En los últimos tres meses, la violencia en la región de Culiacán, Sinaloa, ha alcanzado niveles alarmantes, con más de 1,000 víctimas de asesinato o desaparición, según reportes oficiales y organizaciones civiles. A la par, más de 500 personas continúan desaparecidas, cifras que reflejan la gravedad de la situación en esta zona del noroeste de México. Estos hechos violentos coinciden con el recrudecimiento de las batallas internas dentro del Cártel de Sinaloa, uno de los grupos criminales más poderosos y temidos a nivel mundial.
El conflicto comenzó a intensificarse el 9 de septiembre, cuando dos facciones rivales del cártel, encabezadas por los hijos de Joaquín «El Chapo» Guzmán y el hijo de Ismael «El Mayo» Zambada, iniciaron una lucha por el control del poder dentro de la organización. Por un lado, los «Chapitos», los hijos de El Chapo, han consolidado su poder en diversas zonas de México y Estados Unidos, mientras que por el otro, los «Mayitos», liderados por Jesús Alfredo Guzmán Salazar, hijo de El Mayo, han buscado desafiar el dominio de la familia Guzmán. Aunque en el pasado estos grupos fueron aliados, hoy en día las tensiones entre ambos bandos han escalado hasta llegar a enfrentamientos directos, en los cuales no solo se disputan el liderazgo del cártel, sino también el control de rutas de narcotráfico y recursos clave.
El Cártel de Sinaloa, nacido en los años 80 bajo el liderazgo de Joaquín «El Chapo» Guzmán y Héctor Luis Palma, conocido como «El Güero Palma», ha crecido hasta convertirse en una de las organizaciones criminales más estructuradas y poderosas a nivel mundial. Su influencia no solo abarca México, sino que tiene presencia significativa en América del Norte, América Central, Europa y Asia, gracias a las alianzas estratégicas con otros cárteles y grupos criminales internacionales. Según informes de autoridades estadounidenses, el Cártel de Sinaloa tiene una de las mejores y más sofisticadas redes logísticas de narcotráfico, lo que le ha permitido mantener una ventaja frente a sus rivales.
Uno de los episodios más recientes y notorios de este conflicto ocurrió el 25 de julio del presente año, cuando una presunta emboscada llevada a cabo por uno de los hijos de El Chapo, Ovidio Guzmán, fue dirigida contra Ismael «El Mayo» Zambada, en un intento de debilitar la posición de este último dentro del cártel. Este ataque marca un punto de no retorno en la guerra interna del Cártel de Sinaloa, un conflicto que ha desbordado las fronteras del crimen organizado para convertirse en una amenaza directa a la seguridad de la población civil.
La situación en Culiacán es cada vez más grave. A partir de las 7 de la tarde, las calles de la ciudad se vacían por completo, y las autoridades municipales suspenden eventos masivos y actividades públicas debido a los riesgos de balaceras. Las escuelas, que deberían ser espacios de formación y aprendizaje, se han convertido en cuarteles improvisados, donde el Ejército Mexicano toma el control de las instalaciones ante la inminente amenaza de enfrentamientos. Las clases se realizan de manera virtual, siempre que las condiciones de seguridad lo permitan.
El cártel de Sinaloa, a lo largo de su historia, ha mostrado una capacidad para adaptarse y evolucionar frente a los cambios en la lucha contra el narcotráfico, no solo mediante la violencia, sino también a través de la corrupción y la infiltración en diversas instituciones gubernamentales. Sin embargo, el conflicto interno que hoy vive el cártel podría marcar el inicio de un nuevo capítulo en su historia, uno que no solo pone en jaque a los involucrados, sino también a la sociedad civil que vive bajo el constante temor de ser víctima de la violencia desbordada.
El Cártel de Sinaloa, a pesar de los golpes recibidos por parte de las autoridades nacionales e internacionales, sigue siendo una de las organizaciones criminales más poderosas del mundo. Sin embargo, el reciente conflicto interno entre los «Chapitos» y los «Mayitos» ha exacerbado la violencia en Sinaloa y otras partes de México, con consecuencias devastadoras para la población civil. La situación en Culiacán refleja un grave retroceso en los esfuerzos por garantizar la seguridad y el bienestar de los ciudadanos. En este contexto, se hace cada vez más urgente la necesidad de una estrategia integral que aborde tanto el fenómeno del narcotráfico como las dinámicas de poder al interior de los cárteles, para evitar que la violencia se siga expandiendo y se prolongue en el tiempo. Sin un cambio estructural y un esfuerzo conjunto entre las autoridades y la sociedad, las comunidades de Sinaloa seguirán siendo rehenes de un conflicto que parece no tener fin.