En el capítulo anterior, hablamos sobre el conservadurismo polaco, que se mantiene vigente en las urnas gracias a un discurso que comprendió las características históricas de su país, desafiando la influencia de las ideologías hegemónicas del siglo pasado como las vigentes hoy en día. En este capítulo, exploraremos cómo una ideología similar, el nacionalismo, puede ser empleada no solo para consolidar el poder, sino también para sustentar una guerra.
Un país dividido y el ascenso de un régimen militar
Isabel Perón asumió la presidencia de Argentina tras la muerte de Juan Domingo Perón en 1974. Sin embargo, el Partido Justicialista, que alguna vez fue un baluarte de estabilidad política, se iba fragmentando en facciones de izquierda y derecha, sumiendo al país en una profunda crisis social y económica. En 1976, los militares, liderados por Jorge Rafael Videla, tomaron el poder justificando su Golpe de Estado como una medida para controlar la creciente violencia política, instaurando un régimen Cívico-Militar. No obstante, la represión y el autoritarismo no trajeron la estabilidad prometida.
Con el tiempo, las tensiones internas dentro del régimen militar aumentaron, y en 1981, Leopoldo Fortunato Galtieri tomó el liderazgo. Frente a un creciente descontento popular, Galtieri encontró en la reivindicación de las Islas Malvinas, territorio que está en disputa con el Reino Unido, una estrategia para distraer al país de su crisis interna y unificarlo detrás de una causa nacional.
El nacionalismo como motor de la guerra
Para justificar una guerra por las Malvinas, el régimen necesitaba más que razones políticas: debía construir una narrativa que movilizara a toda el país. Aquí es donde el nacionalismo demostró ser una herramienta fundamental. Todas las fuerzas, sean de izquierda o derecha, tenían una misión como nación: recuperar territorio perdido. Bajo un gobierno militar, la exaltación de la patria se convierte en un arma que no solo une, sino que también da sentido a una iniciativa tan arriesgada como enfrentar a una potencia como el Reino Unido.
Sin embargo, también se necesita a un jefe en el campo de batalla que eleve el espíritu de las tropas. Mohamed Alí Seineldín, coronel del Ejército Argentino, desempeñó un papel crucial en este proceso. Con un discurso que combinaba el fervor nacionalista y el catolicismo, Seineldín ofrecía una narrativa en la que la lucha por las Malvinas no era solo una cuestión territorial, sino un deber moral y espiritual como argentino. En su libro Malvinas, un sentimiento, Seineldín da una reflexión sobre la importancia de la unidad y el patriotismo que incluye elementos religiosos, culturales y espirituales en la lucha por la soberanía de las Islas Malvinas.
Una figura incómoda para el poder militar
Aunque el discurso de Seineldín ayudó a consolidar el espíritu nacionalista, sus ideas antiliberales y sus críticas al gobierno militar lo convirtieron en una figura problemática para el régimen. Esto debido a que la Junta Cívico-Militar existía por la ejecución del Plan Cóndor, la operación de Estados Unidos para orquestar golpes de estados en Iberoamérica. Aunque en ese entonces no se sabía sobre el plan, para Seineldín, las políticas económicas liberales del régimen eran una traición a sus ideales.
Galtieri tuvo que contener la crítica de Seineldín, comprendió que confrontarlo directamente podría desestabilizar aún más al Ejército y al gobierno. Por ello, optó por una estrategia de contención: asignarle roles estratégicos dentro del Ejército, como su puesto en el Regimiento de Infantería, que mantuvieran ocupada su atención y su energía. Al mismo tiempo, el gobierno se apropió del discurso de Seineldín, intentó ser lo más nacionalista posible para que la población no distinga entre el mensaje del gobierno, y las ideas de Seineldín.
La propaganda como arma de guerra
Una vez iniciada la guerra, el régimen desplegó una intensa campaña propagandística para mantener alta la moral de la población. Los medios de comunicación, además de destacar la figura de Seineldín, también mostró historias de jóvenes alistándose voluntariamente al ejército. Un caso famoso es la entrevista al estudiante Nicolás Pino y sus compañeros del Colegio Champagnat, jóvenes de 17 años dispuestos a ir a la guerra, se convirtieron en símbolos de orgullo y de fervor patriótico.
No importó la inferioridad logística y militar, la lucha por las Islas Malvinas era un deber irrenunciable que el nacionalismo supo estimular. En el siguiente capítulo, nos trasladamos a los Estados Unidos, donde seguiremos hablando sobre el nacionalismo. No obstante, una experiencia insólita ocurrió en los años 60’s, una alianza entre nacionalistas blancos y nacionalistas negros.