminados por un sol ancestral, acompañadas de frases como “Only the Hyperboreans will survive the Kali Yuga” o “Agartha awaits those who remember”. Lo que parecería una moda estética más, en realidad está construyendo un universo simbólico profundo, donde conceptos esotéricos como Hyperborea, Agartha y el Vril -una supuesta energía cósmica que conecta al ser humano con su poder interior- se combinan con discursos que atacan al mundo moderno. Lejos de ser simples memes, estas publicaciones remiten a una tradición mística e ideológica que busca resignificar la historia, la espiritualidad y la civilización desde una perspectiva radicalmente distinta -como el gnosticismo-.
En un contexto de crisis de sentido, polarización geopolítica y desconfianza hacia las instituciones modernas, los símbolos ancestrales han vuelto a cobrar fuerza como formas alternativas de interpretar el presente. Así, Hyperborea ya no es solo una tierra lejana más allá del viento del norte, sino que es un arquetipo espiritual que involucra una civilización solar, armoniosa y trascendente que representa lo opuesto a la decadencia contemporánea. Agartha, por su parte, emerge como el refugio subterráneo del conocimiento perdido. Ambos se insertan hoy en discursos que van de la autoayuda simbólica a proyectos ideológicos metapolíticos donde el concepto de Vril opera como energía de liberación personal… y a veces también como propaganda.
¿Qué es Hyperborea y qué es Agartha?
Hyperborea, en su origen, aparece en los relatos de la mitología griega como una tierra mística ubicada más allá del viento del norte en las tierras septentrionales -de ahí su nombre: hyper (más allá) y Bóreas (el viento del norte)-. Era descrita como una región de clima perfecto, habitada por una civilización luminosa, sabia y longeva, consagrada al dios Apolo. En la visión clásica, los hiperbóreos vivían en armonía con la naturaleza y la divinidad, sin guerras ni enfermedades. Con el paso del tiempo, este mito fue reinterpretado por corrientes esotéricas, ocultistas y gnósticas que le atribuyeron una dimensión espiritual superior, transformando a Hyperborea en un símbolo del origen trascendente de la humanidad.
Por otro lado, Agartha pertenece al imaginario moderno de la Tierra Hueca adoptado por ocultistas como Saint-Yves d’Alveydre. Se postula como una ciudad o reino oculto en el interior del planeta, a menudo conectada con entradas situadas en los polos. A diferencia de Hyperborea -que representa la civilización solar en la superficie polar mítica- Agartha se sitúa en lo profundo, como refugio de una sabiduría milenaria protegida del caos del mundo externo. Aquí no habita cualquier civilización, sino una elite espiritual, silenciosa y avanzada, que espera el momento para emerger. Ambas ideas suelen confluir en corrientes ocultistas, aunque conservan simbolismos diferentes. En síntesis podemos decir que Hyperborea es solar y vertical; Agartha, telúrica y subterránea.
Ambos mitos -Agartha e Hyperborea- comenzaron a ser retomados en el siglo XIX por autores esotéricos vinculados al orientalismo, el espiritismo y las teorías antitéticas al materialismo moderno. Agartha aparece por primera vez en la literatura del explorador francés Ferdinand Ossendowski, mientras que Hyperborea fue reactivada por el ocultismo germano que más tarde influenciaría al nacionalsocialismo esotérico a partir de círculos como la Thule-Gesellschaft -ariosofía, mitología nórdica y nacionalismo völkisch- y la Sociedad Vril y personajes como Karl Maria Wiligut. A partir de entonces, pasaron de ser simples escenarios míticos a convertirse en metáforas filosóficas, y más tarde, en elementos estratégicos de lo que se conoce hoy como “batalla cultural” a favor de los movimientos terceroposicionistas.
Como ya adelantamos, en la actualidad, el auge de estas ideas se ha amplificado en redes sociales no solo como estética visual, sino como respuesta simbólica a las crisis globales -climática, identitaria, espiritual-. En este sentido, Agartha representa el refugio del conocimiento oculto frente al caos, mientras que Hyperborea simboliza el ideal al que retornar, por ello se complementan muy bien. Ambas ideas operan como mecanismos de resignificación, insertándose en discursos que van desde la espiritualidad alternativa hasta las narrativas de resistencia cultural. Comprenderlas es también entender por qué ciertos símbolos milenarios se vuelven relevantes justo cuando el orden mundial parece fracturarse.
Quiénes son los autores detrás de Hyperborea
Aunque el mito de Hyperborea tiene raíces antiguas, su resignificación como símbolo de ruptura civilizatoria y espiritual fue impulsada por una serie de pensadores que desafiaron el pensamiento moderno desde lo que se conoce como tradicionalismo radical. Uno de los más influyentes fue Julius Evola, filósofo italiano que en obras como Revuelta Contra el Mundo Moderno propuso una vuelta a los valores espirituales, jerárquicos y guerreros de las civilizaciones arcaicas al estilo spartanista. Para Evola, Hyperborea no era una simple fantasía mítica, sino la expresión simbólica de un orden superior, vertical, que se oponía al caos horizontal del igualitarismo moderno. Su noción del «hombre solar» – iniciado, noble, ascendente- se convirtió en eje de muchos discursos.
En paralelo, René Guénon, pensador francés y precursor del “esoterismo tradicional”, propuso la existencia de una Tradición Primordial, una fuente única de sabiduría espiritual que habría sido fragmentada con el paso de los siglos. Aunque Guénon no desarrolló directamente el mito hiperbóreo, sus conceptos sentaron las bases para quienes lo harían. La idea de que el mundo moderno está en un ciclo descendente -el Kali Yuga- y que solo mediante el retorno a esa tradición original puede restablecerse el orden, resonó profundamente en las reinterpretaciones de Hyperborea como centro iniciático polar y trascendente.
En América Latina, estas ideas tomaron una forma aún más simbólica y mística en autores como Miguel Serrano -diplomático y escritor chileno-, quien elaboró un sistema gnóstico-esotérico conocido como hitlerismo esotérico. Serrano veía en Hyperborea el origen de una estirpe espiritual perdida, cuyo destino era oponerse al materialismo y al mestizaje planetario. Su obra fusionó elementos de la mitología nórdica, el budismo, el gnosticismo y la ideología arquetípica. Junto a él, Nimrod de Rosario -seudónimo de Luis Felipe Cires Moyano Roca- desarrolló dos tomos de los Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea, un sistema doctrinal que postula una guerra espiritual entre los iniciados (hiperbóreos) y las fuerzas de la involución -el demiurgo.
Pero el pensamiento hiperbóreo no se limita al plano esotérico. En Europa, Alain de Benoist y la llamada Nueva Derecha francesa introdujeron un enfoque metapolítico– en lugar de buscar el poder directamente, su objetivo era transformar el imaginario cultural desde la base simbólica e intelectual-. De Benoist retomó elementos de la tradición pagana europea, la crítica al liberalismo y la exaltación de las identidades culturales, sin caer necesariamente en un misticismo como Evola. Sin embargo, sus ideas han servido de puente entre la mitología ancestral y los nuevos discursos identitarios que circulan hoy por redes sociales y think tanks.
El mito como ideología: Hyperborea y la Tercera Posición
Como ya hemos ido adelantando con los autores señalados, el mito de Hyperborea no se ha quedado en el terreno de la contemplación esotérica; sino que ha sido reinterpretado como una herramienta ideológica potente por movimientos que buscan una alternativa al pensamiento dominante. Aquí entra en escena la llamada Tercera Posición -idea que explicamos ligeramente en nuestro artículo sobre estas corrientes en el Perú-, una corriente político-filosófica que, en resumen, rechaza tanto el capitalismo liberal como el marxismo, proponiendo un nuevo paradigma basado en valores espirituales, identidad cultural y jerarquía. Dentro de esta visión, Hyperborea se vuelve símbolo de un orden trascendente al que habría que regresar o, al menos, tomar como modelo.
La narrativa hiperbórea ofrece una interpretación del mundo dividida entre la luz y la oscuridad, entre un pasado armónico y un presente caótico, entre lo sagrado y lo profano. Esa estructura simbólica es ideal para movimientos identitarios y revolucionarios que buscan una “reconquista” espiritual y cultural. La decadencia del mundo moderno -representada por el consumismo, la homogeneización cultural y el relativismo moral- se opone al “orden hiperbóreo”, entendido como origen arquetípico de una humanidad heroica, solar y vertical. Esta lógica binaria -decadencia vs. tradición- se alinea perfectamente con el discurso de la Tercera Posición o el Nacional-Bolchevismo, que no busca reformar el sistema, sino sustituirlo desde sus fundamentos, siendo una narrativa atractiva para operaciones de inteligencia y contrainteligencia.
Lo interesante es que este uso ideológico del mito no requiere adhesión explícita a religiones o doctrinas políticas concretas. Precisamente la fuerza de Hyperborea reside en su ambigüedad simbólica, dado que puede representar tanto un orden racial idealizado como su contraparte espiritual idealizado, lo mismo con un estado de conciencia superior o incluso una civilización extraplanetaria -como el posadismo-. Esto permite que el relato sea adaptado por diferentes corrientes disidentes, desde los nacional-revolucionarios hasta los anarcopagano-futuristas, pasando por sectores de la Nueva Derecha europea. En todos los casos, el mito actúa como núcleo de sentido, un punto de partida que ofrece identidad, dirección y propósito frente al nihilismo moderno.
De este modo, la mitología hiperbórea se transforma en un instrumento de poder blando. Funciona como una narrativa totalizante que permite articular una cosmovisión alternativa atractiva para una civilización en específica, en la que se redefinen no solo la historia y la política, sino también la antropología, la ética y el futuro mismo. Al igual que otras mitologías fundacionales (como Sion en el sionismo, la Atlántida en la teosofía,o el Inkarri en la cosmovisión andina), Hyperborea actúa como eje simbólico de un nuevo proyecto civilizatorio. Y si bien muchos se acercan a estas ideas desde lo espiritual o lo estético, hay quienes las convierten en plataforma para una agenda política que opera en el plano cultural, discursivo y simbólico.
Movimientos que reivindican lo hiperbóreo
Además, la idea de una civilización hiperbórea no ha quedado solo en libros o foros de internet; sino que ha sido asumida por ciertos movimientos que, desde la espiritualidad o la acción política, se proponen revivir el legado ancestral perdido. Uno de los más peculiares es el Movimiento Veganista, fundado en Bolivia por Pablo Santa Cruz de la Vega. A pesar de su nombre, no se refiere al veganismo alimentario, sino una visión esotérica de la historia que fusiona elementos de la cosmovisión andina con la sabiduría hiperbórea, ufología, el gnosticismo y la lucha contra el orden mundial. Para sus seguidores, el mundo moderno es una cárcel espiritual gobernada por fuerzas demiúrgicas.
Este no es un caso aislado. En varios países europeos, existen colectivos neopaganos que han retomado los símbolos hiperbóreos como forma de resistencia identitaria frente al multiculturalismo, la globalización y lo que consideran una pérdida del alma europea. Estos grupos no siempre son homogéneos, pues algunos se centran en prácticas rituales, reconstrucción de mitologías nórdicas o el retorno a un orden naturalista; otros, en cambio, combinan el mito con posiciones políticas radicales, creando espacios donde la espiritualidad se convierte en herramienta para la regeneración cultural. Lo que los une es la idea de que el mundo actual está desconectado de su origen trascendente, y que recuperar ese origen es tanto un acto espiritual como subversivo.
También han surgido reinterpretaciones más simbólicas o artísticas del mito. Algunos movimientos culturales, sobre todo en los márgenes del arte post-industrial, el black metal -y otros subgéneros del metal en general- o el cine experimental, utilizan la estética hiperbórea como lenguaje visual para explorar la nostalgia, la guerra espiritual y la decadencia. Estos proyectos no siempre buscan transformar la sociedad directamente, pero sí operar a un nivel más profundo de forma de poder blando en el imaginario colectivo. A través de símbolos, sonidos, paisajes y palabras, recrean un universo donde Hyperborea se convierte en sinónimo de belleza perdida, de pureza inalcanzable, de resistencia silenciosa frente a lo vulgar y lo profano.
Sin embargo, no todos los que evocan Hyperborea lo hacen desde el dogma. Existen sectores que lo ven como un símbolo arquetípico abierto, útil para repensar los límites del ser humano, la espiritualidad y la historia. En este sentido, la reivindicación hiperbórea no es necesariamente fanática ni ideologizada, también puede ser una forma de explorar el mundo desde otras claves -de la misma forma que las grandes obras literarias como el Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien-, de reencantar la realidad frente a la tecnocracia global. Y aunque algunos la instrumentalicen con fines extremistas, el mito hiperbóreo también puede entenderse como un mapa simbólico para quienes buscan sentido en un mundo en ruinas.
Hyperborea en redes sociales
En la era digital, no es sorpresa que los símbolos ya no necesiten libros ni templos para difundirse, sino solo una imagen bien editada en TikTok o una frase en un canal de Telegram puede operar como vector ideológico. El mito hiperbóreo ha encontrado en las redes sociales el escenario perfecto para renacer. A través de contenido audiovisual que combina estética vaporwave, paisajes glaciares, música electrónica ritualista y frases como “Reject modernity, embrace Hyperborea”, este universo simbólico se reconfigura como una forma de disidencia cultural silenciosa. Lo que parece entretenimiento visual, muchas veces es una narrativa emocionalmente dirigida, lo que algunos analistas ya identifican como Operaciones Psicológicas digitales (PSYOPS digitales).
Este tipo de publicaciones además de apelar a la nostalgia de un “pasado glorioso”, ofrece una salida simbólica al malestar contemporáneo representando en el cansancio con lo superficial, la cultura del algoritmo, la pérdida de raíces. Dentro de esta lógica, Hyperborea se convierte en una especie de utopía como origen perdido que da sentido a la caída actual. Y Agartha, por su parte, es presentada como un santuario secreto, un refugio interior donde aún sobrevive la verdad. Estas representaciones son especialmente eficaces en un contexto de fatiga cultural y fragmentación ideológica.
En esta propagación simbólica también está el uso del concepto de Vril, una energía mítica que se presenta como poder oculto que puede ser dominado por los iniciados o los «despiertos«. La palabra aparece una y otra vez en videos, memes y comentarios -#vril-, mezclando referencias al ocultismo nazi, a novelas de ciencia ficción del siglo XIX y a conceptos energéticos de la Nueva Era. Junto con ella, reaparecen emblemas visuales como el Sol Negro, las runas o los símbolos polares que, sacados de contexto, adquieren una nueva vida como íconos aspiracionales. Así, la propaganda deja de parecerlo, y se transforma en contenido que empodera, inspira y seduce.
Pero este resurgimiento simbólico también responden otros fines. Algunos grupos han instrumentalizado estas imágenes para reforzar discursos identitarios, etnonacionalistas o conspirativos, disfrazándolos bajo una estética aparentemente inofensiva. En ciertos círculos digitales, símbolos como el Sol Negro, el rayo rúnico, o frases codificadas se utilizan como marcadores internos de pertenencia ideológica, sin ser explícitos. A su vez, hay quienes vinculan este fenómeno con campañas de PSYOPS descentralizadas, donde el objetivo no es imponer una ideología directa, sino generar climas culturales propicios para la radicalización suave -metapolítica-, apelando al inconsciente colectivo. No obstante, no todo el contenido hiperbóreo en redes es propaganda, pues muchos lo usan como expresión de búsqueda interior.
Conclusión
En un mundo saturado de crisis, hiperconectividad y vacío espiritual, los mitos como Hyperborea, Agartha y el Vril han dejado de ser simples curiosidades esotéricas para convertirse en vectores de sentido y resistencia cultural. En redes sociales, lo que parece una estética de glaciares y soles antiguos en realidad codifica un rechazo silencioso al mundo moderno, ofreciendo a miles de jóvenes una alternativa donde el orden sagrado, la conexión espiritual y la memoria ancestral se convierten en herramientas de insurgencia simbólica. Sin embargo, no se puede descartar que este fenómeno esté siendo aprovechado -o incluso fomentado- como parte de una PSYOPS, diseñada para moldear imaginarios colectivos, canalizar disidencias o fragmentar visiones del futuro.
Comprender este fenómeno implica reconocer que la batalla cultural del siglo XXI ya no se libra solamente en el plano de las ideas racionales, sino en el terreno mucho más poderoso de los símbolos, los mitos y las emociones. Hyperborea, Agartha y el Vril funcionan como mapas interiores, como arquetipos de resistencia frente a un sistema percibido como decadente, pero también como potenciales instrumentos de manipulación emocional. Para algunos serán simples memes; para otros, llaves de reencantamiento espiritual; para otros más, operaciones simbólicas diseñadas para redirigir voluntades. Pero en todos los casos, quien controla el símbolo, controla la imaginación, y quien domina la imaginación… domina el futuro.