Las declaraciones recientes del ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, advirtiendo que la Tercera Guerra Mundial ya podría estar en marcha han sacudido el tablero geopolítico global. A esto se suma el presidente estadounidense, Donald Trump, quien en discursos recientes ha advertido que podría estallar muy fácilmente una guerra mundial, describiéndola como “una guerra como ninguna otra”. La combinación de amenazas nucleares, crisis diplomáticas y enfrentamientos armados en múltiples regiones alimenta una narrativa que, aunque rechazada por diplomáticos moderados, gana terreno en medios y plataformas de opinión.
La preocupación no se limita al terreno militar; se expande al discurso político como herramienta de polarización. Ambos líderes han convertido el concepto de guerra en parte de sus estrategias comunicativas, apelando al miedo, la urgencia y la idea de amenaza permanente. En esta dinámica, la narrativa funciona como una operación psicológica de alto impacto: no sólo describe un escenario posible, sino que lo instala emocionalmente en la ciudadanía global. Entender cómo se construyen estos relatos y cómo impactan en el equilibrio internacional es crucial para quienes estudian el poder político contemporáneo.
¿Qué dijo Serguéi Lavrov sobre la Tercera Guerra Mundial?
El canciller ruso Serguéi Lavrov ha sido uno de los portavoces más contundentes del Kremlin sobre el deterioro de las relaciones internacionales. En varias intervenciones ha advertido que el orden global “se está desmoronando” y que Occidente “juega con fuego” al ignorar las señales de Moscú. En su declaración más reciente (julio de 2025), afirmó que el mundo atraviesa una fase de “caos total”, y que la Tercera Guerra Mundial ya estaría en marcha. Sus palabras refuerzan la narrativa rusa sobre la legitimidad de su acción en Ucrania y el rechazo a la expansión de la OTAN. También acusó a las potencias occidentales de “pisotear” la Carta de las Naciones Unidas que antes decían defender.
Esta retórica forma parte de una estrategia comunicativa que no sólo busca posicionar a Rusia como víctima de un cerco global, sino también justificar posibles escaladas militares futuras. Lavrov estructura sus intervenciones como advertencias geopolíticas que combinan presión diplomática con elementos de disuasión simbólica, configurando una matriz discursiva cargada de ambigüedad estratégica. Este tipo de mensajes —que oscilan entre la amenaza y la advertencia— se inscriben en una lógica de guerra híbrida, donde los gestos diplomáticos también cumplen funciones tácticas. Tal enfoque es habitual en contextos donde la inteligencia estratégica juega un papel decisivo.
Las advertencias de Trump: ¿EE.UU. rumbo al conflicto? (versión corregida)
Durante sus más recientes apariciones públicas, Donald Trump ha advertido que el mundo está peligrosamente cerca de una Tercera Guerra Mundial, señalando que las decisiones actuales de política exterior están conduciendo a una situación extremadamente frágil. Ha afirmado que, si el conflicto en Ucrania continúa mal gestionado, podría escalar hasta involucrar directamente a Estados Unidos. Según sus propias palabras, bastaría “un error táctico” para desatar una guerra “como ninguna otra”, un conflicto con capacidad nuclear que redefiniría el siglo XXI. Esta narrativa le permite reforzar su imagen como figura de autoridad capaz de evitar la catástrofe global, posicionándose como único garante de la estabilidad mundial.
Trump no sólo advierte sobre los riesgos estratégicos, sino que también recurre a una retórica bélica para consolidar su liderazgo. Su lenguaje incorpora amenazas veladas, apelaciones al orgullo nacional y proyecciones apocalípticas, en una estrategia que mezcla persuasión política y elementos de storytelling confrontacional. Este recurso no es nuevo: apela a emociones colectivas como el miedo, el nacionalismo y la percepción de caos. A través de esta narrativa, convierte cada aparición pública en una escenificación de poder, donde el conflicto internacional funciona como escenario simbólico para reforzar su centralidad política. En este tipo de discursos, la forma y el tono son tan decisivos como el contenido.
¿Qué dicen otros líderes y analistas internacionales?
La narrativa de Lavrov y Trump no se sostiene en el vacío: otros actores internacionales también han comenzado a emplear el lenguaje de guerra global con mayor frecuencia. Uno de los más notorios es Dmitri Medvédev, expresidente ruso y actual vicepresidente del Consejo de Seguridad, quien advirtió que la frontera entre un conflicto regional y una guerra mundial es cada vez más difusa. En julio de 2025, calificó de “irresponsable y provocador” el ultimátum de Trump sobre Ucrania, sugiriendo que podría “acelerar la entrada de Estados Unidos en la guerra”. Más que una advertencia aislada, su declaración muestra cómo las élites rusas utilizan los límites del discurso diplomático para escalar la presión internacional.
Desde el ámbito académico y estratégico, varios think tanks occidentales —como el Atlantic Council o el Chatham House— han comenzado a publicar escenarios prospectivos sobre conflictos de alta intensidad entre potencias nucleares. Analistas de seguridad coinciden en que lo que enfrentamos ya no es una guerra clásica, sino un conjunto de choques híbridos que integran operaciones militares limitadas, sabotajes cibernéticos, campañas de desinformación y presión económica. En este entorno, la contrainteligencia y la anticipación de amenazas sistémicas se han convertido en prioridades para varios Estados, incluso en tiempos de aparente paz. La delgada línea entre confrontación y guerra formal se ha desdibujado, haciendo más difícil distinguir el inicio real de una guerra mundial.
¿Estamos ante una guerra mundial de baja intensidad?
Aunque no se ha declarado formalmente una guerra mundial, los elementos estructurales de un conflicto global ya están presentes: múltiples frentes activos (Ucrania, Gaza, el Mar de China Meridional), intervención cruzada de potencias, y un contexto de rearmamento acelerado y ruptura de equilibrios diplomáticos históricos. Varios analistas sostienen que la Tercera Guerra Mundial no tendría por qué parecerse a las dos anteriores: sería más fragmentada, dispersa, y desarrollada a través de mecanismos económicos, tecnológicos y cibernéticos. En este sentido, ya no se trataría de una guerra “por comenzar”, sino de una guerra en proceso, camuflada en dinámicas regionales.
Esta perspectiva conecta con lo que muchos estrategas denominan “guerra híbrida permanente”, donde el conflicto se adapta a múltiples dominios —militar, psicológico, jurídico, cibernético— y nunca termina del todo. En este modelo, la información, la percepción pública y la legitimidad jurídica se convierten en armas tanto como los misiles. Los Estados que comprenden esta lógica han empezado a rediseñar sus sistemas de defensa, incluyendo herramientas de disuasión no convencionales y unidades especializadas en guerra legal, también conocida como lawfare. Esta dimensión es especialmente relevante en América Latina, donde los conflictos políticos se libran cada vez más en tribunales, medios y redes sociales.
Conclusión: entre la retórica y la realidad
Hablar de una Tercera Guerra Mundial ya no es solo una provocación discursiva. Se ha convertido en una herramienta retórica utilizada por líderes con capacidad real de movilización global. Tanto Lavrov como Trump construyen relatos cargados de dramatismo, riesgo y destino histórico. En sus discursos, el conflicto aparece como inevitable, o incluso necesario para restaurar un orden perdido. Sin embargo, esta narrativa no solo describe amenazas, también las genera, al moldear percepciones, justificar acciones, e incluso desensibilizar a la opinión pública frente al uso del poder militar.
En este contexto, entender las estrategias discursivas y psicológicas que moldean la política internacional es tan importante como monitorear los movimientos de tropas. La guerra del siglo XXI se libra tanto en campos de batalla como en gabinetes de comunicación, despachos jurídicos y plataformas digitales. La capacidad de diseñar una narrativa con precisión, anticiparse a las reacciones del adversario y mover fichas en múltiples tableros a la vez es hoy una habilidad esencial en cualquier war room moderno, donde se integran análisis, percepción pública y operaciones de influencia.