En el capítulo anterior, hablamos sobre cómo los partidos comunistas, que muchos consideraron extintos tras el colapso de la Unión Soviética, lograron no solo sobrevivir, sino adaptarse y mantenerse relevantes, incluso, mantener su presencia en la mayoría de países. Este fenómeno marcó una readaptación ideológica que los convirtió en actores clave en el escenario político global. Ahora, en este capítulo, exploraremos una de las formas más visibles de esta metamorfosis: los autodenominados o asignados de manera externa como partidos “progresistas”.
Estos movimientos han abrazado una narrativa que aboga por el cambio social, la inclusión y la justicia, conceptos diseñados para resonar en un electorado más amplio y diverso. Pero, ¿qué ha cambiado para que estas ideas ganen una base tan masiva? Las posturas en defensa de los derechos individuales, los derechos humanos y la lucha contra el racismo y la xenofobia se han convertido en banderas que conectan emocionalmente con los votantes.
Como señala Roger Scruton en su libro Fools, Frauds, and Firebrands: Thinkers of the New Left, del cual mencionamos en el capítulo 8 de nuestra serie Ideologías en la Lucha Geopolítica, los progresistas presentan un discurso de evolución social políticamente correcta que posiciona a sus críticos como opositores del progreso, o incluso como figuras retrógradas etiquetadas bajo términos como “antiderechos” o “fachos”.
Del dogmatismo al pragmatismo: ¿un nuevo idealismo?
Tradicionalmente asociados con la defensa del proletariado, los partidos de izquierda han evolucionado desde los postulados clásicos de Engels, quien en Principios del Comunismo definió su misión como “El comunismo es la doctrina de las condiciones de la liberación del proletariado”. Sin embargo, tras la Guerra Fría, el enfoque cambió drásticamente, logrando que los Partidos Comunistas de antaño se incorporen a las filas de estos nuevos partidos como vimos en el capítulo anterior. Ahora, su estrategia se centra en ser partidos “atrapa-todo”, capaces de apelar a una amplia diversidad de votantes.
Estos partidos han optado por un pragmatismo que les permite adaptarse al cambiante panorama social. Han moldeado sus mensajes para incluir y atraer a personas de diferentes orígenes, culturas y clases. En lugar de un discurso rígido y confrontacional, adoptan un lenguaje más emocional y empático, buscando conectar con los valores y aspiraciones del electorado.
El choque con las tradiciones culturales
A pesar de su creciente popularidad en Occidente, el discurso progresista tiene un impacto limitado en regiones de Oriente. John Gray, en su libro False Dawn, argumenta que esto se debe a que el progresismo es una extensión de la “occidentalización”, una corriente ajena a las tradiciones culturales de Oriente. Por ejemplo, en Corea del Norte, donde la homosexualidad no está bien vista según nos comenta el artículo de la BBC “La idea de homosexualidad no existe, piensan que tienes una enfermedad”: la dura vida de abusos y secretismo a la que está sometida la comunidad LGBTQ en Corea del Norte, los partidos progresistas son percibidos como una amenaza a los valores de su cultura y viceversa.
Como continua Gray, si bien el fenómeno de la «occidentalización» no debería ser sinónimo de avance social ya que toda nación se desarrolla como considere conveniente, esta desconexión cultural explica por qué el progresismo no logra cuajar en algunos contextos. Mientras en Occidente es visto como el “lado correcto de la historia”, en otras regiones, las tradiciones y las estructuras sociales profundamente arraigadas limitan su alcance y aceptación.
Ejemplos del éxito progresista en Occidente
En Estados Unidos, el Partido Demócrata es un ejemplo claro de esta transición hacia el progresismo. Durante la campaña de Barack Obama, el partido adoptó una plataforma inclusiva que priorizaba los derechos de las minorías y las políticas migratorias reformadas, siendo ahora que la colectividad tiende a asociar a los demócratas con estas ideas. Este enfoque permitió movilizar a una gran base de votantes jóvenes, contribuyendo significativamente a las victorias de Obama y, más recientemente, de Joe Biden en 2020.
En Francia, el surgimiento de La République en Marche, liderada por Emmanuel Macron, representó una alternativa a los partidos tradicionales. Su agenda inclusiva y proeuropea le permitió ganar apoyo tanto en el centro como en la izquierda y la derecha moderada, asegurándole la victoria en 2017.
El escudo de la moralidad y las demandas sociales
El progresismo ha desarrollado una forma efectiva de integrar las solicitudes de los más jóvenes, siendo una de sus armas más poderosas en sus campañas. Este enfoque moralista se ha convertido en un escudo que legitima sus propuestas y descalifica a sus detractores. En Chile, Gabriel Boric se posicionó como el líder que incorporó las demandas de los jóvenes que protagonizaron las protestas de 2019, logrando canalizar ese descontento hacia su victoria en las elecciones presidenciales de 2021.
Así, los partidos progresistas han demostrado su capacidad de adaptarse a las demandas sociales y atraer una base de votantes más amplia. Su estrategia “atrapa-todo”, combinada con un mensaje inclusivo y un lenguaje emocional, los posiciona como una fuerza política capaz de transformar el panorama electoral.
En el siguiente capítulo, analizaremos una medida radicalmente opuesta: la militarización de los partidos políticos. Veremos como, bajo ciertas circunstancias, los partidos políticos tienden a formarse como entidades paramilitares para enamorar al electorado.