El 30 de abril de 1975, el mundo presenció uno de los giros más simbólicos del siglo XX. Helicópteros estadounidenses evacuaban desesperadamente a sus últimos funcionarios desde los techos de Saigón, mientras tanques del Vietcong rompían las defensas del régimen sudvietnamita y plantaban la bandera de la victoria en el Palacio Presidencial. Aquella imagen no solo marcó el fin de la Guerra de Vietnam, sino también el colapso del relato imperial estadounidense. Medio siglo después, la pregunta persiste con fuerza: ¿cómo una nación campesina, empobrecida y asediada por décadas logró derrotar al mayor aparato militar del planeta?
La respuesta no está solo en los fusiles, sino en la estrategia total del pueblo vietnamita que contemplaba una guerra de todo el pueblo, diseñada por el general Võ Nguyên Giáp y el pensamiento de Ho Chi Minh; siendo ejecutada desde las aldeas hasta los comandos de inteligencia, en donde cada campesino era un combatiente potencial, y cada derrota, una semilla de victoria futura. Vietnam además de combatir con armas, lo hizo con narrativa, con voluntad, con tiempo. A través de una combinación magistral de guerra prolongada, infiltración política, operaciones psicológicas y resistencia cultural, el pueblo vietnamita le dio forma a una victoria que redibujó la geopolítica del siglo XX, y cuyo eco resuena aún hoy en la multipolaridad.
Breve historia de la Guerra de Vietnam: De la ocupación francesa al intervencionismo estadounidense
La historia del Vietnam moderno no puede comprenderse sin remontarse al siglo XIX, cuando Francia inició la conquista de la región conocida como Indochina, que incluía a Vietnam, Laos y Camboya. Bajo el modelo colonial francés, Vietnam fue despojado de su soberanía política y explotado económicamente, con fuertes impuestos, apropiación de tierras y represión cultural. Aunque las élites vietnamitas colaboraban parcialmente con el régimen colonial, emergieron movimientos nacionalistas y revolucionarios que comenzaron a sembrar el germen de la resistencia. Esta situación se mantuvo hasta que la Segunda Guerra Mundial desestabilizó profundamente la presencia europea en Asia.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Japón invadió y ocupó Indochina con el consentimiento del gobierno francés de Vichy. Este nuevo escenario permitió al movimiento comunista liderado por Ho Chi Minh consolidar una estructura política y militar clandestina. En 1941, Ho fundó el Viet Minh (Liga para la Independencia de Vietnam), que agrupaba a diversas fuerzas patrióticas bajo la conducción del Partido Comunista de Indochina. Al aprovechar el colapso de las potencias coloniales tradicionales, el Viet Minh organizó guerrillas en las regiones montañosas del norte y creó zonas liberadas. Con la rendición japonesa en 1945, los vietnamitas proclamaron la independencia, pero la historia no termino ahí.
Tras la retirada japonesa, Francia intentó restaurar su dominio. Esto desencadenó una nueva guerra contra un pueblo que había probado su capacidad organizativa y combativa. La guerra de liberación contra Francia (1946–1954) se caracterizó por una lucha prolongada, basada en la movilización total y el dominio del terreno. Giap, el cerebro militar, apostó por una guerra prolongada de desgaste. Las tácticas de guerrilla se combinaron con campañas a gran escala –En la Batalla de Dien Bien Phu, las fuerzas vietnamitas lograron una victoria decisiva en mayo de 1954-. El mundo quedó impactado: por primera vez, una potencia colonial europea era derrotada por un país de campesinos, Francia se retiraba pero con la creación de Vietnam del Sur.
Pero como sabrán, la derrota francesa no significó la paz. Estados Unidos, en plena Guerra Fría, intervino para frenar lo que percibía como la expansión del comunismo en Asia. Temiendo el “efecto dominó”, Washington apoyó a un gobierno anticomunista en Vietnam del Sur y comenzó a enviar asesores militares, que luego se transformaron en tropas regulares. La decisión de intervenir más que geopolítica fue ideológica. Vietnam se convirtió en el escenario donde EE.UU. pretendía demostrar su hegemonía global, pero subestimó tanto la capacidad de lucha del pueblo vietnamita como la complejidad cultural y territorial de ese país. Así comenzaba la Guerra de Vietnam, la que marcaría a toda una generación y terminaría, 20 años después.
¿Por qué Estados Unidos perdió la guerra de Vietnam?
Estados Unidos no solo perdió en el campo de batalla, sino también en el terreno de lo simbólico, psicológico y político. A diferencia de otras guerras convencionales, Vietnam fue una guerra asimétrica, diseñada estratégicamente para desgastar al invasor a través de una resistencia prolongada. Las fuerzas vietnamitas, encabezadas por el general Võ Nguyên Giáp, comprendieron desde el inicio que no podían igualar el poderío tecnológico norteamericano, por lo que optaron por una estrategia de “guerra de todo el pueblo”, la frontera entre combatiente y civil desaparecía. La selva, los túneles, los pueblos rurales, todos se convirtieron en parte del teatro de operaciones. En palabras de Giáp:
“la victoria sería cuestión de tiempo, voluntad y acumulación de fuerzas dispersas pero constantes”.
Además, el terreno jugó un papel letal para las tropas estadounidenses. Las montañas del norte, los arrozales del sur y la densa jungla eran aliados naturales del Vietcong, quienes conocían cada centímetro del país. Las emboscadas, trampas, sabotajes y ataques relámpago hacían imposible aplicar una estrategia militar tradicional. Los soldados estadounidenses, por su parte, eran jóvenes enviados a una guerra que no comprendían, a miles de kilómetros de su hogar, sin motivación ideológica, mientras que sus enemigos luchaban por la liberación nacional. Al desgaste físico se sumó la desmoralización progresiva; las ofensivas del Tet en 1968, aunque técnicamente contenidas, minaron por completo la narrativa de victoria de Washington.
Pero quizás la herida más profunda fue política y social, pues la guerra de Vietnam rompió la confianza del pueblo estadounidense en sus instituciones. Las imágenes de civiles masacrados, aldeas arrasadas con napalm y soldados desquiciados por el trauma detonaron protestas masivas en todo el país. El movimiento anti-guerra se convirtió en un actor central del conflicto. Mientras tanto, la propaganda vietnamita supo explotar cada error de EE.UU. para reforzar su narrativa de resistencia antiimperialista ante el mundo. La opinión pública internacional se volcó contra la intervención. Así, la derrota de Estados Unidos no fue solo militar, sino que fue una derrota estratégica, comunicacional, moral y, sobre todo, geopolítica. Vietnam había convertido su debilidad material en una fortaleza absoluta.
El papel del Vietcong y la resistencia popular
La clave del éxito vietnamita además de residir en el frente militar, también está en la participación del pueblo entero. La lucha armada fue inseparable de la dimensión política, educativa y psicológica. En cada aldea existía una célula del Vietcong que organizaba a campesinos, mujeres y niños en labores de abastecimiento, información y sabotaje. Ho Chi Minh comprendió que la guerra también estaba en los corazones y conciencias, por lo que los nacionalistas también se sumaron al Ejército Popular. La línea entre combatiente y civil era difusa, pues una anciana podía esconder granadas bajo su cosecha, un niño podía guiar a una patrulla por un camino que terminaba en una emboscada.
El general Võ Nguyên Giáp diseñó una estrategia que se cimentaba en tres pilares: guerra prolongada, descentralización operativa y formación político-ideológica. A través de un proceso conocido como “guerra de tres niveles” -guerrilla, guerra móvil y guerra convencional-, las unidades vietnamitas se adaptaban al terreno y al momento. Esta flexibilidad táctica fue acompañada por una red de inteligencia, contrainteligencia y espionaje que infiltraba hasta los propios comandos estadounidenses del sur. El Comité Central de la Oficina para Vietnam del Sur (COSVN) dirigía operaciones clandestinas con una eficacia que desconcertaba al Pentágono. El enemigo, incluso en su aparente superioridad, no sabía nunca dónde estaba el frente ni quién era el enemigo.
A este despliegue se sumaron sofisticadas operaciones de guerra psicológica (PSYOPS). Los vietnamitas sabían que una parte crucial del conflicto se libraba en la mente de sus adversarios. Emitían mensajes radiales dirigidos a las tropas estadounidenses, difundían imágenes de soldados norteamericanos muertos y explotaban cada masacre cometida por el ejército invasor para generar crisis morales en el interior del país agresor. La célebre figura de la locutora conocida como “Hanoi Hannah” es solo un ejemplo de esta táctica. Cada derrota táctica estadounidense era convertida en una victoria estratégica a través de una narrativa cohesionada, nacionalista y cargada de legitimidad. El Vietcong contaba la historia de su lucha mejor que su enemigo.
¿Qué significó esta victoria para el mundo?
La victoria de Vietnam sobre Estados Unidos representó un quiebre geopolítico sin precedentes: Vietnam no solo había derrotado a Francia, sino también a la mayor superpotencia representante de todo un eje ideológico. Este hecho conmocionó a las cancillerías del mundo y desestabilizó la narrativa imperialista que hasta entonces se presentaba como incuestionable. Para los movimientos de liberación en África, América Latina y Asia, Vietnam se convirtió en un faro de esperanza. Las guerrillas de Angola, El Salvador, Mozambique, Palestina, Nicaragua y Colombia invocaban la experiencia vietnamita como prueba de que la voluntad organizada podía vencer al poderío militar. La noción de «Vietnamizar» una guerra se convirtió en sinónimo de resistencia prolongada y digna frente a un invasor superior.
El Che Guevara sintetizó esta inspiración con una frase que se volvió consigna internacional: “crear uno, dos, tres… muchos Vietnams”. La lucha del pueblo vietnamita fue imitada, estudiada y adaptada. Pero más allá de lo militar, la victoria fue una revolución simbólica en la narrativa global. La imagen del campesino del sur global derrotando a un ejército con armas químicas, helicópteros, napalm y cobertura satelital cambió para siempre la percepción del poder. Mientras Estados Unidos invertía miles de millones de dólares y sufría decenas de miles de bajas, Vietnam ofrecía al mundo una ética de resistencia basada en el sacrificio colectivo, la humildad revolucionaria y la soberanía absoluta.
El rol de los medios también fue crucial. La Guerra de Vietnam fue el primer conflicto televisado globalmente, y las imágenes del horror llegaron a las salas de estar de millones de hogares occidentales. Masacres como la de My Lai, aldeas arrasadas, niños quemados por napalm o soldados estadounidenses con miradas vacías sembraron una contraofensiva moral imparable. La narrativa del Vietcong se filtró en universidades, sindicatos, iglesias y medios alternativos, mientras el discurso oficial estadounidense se desmoronaba. A través del arte, la música, el cine y la protesta, Vietnam se transformó en mito, símbolo y advertencia. En la mente del mundo, David había vencido a Goliat.
Vietnam hoy: ¿qué quedó de esa victoria?
A cincuenta años de la caída de Saigón, Vietnam ha cambiado profundamente. El país que resistió durante décadas a las potencias coloniales hoy forma parte de un mundo globalizado y económicamente interconectado. En los años noventa, el Partido Comunista de Vietnam adoptó un modelo de reforma conocido como Đổi Mới (Renovación), que abrió la economía al capital extranjero sin renunciar a su control político centralizado. Esto permitió un crecimiento económico acelerado, convirtiendo a Vietnam en un actor relevante del sudeste asiático, con industrias en expansión, desarrollo tecnológico y atracción de inversiones extranjeras.
No obstante, esa apertura no ha borrado el legado de la guerra. El Partido Comunista sigue gobernando con autoridad, sustentado en la legitimidad histórica de haber derrotado a Francia, Japón y Estados Unidos. Las figuras de Ho Chi Minh y Võ Nguyên Giáp siguen presentes en plazas, billetes y discursos oficiales, no como reliquias, sino como anclas ideológicas de una nación que aún recuerda con orgullo su gesta revolucionaria. Las heridas del conflicto, sin embargo, no han desaparecido del todo: millones de hectáreas contaminadas por el Agente Naranja, problemas de salud intergeneracional, y una memoria colectiva profundamente marcada por la guerra siguen latentes.
Paradójicamente, Vietnam ha restablecido relaciones diplomáticas y comerciales con su antiguo enemigo. Estados Unidos es hoy uno de sus principales socios económicos, y la visita de presidentes norteamericanos a Hanoi se ha vuelto un símbolo de reconciliación pragmática. Pero la victoria no ha sido solo territorial o económica: ha sido moral y política. Vietnam demostró que un país pequeño, con base popular y estrategia clara, puede alterar el curso de la historia. Hoy, su mayor reto no es resistir una invasión, sino preservar la soberanía en medio de los nuevos poderes económicos y tecnológicos del siglo XXI.
Conclusión: Lecciones estratégicas para el siglo XXI
La guerra de Vietnam no fue solo una confrontación militar, sino que fue una escuela de estrategia, comunicación, resistencia y psicología del conflicto. El general Giáp lo comprendió con claridad, pues el tiempo, la voluntad colectiva y la lucha política son tan decisivos como las armas. La victoria vietnamita enseñó que los ejércitos no ganan solo por su fuerza de fuego, sino por su capacidad de adaptarse, leer al enemigo, integrar al pueblo y convertir cada derrota táctica en una victoria estratégica. En un mundo donde las guerras del siglo XXI combinan drones, redes sociales, propaganda y conflictos híbridos, la experiencia vietnamita sigue siendo una lección insoslayable para movimientos que enfrentan a potencias tecnológicas y económicas globales.
Cincuenta años después, Vietnam nos recuerda que la historia no está escrita en piedra, y que los pueblos que se conocen a sí mismos, que organizan su lucha con paciencia y convicción, pueden torcer el destino. Lo que ocurrió en Saigón no fue el final de una guerra, sino el inicio de una nueva narrativa global. Una en que los pueblos que se atreven a decir no, que se levantan sin esperar permiso y que construyen victorias allí donde parecía inevitable la derrota. Vietnam fue, es y será el ejemplo más elocuente de que David, si piensa como estratega y resiste como pueblo, puede -y debe- vencer a Goliat.