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Las Corrientes de Derecha en el Perú: ¿Cuáles son y cómo han evolucionado?

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Hablar de las corrientes de derecha en el Perú es hablar de una historia de poder, continuidad y transformación. Desde los primeros años de la República, las corrientes conservadoras y liberales han marcado el rumbo político y económico del país, consolidando un modelo donde el orden, la estabilidad y la defensa de la propiedad privada han sido sus pilares fundamentales. En sus distintas corrientes, la derecha ha transitado entre el conservadurismo de antaño y sus diversas manifestaciones como en el socialcristianismo; mientras que en el espectro liberal, se manifestó con el civilismo y el llamado neoliberalismo del siglo XX, siempre con la premisa de mantener la estructura social y garantizar la continuidad del sistema.

A diferencia de la izquierda que se ha fragmentado en múltiples facciones, la derecha ha mostrado mayor capacidad de unidad. Empero, esta unidad ha sido frágil cuando se trata de alianzas entre ambas corrientes: liberalismo y conservadurismo -cosa que profundizaremos en el siguiente subtítulo-. La combinación de liberalismo económico con conservadurismo social ha generado una contradicción ideológica difícil de sostener -un oximorón-, pues el liberalismo busca minimizar la intervención del Estado, mientras que el conservadurismo necesita de un Estado fuerte para preservar el orden y la tradición, cosa que estaría en riesgo al aceptar inversiones extranjeras con agendas globalistas. Así, la dicotomía entre ambas corrientes ha hecho que su alianza sea pragmática más que ideológica.

¿Qué es la derecha política?

Como ya leyeron, hemos decidido agrupar tanto al conservadurismo como al liberalismo dentro del espectro de la derecha porque a pesar de sus contradicciones, ambas corrientes coinciden en la defensa la propiedad privada y la preservación del statu quo frente a cambios revolucionarios. La derecha en el Perú nace con la propia fundación de la República, pues su propósito inicial no fue reestructurar la sociedad, sino consolidar un Estado que garantizara la continuidad del liderazgo de las élites criollas en ese momento, ya sea en monarquía o en república; conservadores y liberales mayormente respectivamente.

A lo largo de la historia, ambos enfoques han trabajado juntos para enfrentar movimientos revolucionarios y frenar cambios que amenacen el orden establecido -ese orden amparado en el estilo de vida de una nación en específica, por ello no es universalista-. Algunos autores, como Gustavo Bueno, han categorizado la derecha en distintas vertientes, diferenciando entre una derecha reaccionaria, que busca restaurar un orden perdido; una derecha liberal, que defiende el mercado libre y el individualismo; y una derecha de orden o socialismo de derecha, que promueve un Estado fuerte e incluso corporativista. Bajo esta clasificación, el Perú ha albergado las diversas expresiones de derecha que veremos luego.

Además, esto también explica por qué los gobiernos conservadores han recurrido a medidas que los liberales considerarían socialistas, no por convicción ideológica, sino como una estrategia para mantener la estabilidad social y evitar revoluciones. Ejemplos de esto incluyen las reformas laborales, el proteccionismo económico o el apoyo a programas sociales como ocurrió en la Alemania de Otto Von Bismarck. Por ello, esto también ha ocasionado que ambos sectores se peleen por como debe actuar el Estado. Aún así, su cooperación es más fuerte que las corrientes de izquierda que, debido a sus proyectos universalistas, se excluyen entre sí

Proclamación del Imperio alemán en la Galería de los espejos de Versalles. Bismarck, quien fue uno de los mayores exponentes del conservadurismo en la praxis demostrándose al aplicar una política Realpolitik, aparece en el centro, vistiendo uniforme blanco.

Conservadurismo

El conservadurismo en el Perú nace arraigado en las estructuras virreinales y en la defensa del orden social, la tradición y la religión católica. A diferencia de los sectores liberales, que impulsaron cambios modernistas inspirados en la Revolución Francesa, los conservadores veían en la continuidad del modelo heredado la clave para la estabilidad política y social. Esta postura no se limitaba a un solo aspecto del gobierno, sino que abarcaba tanto la organización del Estado como la estructura económica y la moral de la sociedad. Para los conservadores, la autoridad y la jerarquía eran esenciales para evitar el caos y preservar el legado histórico.

Ahora, si bien es discutible catalogar al conservadurismo como una ideología política en sí misma pues muchos autores lo entienden más como una actitud frente al cambio que como un sistema doctrinario rígido -Por ejemplo, un fascista o un marxista ortodoxo, a pesar de que estén en contra del globalismo, no podrían ser conservadores porque sigue una ideología, lo que refutaría la idea de «El revolucionario más radical se convertirá en un conservador el día después de la revolución»-, por lo que lo trataremos como tal para fines prácticos.

Bajo esta perspectiva, entenderemos el conservadurismo como una corriente basada en mantener el orden social, seguir un enfoque pragmático en la política, respetar la idiosincrasia de la sociedad, rechazar las revoluciones y, en la mayoría de los casos, resistirse a la adopción de ideas extranjeras que contradigan la tradición nacional. Ahora sí, nos sumergiremos en sus diversas posturas en torno a estos principios.

Edmund Burke, padre del conservadurismo moderno, defendió la tradición, la evolución gradual de las instituciones y rechazó los cambios radicales, argumentando que la estabilidad y la moral eran fundamentales para el orden social.

Monarquistas vs Republicanos

Durante los primeros años de la independencia del Perú, surgió un debate sobre la forma de gobierno que se centró entre dos corrientes principales: los monarquistas, que proponían la instauración de una monarquía constitucional, y los republicanos, que abogaban por la creación de una república soberana. Los monarquistas, influenciados por las tradiciones políticas europeas y la estabilidad que ofrecían las monarquías, consideraban que esta forma de gobierno sería más adecuada para evitar el caos y la anarquía en el naciente Estado peruano. Por otro lado, los republicanos, inspirados por las ideas de libertad y autodeterminación, veían en la república la oportunidad de construir una nación basada en principios democráticos y de igualdad.

Uno de los episodios más emblemáticos de esta disputa fue la Conferencia de Punchauca en 1821, donde José de San Martín se reunió con el virrey José de La Serna. San Martín propuso la creación de una monarquía constitucional en el Perú, posiblemente liderada por un príncipe europeo, como una estrategia para garantizar la estabilidad y el reconocimiento internacional del país. Empero, esta propuesta fue rechazada por La Serna, quien no tenía facultades para negociar en esos términos. Posteriormente, en la Sociedad Patriótica de Lima, se siguieron llevando estos debates, figuras como José Faustino Sánchez Carrión defendieron fervientemente la opción republicana, argumentando que el pueblo peruano estaba preparado para gobernarse a sí mismo.

Finalmente, la corriente republicana prevaleció, y el Perú adoptó la forma de gobierno republicana tras la proclamación de su independencia en 1821. Aunque hubieron posteriores enfrentamientos ante esta decisión, el triunfo del modelo republicano se vio inspirado en la influencia de las ideas ilustradas y liberales que se habían difundido en América Latina durante las primeras décadas del siglo XIX. Por lo tanto, la elección de la república como sistema de gobierno marcó el inicio de un largo proceso de construcción nacional, en el cual se buscaría consolidar instituciones democráticas, pero a la vez se darían contragolpes en la época de los caudillismos.

Fotografía de Jose de la Riva Agüero, quien ha sido de los primeros conservadores del país. De hecho, el primer grupo conservador de carácter popular provino de los denominados «rivagüerinos» que defendían la continuación de un sistema monárquico.

Socialcristianismo

Yendo al siglo XX, el socialcristianismo peruano no nació como un partido, sino como un movimiento intelectual. Su principal referente fue Víctor Andrés Belaunde, quien en su obra Realidad Nacional (1929) respondió los Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana de José Carlos Mariátegui, rechazando el determinismo marxista y proponiendo un análisis desde un punto de vista católico. Para Belaunde, el Perú no podía entenderse solo en la lucha de clases, sino como una síntesis en construcción, donde el mestizaje y la cultura serían clave para alcanzar una peruanidad integral. En este marco, defendía la necesidad de incorporar al indígena en la nación en un proceso de reforma, en lugar de medidas radicales como la colectivización.

El pensamiento socialcristiano se institucionalizó en 1956 con la fundación del Partido Demócrata Cristiano (PDC), liderado por Héctor Cornejo Chávez, quien basó su ideología en la Doctrina Social de la Iglesia, promoviendo la justicia social sin recurrir ni al estatismo ni al libre mercado desregulado. Posteriormente, en 1966, Luis Bedoya Reyes fundó el Partido Popular Cristiano (PPC), una escisión del PDC que se consolidó como la principal fuerza de derecha democrática en el Perú. A nivel económico, los socialcristianos propusieron una visión intermedia, donde el Estado debía regular el mercado sin sofocar la iniciativa privada.

Fotografía de Victor Andrés Belaunde, uno de los principales representantes del socialcristianismo y del peruanismo -corriente que busca una síntesis entre la cultura indígena y la española.

En términos agrarios, reconocían la heterogeneidad del campo peruano, diferenciando la alta productividad de la costa, que requería una aplicación estricta de las normas laborales, de la baja productividad de la sierra, donde las grandes haciendas debían reformarse sin desconocer la cosmovisión andina. Su postura sobre la reforma agraria fue clara: «La división de la tierra sin la educación técnica de los favorecidos en el reparto, sin un cambio en la psicología económica del indio y sin una organización para explotar esas tierras, no resolvería el problema, tal vez lo agravaría.»

A pesar de su influencia en el pensamiento político peruano, la Democracia Cristiana y sus derivados nunca han logrado llegar directamente al poder. A lo largo de su historia, ha sufrido múltiples escisiones como el que ya adelantamos: PADIN y UCI en 1985, Somos Perú en 1994 y Chim Pum Callao en 1995, fragmentando su base política. No obstante, su legado ha sido crucial en la defensa de una derecha reformista, basada en valores cristianos, la justicia social y el rechazo tanto al materialismo marxista como al liberalismo extremo

Socialismo de derecha

Dentro de la definición de «Socialismo de Derecha» que dio el filósofo español Gustavo Bueno, encontramos el odriísmo, surgido tras el golpe de Estado de Manuel A. Odría en 1948. Esta idea fue una corriente que mezcló el autoritarismo, patriotismo, proteccionismo económico y asistencia social sin caer en el comunismo ni en el liberalismo. Odría, al asumir el poder, consolidó un Estado fuerte y militarizado, donde la estabilidad y el orden se impusieron a cualquier intento de oposición. Desde el inicio, su régimen se caracterizó por una dura represión contra las corrientes de izquierda, eliminando cualquier amenaza al statu quo y estableciendo un gobierno con un discurso de seguridad, disciplina y desarrollo económico.

El odriísmo se alejó del liberalismo clásico al aplicar una fuerte intervención estatal en la economía y la política social. Su gobierno impulsó un ambicioso programa de obras públicas, subsidios y beneficios laborales, con el objetivo de ganarse el apoyo popular mientras mantenía el control del poder. Entre sus principales medidas destaca la creación del Seguro Social del Empleado (hoy EsSalud), una reforma clave en la seguridad social peruana y la promulgación del sufragio femenino. Además, fomentó la industrialización nacional con incentivos estatales, promoviendo el crecimiento económico sin recurrir a la colectivización.

En síntesis, el odriísmo consolidó un modelo pragmático y paternalista, donde el bienestar social era promovido desde un gobierno fuerte que controlaba la política sin permitir disidencias. Aunque su gobierno finalizó en 1956 con elecciones democráticas, y quiso volver democráticamente con el partido Unión Nacional Odriista, su legado dejó huella en la derecha peruana. Aunque algunos señalen que sus ideas fueron similares a otros gobiernos como el de Sánchez Cerro o Velasco Alvarado, el análisis de estos movimientos los reservaremos en el artículo sobre las corrientes nacionalistas del Perú, donde también explicaremos porque no sería correcto encuadrarlo en la izquierda o en la derecha.

Manuel Odria, el segundo de derecha a izquierda, junto a sus ministros.

Neoconservadurismo

El neoconservadurismo en el Perú surge tras finalizar la década de 1990, en el contexto de la globalización y la influencia de Estados Unidos en América Latina. A diferencia del conservadurismo tradicional, que se basaba en la idiosincrasia y la influencia de la Iglesia; el neoconservadurismo es un movimiento que combina una política económica liberal, alineada con la política estadounidense, con un discurso de orden, seguridad, pero que tiene una base trotskista. Este modelo se consolidó con el denominado fujimorismo, tras la finalización del segundo mandato de Alberto Fujimori, y continuó con la aparición de nuevas fuerzas políticas en la actualidad.

El fujimorismo -entendido como los que quieren continuar de alguna forma el modelo de Fujimori- representaría el neoconservadurismo en el Perú, pues bajo su pensamiento se justifica la implementación de reformas neoliberales -concepto que profundizaremos en la corriente liberal- con fuerte respaldo del gobierno de Estados Unidos. Alberto Fujimori, en sí mismo, consolidó un Estado autoritario, pero promercado, privatizando empresas públicas con asesoría de Vladimiro Montesinos, quien estudió en la Escuela de las Américas. Su legado sería vital para el neoconservadurismo: defensa del mercado, alineación con el poder hegemónico estadounidense y un discurso de seguridad nacional.

Aunque esto se va por las ramas del artículo, debemos hacer una aclaración ideológica. Tachar el gobierno de Alberto Fujimori como neoconservador plantea muchas cuestiones, si bien ya mencionamos la influencia de Montesinos en su gobierno para seguir la política norteamericana, llegó un punto que el gobierno de Fujimori perdió el apoyo de los sectores internacionales para pasar a apoyar a quienes querían derrocarlo. Ejemplo de ello lo vimos con la financiación, por parte de George Soros, a la marcha de los 4 suyos.

Actualmente, el neoconservadurismo peruano se mantiene vigente en partidos como Renovación Popular y Avanza País -tras la llegada de Hernando de Soto, puesto que antes llevaban otras banderas como el etnocacerismo con Ulises Humala-, quien han promovido la fe evangélica, libre mercado y el apoyo a También encontramos esta tendencia en sectores de Fuerza Popular, líderada por la hija de Alberto Fujimori, que ha adoptado un discurso más alineado con la derecha de Donald Trump, defendiendo un modelo económico abierto, pero con un fuerte énfasis en el orden, la familia tradicional y la mano dura contra la delincuencia.

Keiko saluda al presidente PPK en un encuentro promovido por el cardenal Juan Luis Cipriani. (Fuente: Presidencia Perú – YouTube, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=81741799)

Liberalismo

El liberalismo en el Perú ha sido una de las corrientes políticas más influyentes desde la independencia, pero su evolución ha estado marcada por contradicciones y enfrentamientos internos. Desde sus inicios, los liberales peruanos se opusieron al poder centralista y conservador heredado del virreinato, promoviendo la creación de una república basada en derechos individuales, separación de poderes y libre mercado siguiendo los fundamentos de Jonh Locke. Sin embargo, el liberalismo en el país no fue un bloque homogéneo, sino que se desarrolló en diferentes direcciones, muchas veces chocando con sus propios principios y generando alianzas estratégicas con sectores tradicionalmente opuestos.

A lo largo de la historia, el liberalismo ha transitado por distintas fases y transformaciones. En el siglo XIX, luchó contra el caudillismoy buscó establecer un Estado basado en instituciones sólidas. Con el auge del civilismo y la República Aristocrática, el liberalismo dejó de ser una fuerza progresista para convertirse en un instrumento de gobierno, manteniendo un sistema excluyente donde el poder político y económico quedó concentrado en pocos sectores. En el siglo XX, con la llegada del llamado neoliberalismo, el liberalismo se enfocó más en la defensa del libre mercado y la reducción del Estado, dejando en segundo plano las libertades políticas y los derechos civiles que originalmente impulsaba.

A diferencia de otros países, donde el liberalismo ha sido una fuerza reformista y modernizadora, en el Perú ha estado dividido entre un liberalismo económico ortodoxo—defensor de la desregulación y el mercado como motor del progreso—y un liberalismo político—centrado en la expansión de las libertades individuales y los derechos civiles. Esta fragmentación ha impedido que el liberalismo se consolide como una alternativa política unificada, generando alianzas con sectores conservadores en ciertos momentos y con progresistas en otros. Como resultado, su impacto en la política peruana ha sido discontinuo, oscilando entre periodos de gran influencia y momentos de marginación frente a otras corrientes ideológicas.

Retrato de John Locke, , es considerado el padre del liberalismo clásico, sostuvo que todo individuo posee derechos naturales a la vida, la libertad y la propiedad. Su pensamiento fundamentó la idea de la separación de poderes y de un gobierno limitado, creado por consentimiento y con la obligación de proteger esos derechos.

Civilismo

El liberalismo en el Perú tuvo su primera expresión con el Partido Civilista, fundado en 1871 por Manuel Pardo y Lavalle, como una alternativa a los gobiernos militares que habían dominado la política desde la independencia. Su propuesta se basaba en la modernización del Estado, la separación de poderes, el libre comercio y la consolidación de una economía agroexportadora, con un fuerte énfasis en la estabilidad institucional. Empero, este liberalismo no era inclusivo ni popular, sino una corriente impulsada por la élite que controlaba la economía y veía en la política un medio para mantener su dominio, lo que se extendió durante la posterior República Aristocrática (1895-1919).

A pesar de sus ideales de modernización y orden, el civilismo nunca promovió una real ampliación de los derechos políticos y sociales. En ese sistema solo podían votar los ciudadanos alfabetos, lo que dejaba fuera a la gran mayoría de la población indígena y campesina. La principal explicación de ello era el temor de estos grupos a que se diera la redistribución de la riqueza a partir de la elección mayoritaria de los campesinos a líderes con esas ideas. Paradójicamente, muchas de las reformas que realmente ampliaron la participación política y social no fueron impulsadas por los civilistas, sino por gobiernos autoritarios, como el sufragio femenino, que se aprobó en 1955 bajo el régimen militar de Manuel Odría.

Esta contradicción interna del liberalismo permitió que movimientos alternativos comenzaran a ganar terreno. El marxismo y el aprismo encontraron su base de apoyo en los sectores excluidos del poder, que no veían en el sistema civilista una vía para mejorar sus condiciones de vida. Con la crisis de la República Aristocrática y el colapso del modelo oligárquico en la década de 1920, el liberalismo en el Perú entró en una fase de declive, y en las siguientes décadas sería eclipsado por corrientes más radicales, tanto de derecha como de izquierda.

Manuel Pardo y Lavalle, fundador del Partido Civilista, promovió un modelo liberal basado en la modernización del Estado, el libre comercio y el orden institucional. Esta pensamiento sería de inspiración para la República Aristocrática para hacerle frente al caudillismo militar.

Liberalismo Clásico

Uno de los principales exponentes del liberalismo económico en el siglo XX fue Pedro Beltrán Espantoso, economista, periodista y político que defendió la ortodoxia económica y el libre mercado como alternativa al estatismo burocrático predominante. Desde su tribuna en el diario La Prensa, Beltrán fue un crítico implacable del gobierno de Manuel Prado Ugarteche (1956-1962), denunciando la corrupción, la ineficiencia administrativa y la falta de políticas coherentes para modernizar la economía peruana. Paradójicamente, en 1959, Prado lo convocó como Primer Ministro y Ministro de Economía, confiando en su capacidad técnica para enfrentar una profunda crisis fiscal que amenazaba la estabilidad del país.

Ya en el gobierno, Beltrán puso en marcha un programa de ajuste estructural sin precedentes: eliminó controles de precios y subsidios, impulsó la apertura comercial, promovió la inversión privada y priorizó la eficiencia del gasto público. Su visión se expresó en la llamada «Revolución Verde», una iniciativa que aplicó tecnologías modernas al sector agrícola para aumentar la productividad y reducir la dependencia de importaciones. No obstante, sus políticas generaron un fuerte rechazo en sectores populares y sindicales, que lo acusaban de favorecer a los grandes empresarios en detrimento de los trabajadores y campesinos.

Una de sus medidas más polémicas fue el uso de «La Maquinita», un mecanismo de emisión monetaria que permitió financiar el gasto sin recurrir a deuda externa. Aunque al inicio alivió temporalmente la crisis, terminó generando presiones inflacionarias que debilitaron su credibilidad como gestor. En 1961, dejó el gobierno, pero su legado se mantuvo como referente de un liberalismo pragmático y tecnocrático, que se enfrentó tanto al estatismo como al populismo. Décadas después, sus ideas de disciplina fiscal, apertura económica y reducción del intervencionismo estatal serían retomadas e institucionalizadas con fuerza durante las reformas estructurales de los años noventa, consolidando su influencia en el pensamiento económico peruano moderno.

Pedro G. Beltrán Espantoso, economista y periodista, fue uno de los principales exponentes del liberalismo tecnocrático en el siglo XX. Como ministro de Economía (1959–1961), impulsó políticas de libre mercado, austeridad fiscal y modernización agrícola, consolidando una visión pragmática del desarrollo basada en la eficiencia y la inversión privada.

Neoliberalismo

El término neoliberalismo ha generado debates académicos, pero su uso es legítimo cuando se refiere al conjunto de ideas que emergieron como respuesta al modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI). Su primera prueba ocurrió en Chile con Augusto Pinochet y los Chicago Boys quienes impusieron un modelo basado en la reducción del Estado y la privatización. Como explica Ha-Joon Chang en Breve historia del capitalismo, a pesar que esta nueva corriente eran los bichos raros de la economía -dado que el modelo keynesiano y el de Friedrich List lideró gran parte del desarrollo de los países del mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial-, era necesario para mantener vigente el dominio del capital.

No obstante, también debemos destacar que este nuevo cambio se exportó al resto del continente y sentó las bases para corrientes como el libertarismo o el paleolibertarismo -que son similares al neoconservadurismo en muchos aspectos-. En el Perú, el neoliberalismo comenzó como una corriente intelectual en la década de 1980, cuando el país atravesaba una grave crisis económica, hiperinflación y un conflicto armado interno. El economista Hernando de Soto, a través de su libro El Otro Sendero (1986), planteó que el principal obstáculo para el desarrollo no era la pobreza en sí, sino un Estado burocrático que impedía la formalización de la economía popular.

Según su análisis, los emprendedores informales eran agentes económicos racionales, limitados por un sistema legal excluyente. Su propuesta de simplificación burocrática, reconocimiento de la propiedad informal y acceso al crédito caló hondo en los sectores técnicos y políticos. En paralelo, Mario Vargas Llosa, al oponerse al proyecto de estatización de la banca promovido por Alan García en 1987, impulsó el Movimiento Libertad y luego lideró la coalición FREDEMO, desde donde defendió abiertamente las ideas del libre mercado, la inversión privada y la modernización del país. Aunque perdió las elecciones de 1990, el escenario quedó preparado para una transformación radical del modelo económico.

Mario Vargas Llosa, líder de FREDEMO en 1990, representó la apuesta liberal más programática del siglo XX. Su coalición promovió un modelo económico basado en el libre mercado, la inversión privada y la modernización del Estado, en oposición al estatismo del primer gobierno aprista. Aunque perdió las elecciones frente a Fujimori, muchas de sus propuestas fueron adoptadas posteriormente. (Fuente: LUM)

La implementación de ese giro no vino de un proyecto coherente, sino de un liderazgo inesperado: Alberto Fujimori, quien al asumir la presidencia en 1990, adoptó con rapidez un programa similar al propuesto por FREDEMO. El encargado de ejecutar estas reformas fue el ministro de Economía Carlos Boloña, que lideró un plan de estabilización macroeconómica y apertura al capital global. Sus medidas incluyeron la liberalización de precios, la eliminación de subsidios, la privatización de más de 200 empresas estatales, la flexibilización del mercado laboral y la eliminación de barreras para la inversión extranjera.

A pesar de sus controversias los gobiernos que sucedieron a Fujimori —Toledo, García, Humala, Kuczynski y Vizcarra— mantuvieron el mismo marco estructural, apenas introduciendo programas sociales compensatorios. Incluso los autodenominados de “centroizquierda” evitaron reformar las reglas económicas fundamentales, No obstante, con el paso del tiempo, los efectos acumulados de la desigualdad, el colapso de servicios públicos y la incapacidad del Estado han erosionado la legitimidad del consenso neoliberal. En este escenario han surgido nuevos movimientos libertarios que, si bien retoman el discurso del libre mercado, incorporan posturas más radicales en lo cultural, posicionándose como una respuesta a la “corrección política” y el progresismo, pero sin tocar los fundamentos del modelo económico.

Paradójicamente, estos movimientos que se oponen al progresismo comparten con él la misma raíz ontológica: el individualismo liberal. Como revela un documento desclasificado de la CIA: Francia y la defección de los movimientos de izquierda, durante la Guerra Fría se impulsaron operaciones psicológicas (PSYOPS) para reemplazar la lucha de clases por luchas parciales centradas en identidades, derechos individuales y causas fragmentadas. De esa forma, tanto el neoliberalismo como el progresismo actual se sostienen sobre una visión del ser humano como sujeto autónomo, consumidor de derechos, y no como miembro de una comunidad estructurada por vínculos económicos y políticos colectivos. Esta coincidencia estructural explica por qué el neoliberalismo, aún cuando parece ser contestado, nunca es realmente desmantelado, sino reformulado.

Conclusión

Hablar de las corrientes de derecha en el Perú es adentrarse en una historia marcada por el poder institucional, la defensa del orden social y la preservación del modelo económico dominante. Desde el nacimiento de la República, los sectores conservadores y liberales han moldeado las principales estructuras del país, estableciendo un equilibrio entre tradición y modernización. Mientras el conservadurismo ha buscado mantener la cohesión social desde la autoridad, la religión y la moral heredada, el liberalismo ha promovido la apertura económica, la propiedad privada y las libertades individuales, aunque muchas veces sin incluir a las mayorías en esos beneficios.

No obstante, esa aparente unidad ideológica ha sido más una alianza táctica que doctrinaria, especialmente cuando se trata de conciliar el liberalismo económico con el conservadurismo social, dos corrientes que en esencia demandan tipos de Estado opuestos. Mientras una desea un Estado mínimo, la otra exige uno fuerte que garantice valores tradicionales. Aun así, esta convivencia ha perdurado porque ambas comparten una meta común: evitar transformaciones radicales del orden existente. A diferencia de las izquierdas, que se dividen por proyectos universalistas excluyentes entre sí, la derecha ha sido capaz de reformularse sin fracturarse, incluso en contextos de crisis. El futuro de la derecha dependerá, en buena parte, de si estas corrientes logran actualizarse sin renunciar a sus fundamentos.

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