La lengua es un organismo vivo, mutable y en esta condición ha existido y se ha desarrollado con reformas para mejorar, sin que ello signifique poner trabas y trampas a sus hablantes y escribientes, pues las modificaciones no pueden, de ninguna manera, caer en la novelería de la manipulación a mansalva, tal como si fuera un títere en manos de quienes, con ínfulas de haber venido al mundo a transformarlo todo, pretenden imponer formas encaminadas a transformar y normalizar absurdos, todo en pro del cambio radical, así porque si, sin el menor recato.
La Real Academia de la Lengua -RAE- ha sido clara y contundente al respecto, el llamado lenguaje inclusivo es una deformación artificiosa que no encuentra sustento en la estructura del idioma español y lejos de fomentar la equidad, entorpece la comunicación y desvirtúa la riqueza lingüística.
La lengua evoluciona de manera orgánica, impulsada por el uso, la costumbre y la necesidad, no por decretos ideológicos, menos todavía por textos redundantes plagados de enredos que, van invadiendo poco a poco la papelería, como si de lava volcánica se tratase.
Ludwing Wittgenstein, filósofo austriaco-británico, autor de “Investigaciones Filosóficas” afirmaba: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, en esa línea de pensamiento, los defensores del inclusivismo lingüístico no toman en cuenta que, esos límites no pueden ser trazados arbitrariamente, más aún cuando no se resuelve el problema de fondo, no entienden que la desigualdad es un problema social y cultural, no gramatical.
Intolerantes con las tradiciones, irreverentes y rebeldes sin causa como son, les cuesta digerir que la calentura no está en las sábanas, tal como reza la sabiduría popular.
El ilógico universo que proponen es impresionante, “las nuevas tendencias” pretenden, cual aplanadora, destruir todo, sirva o no sirva, pase lo que pase, a cuento de una onda reivindicativa que, solo ha conseguido recaudar ingentes cantidades de dinero para provecho de los cabecillas que actúan tras bastidores.
Es tan precario el análisis de quienes defienden ardorosamente el uso del lenguaje inclusivo que, hace algún tiempo, en medio de una entrevista televisada sobre el uso de los supuestos artículos “les”, el entrevistador no resistió la tentación de preguntar si también habría que decir “les hombres” y “les mujeres”, titubeante el progre, no pudo argumentar su respuesta, la sinrazón quedó al descubierto. Si la coherencia gramatical se rompe, en pos de una causa política, ¿dónde ponemos el límite? ¿Deberíamos reformular la conjugación verbal? ¿Sustituir pronombres? ¿Reinventar la sintaxis?. Recuerdo que, al plantearle estas cuestiones, Mario Vargas Llosa no pudo más que soltar una carcajada, de sorpresa e incredulidad.
Imaginemos al gran poeta Federico García Lorca escribiendo: “Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas” pero obligado por la progresía a decir: “Verde que te quiere verde, verde viente, verde rames” para no excluir nada ni a nadie. El absurdo es evidente.
Lo hemos dicho, la lengua no es estática, pero tampoco es un juguete ideológico para confundir o dificultar la lectura, escritura y en general la comunicación, como dijo Unamuno “el progreso consiste en renovarse, no en desfigurarse”.
Si queremos construir una sociedad más justa, el esfuerzo debe orientarse a la educación, a la igualdad de oportunidades y a la erradicación de los prejuicios reales, no a la adulteración de la lengua.
Porque la justicia y la igualdad social no se consigue con “todes”, se consigue con hechos…
2 respuestas
Estos artículos con excelencia de su contenido ayuda a la comunidad lectora en un aprendizaje continúo..
Y la firmas tú Mauricio, es genial este artículo digno de todo elogio.
Felicitaciones.
Un abrazo