El 13 de junio de 2025, un bombardeo israelí contra instalaciones nucleares y fábricas de misiles en Irán desencadenó represalias con misiles y drones, reavivando la atención mundial sobre quiénes respaldan a Teherán y cómo se articula esa red de aliados. La escalada puso de relieve la importancia estratégica del llamado Eje de la Resistencia: la coalición informal que Irán lidera y que recurre a milicias como Hezbollah en Líbano, Hamás y la Yihad Islámica en Gaza, los hutíes en Yemen y diversas facciones chiíes en Siria e Irak. Esta constelación de actores permite a Teherán proyectar poder más allá de sus fronteras y desafiar tanto a Israel como a Estados Unidos sin arriesgarse a una guerra convencional total.
Aunque el término comenzó a popularizarse a principios de los 2000, las raíces del Eje se remontan a la Revolución Islámica de 1979 y al ideal de “resistencia frente a la influencia occidental». Bajo el impulso del difunto general Qassem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds, Irán consolidó un entramado de grupos armados financiados, entrenados y abastecidos por Teherán. Hoy, esta red opera en varios frentes -del Mediterráneo al mar Rojo- y condiciona el equilibrio de poder en Oriente Medio, influyendo en guerras proxy, negociaciones diplomáticas y en el precio global de la energía.
Origen del Eje de la Resistencia
Tras la Revolución Islámica de 1979, el nuevo régimen iraní creó la Guardia Revolucionaria (IRGC) con la misión expresa de exportar su ideología y apoyar a movimientos “de los oprimidos” en toda la región. Bajo figuras como Mohammad Montazeri y Mostafa Chamran, se fundó el Departamento para los Movimientos de Liberación Islámica, germen de la cooperación con la milicia chií que luego se conocería como Hezbollah en el Líbano. Ese entramado, concebido como una “Internacional Islámica”, sentó las bases logísticas, financieras y doctrinales del futuro eje anti-occidental y anti-israelí que décadas después se bautizaría como Eje de la Resistencia.
El término en sí surgió a comienzos de los 2000 como respuesta al “eje del mal” acuñado por George W. Bush como parte de su narrativa de la la lucha contra el terrorismo, -catalogada como una de las Operaciones Psicológicas (PSYOPS) más impactantes de los últimos tiempos-. La prensa árabe -y medios iraníes -empezó a hablar de un “axis of resistance” que aglutinaba a Irán, Siria, Hezbollah y, más tarde, a Hamás, para oponerse a la influencia de Estados Unidos e Israel. Declaraciones públicas de dirigentes iraníes y sirios entre 2004 y 2012 reforzaron la idea de una “cadena de resistencia” en la que Siria era el eslabón dorado.
La consolidación operativa llegó bajo el liderazgo del general Qassem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds. Durante la guerra de Siria (2011-2024) organizó una coalición multinacional de milicias chiíes iraquíes, Hezbollah y asesores iraníes que sostuvo a Bashar al-Assad y aseguró corredores terrestres hasta el Líbano. Ese mismo modelo se replicó en Irak contra el ISIS y, más tarde, se expandió a los hutíes en Yemen. Con ello, Irán pasó de ser un simple patrocinador a dirigir una red militar transfronteriza capaz de coordinar frentes simultáneos y desafiar a Israel y a Estados Unidos sin exponerse a una guerra convencional directa.
Motivación ideológica del Eje de la Resistencia
El Eje de la Resistencia está cimentado sobre una narrativa ideológica que combina nacionalismo y la concepción islámica del chiísmo, oposición a la ideología del sionismo y un fuerte rechazo a la hegemonía de Estados Unidos y sus aliados -el cual llama «El Gran Satán»-. Desde la Revolución Islámica de 1979, el liderazgo iraní ha promovido la idea de una ummah (comunidad islámica) que resiste la colonización cultural, política y económica de Occidente. Esta visión fue adoptada por grupos como Hezbollah, que desde su fundación ha mezclado teología chií, retórica antiisraelí y lealtad directa al ayatolá de Irán.
Un eje central de su discurso es la resistencia contra la ocupación de Palestina. Aunque Irán es un estado chií y la mayoría de los grupos palestinos son sunitas, la causa palestina se convirtió en bandera panislámica para legitimar la lucha contra Israel más allá de divisiones sectarias. Tanto Hezbollah como Hamás y la Yihad Islámica utilizan el término “resistencia” (muqawama) para describir su lucha armada, en oposición a las soluciones diplomáticas respaldadas por Egipto, Jordania o Arabia Saudita. En este marco, el enfrentamiento con Israel no es solo territorial, sino teológico, moral y civilizacional.
Esta ideología también sirve para canalizar tensiones internas. Al presentarse como defensores de los oprimidos del mundo islámico, los miembros del Eje justifican su armamentismo y su expansión militar bajo la premisa de defensa de la soberanía y la dignidad frente a potencias extranjeras. Irán acusa a Estados Unidos de saquear recursos, fomentar guerras sectarias y proteger a regímenes autoritarios en el Golfo. A su vez, sus aliados denuncian a las monarquías árabes como traidoras por su acercamiento a Israel en el marco de los Acuerdos de Abraham.
Miembros del Eje de la Resistencia
El núcleo estatal lo componen Irán y, en menor medida, lo que queda del régimen sirio de Bashar al-Asad. Teherán dirige la coordinación a través de la Guardia Revolucionaria (IRGC) y su Fuerza Quds, que financian, entrenan y arman a todos los demás integrantes. Siria aporta geografía -corredores terrestres hacia el Líbano y el Mediterráneo- y una plataforma para almacenar misiles y drones que apuntan a Israel.
En el frente del Levante se ubica Hezbollah (Líbano), el aliado más veterano y mejor armado; junto a él operan en Gaza Hamás y la Yihad Islámica Palestina (PIJ), que reciben apoyo financiero, armas ligeras y cohetes de fabricación iraní. Otros grupos menores ―como el Frente Popular para la Liberación de Palestina-Comando General― aparecen ocasionalmente bajo el paraguas del Eje cuando coinciden los intereses tácticos contra Israel.
Hacia Irak funciona un entramado de milicias chiíes agrupadas en las Fuerzas de Movilización Popular (Hashd al-Shaabi), entre ellas Kataib Hezbollah, Asaib Ahl al-Haq, Harakat Hezbollah al-Nujaba y la Organización Badr. Estas facciones constituyen la “reserva estratégica” de Irán: hostigan bases de EE. UU., protegen rutas hacia Siria y, llegado el caso, pueden lanzar cohetes o drones contra Israel desde el desierto occidental iraquí.
Al sur, el Eje incorpora a los hutíes (Ansar Allah) de Yemen, responsables de ataques con misiles crucero y drones Shahed contra Arabia Saudita, Emiratos e Israel desde 2021. Completan la red las brigadas expedicionarias chiíes reclutadas por la Fuerza Quds: la División Fatemiyoun (afganos), la Brigada Zainebiyoun (paquistaníes) y células menores como Hezbollah al-Hejaz en Arabia Saudita o Saraya al-Ashtar en Baréin, que actúan como “pivotes” para sabotaje y propaganda en el Golfo. Con este mosaico de actores estatales y milicias transnacionales, Irán proyecta influencia desde el Mediterráneo hasta el mar Rojo y mantiene a Israel y EE. UU. ocupados en múltiples frentes simultáneos.
Operaciones coordinadas y guerras proxy
El Eje de la Resistencia ha desarrollado su poder a través de una estrategia de guerras proxy, en las que sus aliados y milicias actúan como brazos armados de Irán sin que este tenga que entrar directamente en conflicto. Uno de los primeros ejemplos fue la Segunda Guerra del Líbano en 2006, cuando Hezbollah lanzó cohetes contra el norte de Israel y resistió una ofensiva terrestre israelí durante más de un mes, considerado una víctoria para el Eje de la Resistencia. Este conflicto demostró que una milicia entrenada por Irán podía desafiar a las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) de forma efectiva, marcando un precedente para futuros enfrentamientos indirectos.
Durante la guerra civil en Siria, a partir de 2011, el Eje actuó como un frente unido en defensa del régimen de Bashar al-Asad. Hezbollah desplegó tropas, Irán envió asesores militares y la Fuerza Quds coordinó milicias chiíes de Irak, Afganistán y Pakistán. Esta operación multinacional salvó al régimen sirio del colapso y afianzó un corredor terrestre estratégico entre Irán, Irak, Siria y Líbano, conocido como el “Eje chií”. La guerra siria no solo consolidó la logística del Eje, sino también su capacidad para operar simultáneamente en varios frentes bajo un mando coordinado.
En Yemen, los hutíes -apoyados militarmente por Irán- han lanzado decenas de ataques con misiles y drones contra objetivos estratégicos en Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e incluso Israel. Aunque los vínculos entre Teherán y Ansar Allah son más discretos que con Hezbollah o Hamás, la transferencia de tecnología (como los drones Shahed y misiles Quds) indica un alineamiento operativo dentro del Eje. Yemen se ha convertido en un laboratorio de guerra asimétrica, donde Irán exporta su modelo de resistencia al Golfo Pérsico.
En años recientes, el Eje ha expandido sus operaciones fuera de Medio Oriente. El caso más notorio ha sido la entrega de drones Shahed-131 y 136 a Rusia, utilizados en ataques contra Ucrania desde 2022. Aunque ese conflicto no involucra directamente a Israel, refuerza el mensaje de que la tecnología militar iraní tiene alcance global. Además, desde Irak y Siria, milicias aliadas a Irán han lanzado ataques contra bases estadounidenses, presionando a Washington en múltiples frentes. Así, el Eje demuestra que no necesita ejércitos regulares para alterar el equilibrio militar internacional, sino una red de aliados flexibles, ideológicamente alineados y armados con medios eficaces y económicos.
Conclusiones
El Eje de la Resistencia se ha consolidado como una coalición híbrida que combina poder estatal y fuerzas no estatales para proyectar la influencia de Irán más allá de sus fronteras. A través de una estrategia de guerras proxy, la república islámica ha tejido una red de milicias -desde Hezbollah en el Mediterráneo hasta los hutíes en el mar Rojo- capaz de desbordar los límites tradicionales de la confrontación militar y desafiar simultáneamente a Israel, Estados Unidos y sus aliados. Este entramado aprovecha la inteligencia operativa de la Guardia Revolucionaria y la Fuerza Quds, la financiación y la transferencia tecnológica (misiles, drones y guerra electrónica) para mantener a múltiples frentes activos con costos relativamente bajos y escasa exposición directa.
Al mismo tiempo, la narrativa de “resistencia” otorga legitimidad ideológica a un proyecto que mezcla religión, nacionalismo y anti-imperialismo, permitiendo reclutar apoyos incluso entre facciones suníes pese a su núcleo chií. Tras décadas de construcción, el Eje dispone hoy de rutas terrestres y marítimas para mover armamento, de medios de comunicación propios para amplificar su discurso y de la capacidad probada de sincronizar ofensivas en varios teatros. En conjunto, estos factores aseguran que, mientras persistan las tensiones con Israel y Occidente, el Eje de la Resistencia seguirá siendo un actor clave—y difícil de neutralizar—en la ecuación de seguridad de Oriente Medio.