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Perú será sede del Taller de los Acuerdos Artemis 2026: un hito espacial sin precedentes en América Latina

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Perú ha sido seleccionado como sede del Taller de los Acuerdos Artemis 2026, un acontecimiento sin precedentes para América Latina. Esta decisión posiciona al país no solo como un actor emergente en la diplomacia científica global, sino también como una pieza estratégica en la construcción de nuevas reglas para la exploración del espacio exterior. El evento, promovido por la NASA y países firmantes del marco Artemis, será un foro clave para definir principios sobre cooperación, sostenibilidad y uso pacífico del espacio. Con este anuncio, Perú entra en el radar geopolítico de la gobernanza espacial, un terreno cada vez más competitivo y codiciado.

La decisión fue anunciada en Abu Dhabi en mayo de 2025, donde representantes del Ministerio de Relaciones Exteriores y de CONIDA participaron en la tercera edición del taller. El hecho de que Perú se convierta en el primer país latinoamericano en albergar esta cumbre evidencia un proceso de inserción internacional que, aunque silencioso, apunta a la construcción de un relato de poder blando sostenido en ciencia, diplomacia y proyección regional.

Perú sera la sede del taller de los acuerdos Artemis 2026

¿Qué son los Acuerdos Artemis?

Los Acuerdos Artemis fueron lanzados en 2020 como un marco internacional de principios para guiar la exploración pacífica del espacio, sobre la base del Tratado del Espacio Ultraterrestre de 1967. Promovidos por Estados Unidos, y en particular por la NASA, estos acuerdos buscan establecer normas de comportamiento común entre los países firmantes, fomentando la cooperación científica, la sostenibilidad en misiones espaciales y la transparencia en el uso de recursos fuera de la Tierra. A diferencia de tratados vinculantes, su naturaleza diplomática permite sumar adherentes sin procesos legislativos complejos, lo que ha facilitado su rápida expansión.

A la fecha, más de 50 países han suscrito los acuerdos, incluyendo varias naciones de América Latina. La incorporación de países como Brasil, Colombia, México y Chile revela una creciente voluntad regional por participar activamente en la futura gobernanza espacial. Este proceso, además de geoestratégico, tiene un fuerte componente narrativo: se trata de construir legitimidad simbólica y posicionarse como defensores de un orden espacial pacífico frente a la creciente militarización que otros actores están impulsando. Esta disputa por el imaginario colectivo de lo espacial recuerda a los esfuerzos de campañas políticas por definir el relato dominante, apelando a símbolos, visiones y temores compartidos.

Perú y su adhesión al programa Artemis

El 30 de mayo de 2024, Perú se convirtió en el signatario número 41 de los Acuerdos Artemis, formalizando su adhesión en una ceremonia realizada en la sede de la NASA en Washington D.C. La delegación peruana estuvo encabezada por el canciller Javier González-Olaechea, y contó con la presencia del administrador de la NASA, Bill Nelson, y funcionarios del Departamento de Estado. Esta firma no solo consolidó el vínculo bilateral con Estados Unidos, sino que marcó un cambio de orientación en la política exterior peruana, que desde entonces ha empezado a priorizar la diplomacia científica como herramienta de prestigio internacional.

Más allá del acto simbólico, la adhesión peruana expresa una apuesta estratégica por insertarse en los espacios de gobernanza global sin necesidad de competir militarmente. El espacio, como nuevo eje de poder, exige construir capacidades técnicas, narrativas y de negociación, lo que implica preparar cuadros técnicos, formar voceros y participar activamente en la elaboración de estándares internacionales. Este tipo de inserción, aparentemente técnica, demanda un entendimiento profundo de cómo opera el poder, incluso en escenarios menos visibles: una lógica muy similar a la que subyace en las operaciones psicosociales, donde la percepción pública puede ser tan determinante como la infraestructura real.

El anuncio en Abu Dhabi (2025) y elección como sede

Durante la tercera edición del Taller de los Acuerdos Artemis, celebrada en Abu Dhabi el 21 y 22 de mayo de 2025, se anunció oficialmente que Perú será sede del próximo taller en 2026. El evento reunió a representantes de agencias espaciales, diplomáticos, académicos y especialistas en derecho internacional, y sirvió como espacio para evaluar los avances en la implementación de los principios Artemis. La elección de Perú fue saludada como un reconocimiento al compromiso técnico del país y a su voluntad de liderar desde América Latina una visión cooperativa del futuro espacial.

Este anuncio no fue solo un gesto protocolar. En diplomacia, ser anfitrión de un evento de alto nivel es una forma concreta de ganar capital simbólico, proyectar liderazgo y marcar agenda. La presencia de Perú en este espacio posiciona al país en un campo de competencia donde la influencia se mide por la capacidad de construir consensos y generar credibilidad técnica. Este tipo de espacios, al igual que en campañas electorales, exige construir una estrategia de visibilidad sostenida, donde cada gesto —una invitación, una foto, un discurso— se alinea con un objetivo mayor.

¿Qué implica ser sede del taller en 2026?

Convertirse en sede del Taller de los Acuerdos Artemis implica mucho más que logística o protocolo. Perú deberá recibir delegaciones diplomáticas, científicas y técnicas de más de 50 países, gestionar una agenda de alto nivel y posicionarse como interlocutor válido en temas de exploración espacial, sostenibilidad y derecho internacional. Esto exige no solo capacidad organizativa, sino también alineamiento político, institucional y estratégico, especialmente en un país con escenarios de gobernabilidad frágil. El evento será también una vitrina para mostrar avances científicos nacionales, como los desarrollos de CONIDA, y fomentar alianzas con universidades, centros tecnológicos y agencias internacionales.

En términos de narrativa internacional, el evento es una oportunidad para construir un relato-país anclado en ciencia, innovación y cooperación pacífica, lo cual puede impactar positivamente la imagen externa del Perú. Pero también implica desafíos: evitar que el evento se diluya en lo simbólico sin generar capacidades internas. Tal como ocurre en campañas políticas cuando se lanza una promesa de alto impacto, el verdadero reto está en articular coherencia entre expectativa pública y capacidad operativa, algo que requiere técnicas propias de la gestión de riesgo comunicacional, usualmente abordadas en los manuales de inteligencia estratégica.

El papel de América Latina en la gobernanza espacial

América Latina ha empezado a posicionarse como actor colectivo en el nuevo orden espacial. Con la incorporación de países como Brasil, México, Argentina, Colombia, Chile, Ecuador y Uruguay a los Acuerdos Artemis, la región proyecta una voluntad común de participar en la definición de normas globales sobre exploración y cooperación en el espacio. Aunque no existe aún una coordinación interestatal clara, la convergencia simbólica en torno a Artemis sugiere una oportunidad para articular un frente regional que impulse soberanía tecnológica, capacidades satelitales y proyección estratégica.

La inclusión de Perú como sede del próximo taller refuerza esa lógica regional. Sin embargo, el riesgo de una participación meramente testimonial sigue presente. Para que América Latina avance como actor geoespacial, debe superar su papel pasivo y comenzar a construir inteligencia regional, no solo técnica sino también diplomática, jurídica y comunicacional. Este tipo de inteligencia colectiva requiere estructuras operativas similares a las que se emplean en contextos de contrainteligencia política: alianzas discretas, flujo de información, alertas tempranas. En ese nivel, la construcción de confianza estratégica entre países se convierte en un activo tan importante como los propios cohetes.

Análisis: ¿Qué oportunidades abre este hito para Perú?

La elección de Perú como sede del Taller de los Acuerdos Artemis abre una ventana estratégica para redefinir el lugar del país en el sistema internacional, no solo como receptor de cooperación, sino como generador de propuestas normativas en campos emergentes. El espacio, hasta hace poco considerado un tema lejano para la región, se ha convertido en un escenario concreto de disputa, regulación y cooperación. El reto está en traducir ese momento simbólico en acciones concretas: fortalecer capacidades locales, incorporar el tema en la agenda educativa y científica, y consolidar un cuerpo diplomático especializado en temas tecnológicos.

Además, este tipo de eventos permite entrenar habilidades blandas y construir liderazgos públicos que operen desde la narrativa de la modernidad. En ese sentido, la oratoria política, la vocería internacional y la capacidad de relato técnico se vuelven herramientas claves, no solo para convencer, sino para alinear intereses diversos. La política exterior se nutre también de esas formas de expresión estratégica. En escenarios así, la persuasión no es un recurso retórico, sino una técnica medible, como en los debates electorales o las negociaciones multilaterales.

Conclusión

La decisión de que Perú sea sede del Taller de los Acuerdos Artemis en 2026 representa mucho más que un logro diplomático: es una señal de que el país está dispuesto a disputar nuevos espacios de relevancia en un mundo cada vez más definido por la tecnología y la gobernanza global. Este evento no solo le dará visibilidad, sino que le impone una responsabilidad narrativa: construir un discurso coherente con las aspiraciones de innovación, sostenibilidad y cooperación que definen los principios Artemis.

Pero también será una prueba. La historia latinoamericana está llena de momentos simbólicos que no se tradujeron en transformación estructural. Para evitar repetir ese patrón, será necesario articular capacidades técnicas, diplomáticas y comunicativas que acompañen el relato. Este tipo de desafío no es ajeno a quienes diseñan campañas electorales complejas o gestionan conflictos de alta sensibilidad: se trata de leer el entorno, anticiparse a los riesgos y proteger el relato sin perder el rumbo estratégico. En otras palabras, de aplicar inteligencia narrativa como método de supervivencia política en un escenario global altamente competitivo.

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