La relación entre Donald Trump y Vladimir Putin ha sido objeto de intensos escrutinios políticos y de inteligencia. A partir de 2016, surgieron acusaciones de que la campaña de Trump podría haber conspirado con Rusia, generando investigaciones oficiales y un torrente de narrativas mediáticas. En este libreto realizamos un análisis profundo, crítico y analítico desde la perspectiva de la inteligencia y la contrainteligencia, enfocándonos exclusivamente en los aspectos políticos y de espionaje (dejando de lado intereses financieros).
Se emplean fuentes documentadas, incluidos testimonios de expertos en la materia: Kenneth McCallion (exfiscal especialista antimafia que investigó a Trump), Peter Strzok (exjefe de contraespionaje ruso del FBI) y Oleg Kalugin (general retirado de la KGB). Asimismo, examinamos el papel de la CIA bajo John Brennan en 2016, la cronología real de contactos Trump-Rusia (aclarando hechos frente a mitos) y la evidencia de intentos deliberados por vincular a Trump con Rusia para desacreditarlo durante y después de la campaña de 2016. El objetivo es separar hechos concretos de narrativas inexactas, basándonos en documentos desclasificados, investigaciones oficiales y fuentes confiables, por más que algunas hayan sido ignoradas por la narrativa mediática.
Acá puedes ver mi video donde explico todo el caso a detalle:
Antecedentes: Trump bajo la mira del KGB
Mucho antes de su incursión en la política, Donald Trump ya figuraba en los radares de los servicios de inteligencia soviéticos y rusos. Oleg Kalugin, exgeneral de la KGB y antiguo jefe de espionaje soviético en EE.UU., ha revelado que debido a que Trump era un prominente empresario estadounidense, tanto la KGB (durante la Unión Soviética) como posteriormente el FSB ruso servicio de seguridad interno ruso- ser reunieron información sobre él. Según Kalugin:
“Moscú tiene información comprometedora sobre Trump, lo sé con certeza. Pero desconozco si la han utilizado”.
Esta admisión sugiere que el KGB elaboró un dossier sobre Trump desde décadas atrás, siguiendo su comportamiento durante visitas a Moscú. De hecho, Trump viajó a la URSS por primera vez en 1987 y más tarde, ya en Rusia, organizó el concurso Miss Universo 2013 en Moscú – ocasiones en las cuales, de acuerdo con exagentes, los servicios rusos probablemente vigilaron de cerca sus movimientos. Kalugin insinúa que algunas de las conductas de Trump en Moscú podrían haberse considerado material de kompromat (chantaje). “Trump se comportó con bastante libertad con mujeres cuando visitó Moscú”, señaló Kalugin, lo que sugiere que existen detalles potencialmente comprometedores en los archivos rusos.
No obstante, Kalugin aclara que, habiendo desertado hace años, él no tiene acceso a esos expedientes y no puede confirmar si Rusia intentó reclutar o presionar a Trump usando esa información. Sí afirma que, en general, cualquier visitante estadounidense inusual o importante en la URSS/Rusia quedaba en el campo de visión de los servicios secretos, los cuales recopilaban datos para construir un retrato psicológico y evaluar posibles vulnerabilidades. En este sentido, Trump no habría sido la excepción.
Es importante destacar el contexto de la inteligencia rusa descrito por Kalugin: en la Rusia postsoviética, las fronteras entre la mafia rusa y los servicios de espionaje a menudo se difuminan. “La mafia es parte de la KGB, es parte del gobierno ruso”, dijo Kalugin entrevistado por el periodista Craig Unger. Esta fusión significa que tramas de crimen organizado pueden entrelazarse con operaciones de inteligencia. Trump, como empresario inmobiliario, mantuvo contactos con personajes vinculados a la mafia rusa durante décadas, lo que en la visión de Kalugin implicaría indirectamente contacto con el aparato de inteligencia ruso.
De hecho, se alega que desde finales de los años 1980 Trump hizo negocios con integrantes de la brigada mafiosa Solntsevskaya (una de las más poderosas de Rusia), obteniendo beneficios financieros a cambio de prestar su imperio inmobiliario para los flujos de capital de origen oscuro
Donald Trump y los círculos de la mafia rusa
El abogado y exfiscal Kenneth McCallion, quien investigó los nexos de Trump con el crimen organizado neoyorquino en los años 1980, ha señalado que las operaciones de Trump se entrelazaron con personajes de dudosa reputación, incluidos emisarios de la mafia ruso-estadounidense. “El imperio de Trump… era en gran medida una organización criminal”, afirma McCallion, describiendo cómo las empresas de Trump estuvieron apuntaladas por dinero de procedencia cuestionable. Aunque McCallion se refiere principalmente a actividades financieras, su evaluación subraya una realidad relevante para inteligencia: muchas figuras asociadas a la organización Trump tenían vínculos con la mafia rusa o la ex KGB.
En investigaciones civiles previas a 2016, McCallion y otros juristas rastrearon conexiones entre socios de Trump (como Félix Sater y otros inversores) y oligarcas o criminales rusos, planteando preocupaciones sobre si esas relaciones podían comprometer la independencia de Trump. De acuerdo con McCallion, Rusia (y antes la URSS) aprovechó durante décadas la necesidad de capital de empresarios occidentales como Trump para infiltrar agentes o ganar influencia. McCallion sostiene que la reticencia de Trump a criticar a Putin y ciertas posturas favorables a Moscú no eran coincidencia, insinuando que podían deberse a esta convergencia de intereses (o presiones) cultivada durante años.
En 2018, McCallion comentó sobre la actitud de Trump hacia Putin: “Ciertamente está actuando en sus intereses (de Rusia), y queremos averiguar si hay una razón nefasta para eso”. Esta perspectiva, compartida por algunos analistas de contrainteligencia, sugiere que Trump pudo haber sido considerado “activo” o “recurso” por parte de la inteligencia rusa, voluntaria o involuntariamente. Es en este contexto que cuando Trump lanzó su campaña presidencial, la comunidad de inteligencia estadounidense ya tenía alertas históricas sobre él: un empresario con extensa exposición a capitales y personajes rusos, potencialmente con vulnerabilidades explotables por Moscú. Estas preocupaciones sentaron las bases para las vigilancias y acciones de contraespionaje que se intensificarían en 2016.
La CIA de John Brennan ante la campaña de 2016
Al estallar la campaña de 2016, la CIA, dirigida entonces por John Brennan, se encontraba monitoreando activamente la injerencia rusa en las elecciones estadounidenses. Brennan, un veterano oficial de inteligencia, estaba al tanto de los reportes sobre operaciones rusas de influencia y de los posibles lazos entre emisarios del Kremlin y personas cercanas a Trump. Ya antes de la nominación oficial de Trump como candidato republicano en julio de 2016, la CIA había recopilado inteligencia preocupante. Por ejemplo, Brennan testificaría más tarde que “encontró información e inteligencia que revelaba contactos entre oficiales rusos y personas vinculadas a la campaña de Trump”, contactos que le “preocuparon” debido a los conocidos métodos rusos para subyugar (suborn) a individuos.
Aquello le generó dudas sobre si Moscú había logrado la cooperación (voluntaria o involuntaria) de elementos de la campaña de Trump. Brennan actuó rápidamente. A finales de julio de 2016 -justo después de que Trump fue nominado y coincidiendo con reportes de que Rusia había hackeado correos del Comité Demócrata-, la CIA, NSA y FBI formaron un grupo de trabajo conjunto para investigar el alcance de la intervención rusa. Brennan incluso tomó la inusual iniciativa de informar personalmente a los líderes del Congreso (el “Gang of Eight”) sobre la amenaza rusa ese verano.
En una llamada el 4 de agosto de 2016, Brennan advirtió al jefe del FSB, Aleksandr Bortnikov, que cesaran la intromisión en la campaña estadounidense, advirtiendo que “saldría el tiro por la culata”. Aquella alerta de Brennan muestra su convicción temprana de que Rusia buscaba influir en el resultado electoral. Cabe señalar la postura ideológica de Brennan frente a Trump en ese periodo. Aunque como Director de la CIA mantenía perfil público neutro antes de las elecciones, internamente Brennan veía la posible victoria de Trump con recelo. La CIA llegó a la conclusión formal de que Vladimir Putin prefería a Trump sobre Hillary Clinton, evaluando que el Kremlin intervino para perjudicar a Clinton y favorecer a Trump.
Brennan explicó que, desde la óptica rusa, Trump sería más beneficioso para sus intereses (dados sus pronunciamientos más comprensivos con Moscú), mientras que tenían una enemistad de años con Clinton. Este análisis estratégico de la CIA en pleno 2016 refleja un sesgo institucional: la inteligencia estadounidense prácticamente asumió que una presidencia de Trump sería ventajosa para Rusia, lo cual coloreó las interpretaciones de cada contacto o indicio.
Paradójicamente, Brennan también fue testigo de indicios de que la campaña rival de Clinton buscaba explotar la carta rusa. Documentos desclasificados en 2020 revelan que en julio de 2016 Brennan informó al presidente Obama acerca de inteligencia que “sugería que los rusos creían que Hillary Clinton había aprobado un plan para vincular a Trump con Rusia y así distraer la atención de su escándalo del correo electrónico”. Es decir, la CIA recogió información (proveniente de sus fuentes o de interceptaciones rusas) de que la campaña de Clinton planeaba “vilificar a Donald Trump suscitando un escándalo sobre interferencia de los servicios rusos”.
Brennan mismo posteriormente aclaró que tal reporte era “no verificado” y que, aun si fuera cierto, una estrategia de campaña de esa índole no sería ilegal. Sin embargo, el hecho de que Brennan sintiera la necesidad de brindar ese dato a Obama y derivarlo al FBI muestra que ya en verano de 2016 se jugaban dos tramas paralelas: la de Rusia intentando ayudar a Trump, y la de actores estadounidenses intentando asociar a Trump con Rusia. La CIA de Brennan quedó en el centro de ese juego cruzado, gestionando inteligencia extranjera mientras navegaba las sensibilidades políticas domésticas.
Peter Strzok y la investigación contraespionaje del FBI
En julio de 2016, el FBI abrió formalmente la investigación de contraespionaje denominada “Crossfire Hurricane” para averiguar si existía coordinación entre la campaña de Trump y el Kremlin. El encargado directo de esa pesquisa era Peter Strzok, entonces jefe de la sección de contraespionaje dedicada a Rusia. Strzok aportaba dos décadas de experiencia persiguiendo espías rusos, y desde su posición privilegiada percibía a Trump no como un político convencional sino como un riesgo de contrainteligencia. Con el paso del tiempo, Strzok llegó a la conclusión de que “Donald Trump está comprometido (compromised) por los rusos”, entendiendo que Moscú tenía influencias o palancas sobre él.
En una entrevista explicó un ejemplo concreto: durante la campaña, Trump afirmó públicamente no tener “ningún negocio en Rusia” mientras secretamente su abogado Michael Cohen negociaba un lucrativo proyecto de Torre Trump en Moscú; Putin sabía que esa negación era falsa, dándole así material para chantajear o presionar a Trump. “Para mantener esa mentira, esas partes (Trump y Rusia) tenían que ser cómplices en ocultarla… Eso le da influencia a Rusia sobre él”, señaló Strzok. Desde la óptica clásica de contraespionaje, un individuo en posición de poder que miente sobre algo que un gobierno extranjero puede probar, se vuelve vulnerable a coacción. Esta fue la lente con que Strzok y su equipo escrutaron los vínculos Trump-Rusia en 2016.
Ahora bien, la propia conducta de Strzok durante la investigación ha sido objeto de polémica. Se descubrieron mensajes de texto privados entre él y una colega del FBI (Lisa Page) donde manifestaba aversión personal hacia Trump. En uno de esos textos de 2016, Strzok aseguraba “Vamos a detenerlo” refiriéndose a la posible elección de Trump, lo que Trump y sus aliados luego esgrimieron como prueba de sesgo político en el seno del FBI. A raíz de ello, Strzok fue apartado de la investigación especial de Robert Mueller en 2017 y finalmente despedido en 2018.
Sin embargo, en defensa de su imparcialidad profesional, Peter Strzok declaró bajo juramento ante el Congreso que si realmente hubiera querido sabotear a Trump, tenía en su poder información explosiva durante la campaña que nunca reveló. “A comienzos de julio (de 2018), Peter Strzok explicó… que había tenido en su poder informaciones que habrían acabado con la candidatura del magnate en 2016”. Strzok testificó que “todos en el equipo (del FBI) sabíamos cosas que, de haber ido a la prensa o al Congreso, habrían destruido la campaña de Trump”, pero optaron por no divulgar nada durante el proceso electoral. Según él, esto demuestra que sus opiniones personales no guiaron las acciones oficiales.
De hecho, múltiples indagaciones posteriores -incluyendo las del Inspector General del DOJ (Departamento de Justicia)- “encontraron que no se tomaron acciones investigativas basadas en motivaciones políticas impropias”, sostuvo Strzok.vLa visión de Strzok se resume en que Trump representaba un objetivo legítimo de contraespionaje dada la suma de indicios:
- Los contactos anómalos con rusos
- Los elogios a Putin
- Los esfuerzos rusos comprobados para ayudarlo en la elección
- Sus propias mentiras que abrían la puerta a la influencia extranjera.
No obstante, a pesar de esas sospechas fundadas, la investigación del FBI tuvo que ceñirse a pruebas. Strzok indicó que para cuando Robert Mueller fue nombrado fiscal especial en mayo de 2017, “todavía teníamos interrogantes sin resolver” sobre si Trump o su entorno actuaron conscientemente en conjunto con Rusia. Esa incertidumbre se reflejaría luego en las conclusiones de Mueller.
Cronología de contactos clave: Hechos vs. narrativas
A fin de aclarar la cronología real de reuniones y supuestos vínculos entre Trump y Rusia, presentamos los eventos principales de 2016, contrastando los hechos confirmados con las narrativas que a veces los distorsionaron:
- 1987-2013 – Primeros contactos con Rusia: Trump visitó Moscú en 1987 invitado por funcionarios soviéticos, y de nuevo en 2013 para el certamen Miss Universo. Estas visitas no tuvieron un rol directo en 2016, pero según exagentes soviéticos, en esos viajes la KGB obtuvo información personal de Trump para su archivo. Años después, en 2015, Trump empezó a elogiar públicamente a Putin en campaña, destacando que el líder ruso le había dado “muy buenos cumplidos” y que podrían entenderse bien.
- Marzo-abril 2016 – Señuelos e iniciados: Varios asesores con conexiones internacionales se unieron a la campaña de Trump. George Papadopoulos, joven asesor de política exterior, fue informado en abril por un interlocutor ligado a Rusia de que Moscú tenía “miles de correos” de Hillary Clinton. Papadopoulos mencionó ese dato a un diplomático australiano, detonando la alerta que llevó al FBI a iniciar la investigación en julio. Por otro lado, Carter Page, asesor energético, viajó a Moscú en julio para dar un discurso en una universidad; allí contactó con académicos y funcionarios rusos, algo que luego se interpretó con sospecha pero que en sí mismo no probó ilegalidad. (Cabe señalar que el FBI obtuvo una orden FISA para vigilar a Page, sustentada en parte por el controvertido “dossier Steele”, documento de origen privado con alegaciones no verificadas).
- 9 de junio de 2016 – La reunión de la Torre Trump: Este encuentro, a menudo citado como prueba de posible colusión, ocurrió en la sede de campaña de Trump en Nueva York. Donald Trump Jr., Jared Kushner y Paul Manafort se reunieron con la abogada rusa Natalia Veselnitskaya, quien fue presentada por un publicista musical como emisaria con “información incriminatoria” proporcionada por el gobierno ruso contra Hillary Clinton. La realidad, según los asistentes, es que la reunión duró unos 20 minutos y se centró principalmente en discutir la Ley Magnitsky (sanciones de EE.UU. contra funcionarios rusos) y la posibilidad de reanudar adopciones de niños rusos por estadounidenses. Donald Jr. reconoció que «no se entregó información significativa» sobre Clinton y que rápidamente se percataron de que no habría el prometido “dirt” (trapo sucio) útil. Esta reunión fue posteriormente investigada por el fiscal Mueller, quien no encontró evidencia de que derivara en una conspiración formal ni que los participantes acordaran cooperar con la interferencia rusa más allá de escuchar la oferta. Narrativas iniciales en prensa insinuaron que quizás Trump (padre) sabía de antemano del encuentro; sin embargo, no surgieron pruebas concretas de su conocimiento previo, y él lo ha negado.
- Julio 2016 – Convención y contactos informales: Durante la Convención Republicana en Cleveland (18-21 de julio), miembros del equipo Trump tuvieron interacciones protocolares con diplomáticos rusos. El entonces senador Jeff Sessions, futuro Fiscal General, conversó brevemente con el embajador ruso Sergey Kislyak en un evento público; más adelante, esa simple cortesía sería exagerada por detractores como si se tratase de una reunión clandestina, cuando en realidad es común que embajadores socialicen en convenciones políticas. Asimismo, se citó que la campaña de Trump modificó la plataforma electoral del Partido Republicano suavizando un punto sobre ayuda letal a Ucrania, lo que alimentó especulaciones de influencia prorrusa. Si bien es cierto que la enmienda ocurrió, los encargados de la plataforma declararon que fue una decisión de política tradicional, no resultado de un pedido ruso directo.
- Otoño 2016 – Alegaciones de vínculos secretos: A medida que avanzaba la campaña, surgieron acusaciones más siniestras. En septiembre, algunos medios reportaron que un servidor de la Organización Trump se comunicaba secretamente con Alfa Bank, un banco ruso privado, insinuando un canal clandestino. El FBI investigó esas comunicaciones de datos y no encontró actividad ilícita, considerándolas posiblemente resultado de spam o pings rutinarios. Aun así, la mera noticia sirvió para aumentar las sospechas públicas. También en ese periodo empezó a circular entre periodistas y autoridades el mencionado Dossier Steele –informe recopilado por el exespía británico Christopher Steele, financiado indirectamente por la campaña de Clinton-. Este dossier alegaba, entre otras cosas, una conspiración elaborada entre asociados de Trump y el Kremlin, incluyendo una supuesta reunión clandestina en Praga entre el abogado de Trump Michael Cohen y agentes rusos. Tal reunión habría ocurrido en agosto de 2016 según el dossier; sin embargo, Cohen negó rotundamente haber viajado a Praga y registros de su pasaporte corroboraron su ausencia de la República Checa. El propio informe Mueller posteriormente “no estableció que Cohen se reuniera con funcionarios rusos en Praga”, invalidando esa narrativa específica.
- 8 de noviembre de 2016 – Victoria electoral y reacciones en Moscú: Cuando Trump ganó la elección, representantes del gobierno ruso expresaron júbilo. Un miembro de la Duma Rusa declaró públicamente “Trump’s victory is a victory for Putin”. Si bien Rusia celebró el resultado, no hay evidencia de contacto directo entre Trump y Putin durante la campaña. De hecho, no se conocieron en persona hasta julio de 2017, en la cumbre del G20 una vez Trump ya era presidente.
- Diciembre 2016 – Transición y comunicaciones con Rusia: Tras la elección, durante el periodo de transición, hubo nuevos contactos que luego serían objeto de escrutinio. Michael Flynn, designado Consejero de Seguridad Nacional, habló por teléfono con el embajador Kislyak el 29 de diciembre, discutiendo las sanciones que Obama acababa de imponer a Rusia por la interferencia electoral. Si bien es usual que gobiernos entrantes hablen con contrapartes extranjeras, Flynn fue luego acusado de mentir al FBI sobre esa conversación (lo que le costó su puesto e imputación, aunque años después sería indultado). También en diciembre, el yerno de Trump Jared Kushner se reunió con Kislyak y propuso explorar un canal secreto de comunicación usando instalaciones rusas, algo que no prosperó pero cuya mera sugerencia alarmó a las agencias estadounidenses. Estos episodios alimentaron la narrativa de que el equipo de Trump tenía prisa por acercarse a Moscú incluso antes de asumir el poder.
En resumen, la cronología fáctica muestra varios contactos entre personas del entorno de Trump y rusos durante 2016, algunos inapropiados o políticamente insensatos, pero ninguno comprobado como acuerdo criminal de conspiración. Esta conclusión fue respaldada por la investigación exhaustiva del fiscal especial Robert Mueller (2017-2019). En su informe final, Mueller afirmó que “la investigación no estableció que miembros de la campaña de Trump conspiraran o se coordinaran con el gobierno ruso en sus actividades de interferencia electoral”. Es decir, no se encontraron pruebas suficientes de colusión deliberada. No obstante, Mueller detalló numerosos “contactos sustanciales” y dejó claro que Rusia sí intervino a favor de Trump, así como la campaña de Trump esperaba beneficiarse de esa ayuda.
La ausencia de conspiración punible no equivale a una ausencia de interacción: existe una fina línea entre contacto inapropiado y conspiración, y Mueller situó los hechos del lado del primero.
Esfuerzos para vincular a Trump con Rusia: la trama dentro de la trama
Paralelamente a los hechos anteriormente descritos, hubo intentos claros de vincular a Trump con Rusia para desacreditarlo en la arena política. Estos esfuerzos provinieron de opositores domésticos (en la campaña de Clinton, en círculos de Washington e incluso actores extranjeros aliados a esa causa) y continuaron durante y después de la campaña de 2016. A diferencia de las teorías conspirativas sin sustento, aquí nos enfocamos en iniciativas documentadas:
- El “Plan” de Clinton para vilificar a Trump: Como mencionamos, la propia CIA registró información en julio de 2016 sobre una estrategia atribuida a Hillary Clinton para “provocar un escándalo conectando a Trump con la interferencia rusa”. Notas manuscritas de John Brennan (desclasificadas en 2020) recogen que Clinton habría aprobado esa propuesta de uno de sus asesores de política exterior. Brennan informó de esto al presidente Obama y lo comunicó al FBI, lo que indica que las agencias de inteligencia sabían que existía esa intención política. Aunque los portavoces de Clinton negaron la veracidad de ese reporte calificándolo de “basura infundada”, el hecho es que paralelamente la campaña demócrata financió el dossier Steele a través de un bufete y Fusion GPS. Dicho dossier -compuesto por rumores obtenidos de fuentes rusas no identificadas- fue entregado al FBI en 2016 y se convirtió en pieza central de la narrativa de colusión en medios y pesquisas. Hoy se sabe que el dossier contenía afirmaciones no corroboradas o falsas, pero en 2016 su mera existencia sirvió para sembrar sospechas que perduraron años.
- Iniciativas desde Ucrania contra Manafort (y Trump): Otro frente poco difundido involucra a Ucrania. Paul Manafort, presidente de la campaña de Trump a mediados de 2016, tenía un historial de trabajo para políticos prorrusos en Ucrania (como Viktor Yanukóvych). A mediados de ese año, funcionarios ucranianos alineados con el gobierno de Petro Poroshenko colaboraron con operativos demócratas en EE.UU. para exponer los trapos sucios de Manafort. Alexandra Chalupa, consultora del Comité Nacional Demócrata (DNC) y de origen ucraniano, coordinó con la embajada de Ucrania en Washington la búsqueda y difusión de información perjudicial sobre Manafort. En agosto 2016, se filtró desde Kiev el llamado “libro negro” de contabilidad que implicaba pagos ilícitos a Manafort; pocos días después Manafort tuvo que dimitir de la campaña Trump, y su caída alimentó la narrativa de que la campaña de Trump estaba infiltrada de agentes prorrusos. Un reportaje de Politico posterior reconoció que “oficiales ucranianos trataron de sabotear a Trump” y esas maniobras “tuvieron impacto en la contienda, ayudando a forzar la renuncia de Manafort y avanzando la narrativa de que la campaña de Trump estaba conectada profundamente con el enemigo de Ucrania al este, Rusia”. Esto evidencia que no solo Rusia estaba actuando en 2016: también hubo interferencia de parte de Ucrania, pero orientada a dañar a Trump.
- Flujo de información a medios e investigadores: Kenneth McCallion, a quien mencionamos antes, jugó un rol sutil en nutrir la historia Trump-Rusia. Tras fracasar en tribunales con una demanda contra Manafort por corrupción en Ucrania, McCallion decidió compartir sus hallazgos con agencias y periodistas. Él mismo admite que “algunos reporteros… han confiado en información y documentos que yo les proporcioné” para sus coberturas sobre Trump y Manafort. De hecho, en abril de 2016 (en plena primaria republicana) McCallion filtró datos a un medio –el Washington Free Beacon– que publicó un artículo investigativo sobre Manafort, contribuyendo a poner bajo el reflector sus lazos con oligarcas ucranianos. Es decir, parte de la narrativa de prensa que pintaba a Trump como cercano a intereses rusos/mafiosos fue alimentada activamente por adversarios legales y políticos con información selectiva.
- Investigaciones oficiales con motivación política: Con Trump ya en la Casa Blanca, persistieron los intentos de vincularlo a Rusia para minar su legitimidad. Altos exfuncionarios de inteligencia como John Brennan y James Clapper aparecieron con frecuencia en medios sugiriendo que “había evidencia” o que Trump podría ser un agente ruso, aun cuando por su posición sabían que la investigación seguía en curso sin conclusiones definitivas. Paralelamente, en el Congreso, opositores como el representante Adam Schiff insistieron públicamente en que “había más que evidencia circunstancial” de colusión, aunque esas aseveraciones no se materializaron en los reportes finales cuando las transcripciones fueron desclasificadas. En mayo de 2017, tras el abrupto despido del director del FBI James Comey, se nombró al exdirector del FBI Robert Mueller como Fiscal Especial. La apertura de la investigación Mueller calmó momentáneamente la presión pública, trasladando la resolución al fuero legal.
- El desenlace y la persistencia narrativa: En marzo de 2019, el Informe Mueller confirmó la interferencia rusa pero no halló conspiración imputable entre Trump y el Kremlin. Pese a este resultado, ciertos sectores insistieron en la narrativa de colusión. Incluso después de concluida la investigación, se planteó un “impeachment” contra Trump en 2019, originalmente centrado en sus gestiones con Ucrania (irónicamente, para investigar posibles corrupciones de la familia Biden relacionadas con Ucrania). Aunque ese juicio político no versó sobre Rusia, fue visto por partidarios de Trump como una continuación del esfuerzo por derribarlo, cambiando de pretexto cuando el anterior (Rusia) no prosperó.
En retrospectiva, el período 2016-2019 reveló cómo se pueden politizar los procesos de inteligencia. Hubo, por un lado, hechos genuinos (Rusia entrometiéndose a favor de Trump, contactos cuestionables que justificaron una investigación) y, por otro, hipótesis maximalistas impulsadas por oponentes (que Trump fuera un agente controlado por Moscú). Documentos desclasificados, como los del Director de Inteligencia Nacional John Ratcliffe en 2020, muestran que “el gobierno de EE.UU. poseía abundante inteligencia indicando que las acusaciones de colusión Trump-Rusia eran artificiosas” y parte de una narrativa vendida por el equipo de Clinton. Ratcliffe aludió a “todo tipo de inteligencia sobre la falsa colusión rusa… que Hillary Clinton había creado un plan para difundir alegaciones falsas sobre Trump y Rusia”.
Aunque esa caracterización pueda ser debate político, es innegable que se orquestaron acciones para atar a Trump con Rusia más allá de lo que la evidencia fría soportaba.
Conclusión
El análisis de inteligencia y contrainteligencia sobre Donald Trump y Vladimir Putin durante 2016 y años siguientes revela un panorama complejo y aleccionador. En primer lugar, existen hechos comprobados: Rusia llevó a cabo una operación de influencia en 2016 con el objetivo de beneficiar a Trump, y Trump y su entorno tuvieron múltiples interacciones con personas vinculadas a Rusia. Servicios de espionaje como la KGB/FSB llevaban años recopilando información sobre Trump, viendo en él a un potencial “activo” explotable. Agentes estadounidenses como Peter Strzok identificaron indicios legítimos de riesgo y actuaron conforme a su deber, aunque no sin controversias internas.
Al final, investigaciones oficiales (FBI, Mueller) no probaron una conspiración deliberada entre Trump y el Kremlin, pero sí destaparon un inquietante entramado de contactos y vulnerabilidades que en otro contexto habrían hecho sonar las alarmas de contrainteligencia respecto a cualquier candidato. En segundo lugar, se evidencia que, mientras esas investigaciones ocurrían, hubo actores políticos decididos a construir una narrativa de traición alrededor de Trump. Ya fuera autorizando un expediente lleno de rumores (dossier Steele) o coordinando filtraciones desde Kiev, estos actores buscaron desacreditar a Trump vinculándolo a Rusia más allá de lo que los hechos duros permitían.
En cierto modo, la acusación de «colusión» se convirtió en un arma arrojadiza política. Esto no significa que la preocupación por la injerencia rusa fuera infundada –de hecho, era y es real–, sino que algunas denuncias específicas contra Trump fueron infladas o fabricadas para obtener rédito político. Para la comunidad de inteligencia, este episodio deja lecciones importantes. John Brennan y la CIA tuvieron que maniobrar con sumo cuidado en 2016, enfrentando simultáneamente la agresión rusa y la ebullición política interna.
La “ideologización” de la inteligencia con fines partidistas puede socavar la confianza en las agencias: por ejemplo, sectores conservadores hoy ven a Brennan y Strzok como parciales, mientras que sectores liberales ven confirmadas sus sospechas sobre Trump. La verdad, como suele suceder, es más matizada. Desde una perspectiva crítica y conservadora, es válido señalar que durante la llamada “trama rusa” se cometieron excesos narrativos. Hubo quien habló de “traición” sin pruebas concluyentes, y ciertos medios promovieron teorías que luego se desmoronaron (v.gr. la conspiración del servidor secreto o el viaje a Praga de Cohen).
Esto dañó la credibilidad de la prensa y de instituciones, alimentando la polarización. Entretanto, las amenazas reales (la intromisión extranjera en elecciones, la corrupción transnacional) quedaron ensombrecidas por disputas partidistas.
En conclusión, el caso Trump-Putin nos muestra un choque inédito entre espionaje y política. Por un lado, un adversario extranjero (Rusia) desplegó tácticas clásicas de inteligencia para penetrar nuestra esfera democrática, e incluso aprovechó las debilidades de una figura polarizante como Trump. Por otro lado, facciones internas instrumentalizaron esa amenaza para librar batallas de poder domésticas. La convergencia de ambos dio lugar a uno de los episodios más divisivos de la historia política reciente de EE.UU.
Un análisis sobrio y basado en hechos –como el aquí presentado– es esencial para aprender de esa experiencia: ni caer en complacencias (ignorar verdaderos riesgos de contrainteligencia), ni sucumbir a narrativas incendiarias sin sustento. La inteligencia debe buscar la verdad factual por encima de la conveniencia política, y la ciudadanía merece conocer esa verdad con rigor lógico y perspectiva crítica.
3 respuestas
felicidades doctor , muy completo el artículo y muy interesante el análisis
Estimado Roberto:
Te felicito por el rigor y la claridad de este análisis. Me parece una pieza quirúrgica, bien documentada, que va más allá de la narrativa fácil para meterse al terreno donde se cruzan el espionaje, la política y la vulnerabilidad democrática.
Mientras leía, no podía evitar pensar en lo actual que sigue siendo este caso. Más allá de Trump, lo que de verdad expones con agudeza es cómo la inteligencia —cuando se contamina de intereses partidistas— deja de ser brújula estratégica para convertirse en herramienta de campaña. Y ahí es donde todo se tuerce. No absuelves ni condenas, pero sí desnudas lo esencial: que el uso político de una amenaza real puede terminar siendo más corrosivo que la amenaza misma.
Lo más potente de tu texto, a mi juicio, está en la advertencia implícita: si la inteligencia se convierte en arma narrativa y no en instrumento de Estado, el enemigo deja de estar solo afuera… y se instala dentro, disfrazado de analista, de portavoz o de justiciero mediático.
Gracias por invitarnos a leer los hechos con perspectiva crítica y sin caer en trincheras fáciles. En estos tiempos, ese enfoque se agradece y se necesita.
Un abrazo fraterno,
Rafael Moya
Excelente análisis, enfoque muy meticuloso de todas las aristas.