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LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES | EL COMPROMISO CON LA PALABRA | Opinión

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La libertad de expresión es el alma de una sociedad que pretende construir su democracia sobre la solidez de bases ciertas, no se trata únicamente del derecho a hablar o escribir de acuerdo con nuestro leal saber y entender, sino del compromiso colectivo con la escucha, con la disidencia y con el lenguaje como instrumento de entendimiento y no de imposición.

En tiempos de crispación como los actuales, en donde la palabra se torna en arma y trinchera, conviene respirar hondo y recordar que la tolerancia no significa la ausencia de conflicto, sino la capacidad de coexistir con él.

Gabriel García Márquez, en su discurso ante la Sociedad Interamericana de Prensa en 1997, advertía que “la prensa debe ser la voz de los que no tienen voz y su papel no es el de un mercenario de intereses ocultos”, su frase resuena con la claridad de quien entendió la esencia de la comunicación libre.

Palabra
Fotografía de Gabriel García Márquez (Fuente: El País)

El periodista, el escritor, el pensador, si bien es cierto deben tomar partido frente a la injusticia y la corruptela, tienen la obligación de abrir espacios de reflexión y discernimiento, aunque muchos confunden esta circunstancia con la vulgar y silvestre perorata llena de diatribas, falsas acusaciones y pataleos. La censura, en cualquiera de sus formas, mata lentamente el pensamiento y reduce la verdad a un espejismo que degrada al ser humano a la vergonzante sumisión.

En Cuba, bajo el régimen de Fidel Castro, la prensa fue reducida a un aparato de propaganda oficial, Guillermo Cabrera Infante, exiliado cubano, contaba con ironía, en varias entrevistas televisadas, cómo en una ocasión un periodista fue encarcelado por decir que en Cuba la leche escaseaba y cuando intentó defenderse diciendo que su abuela llevaba días sin encontrar un litro, le respondieron: “Pues será su abuela contrarrevolucionaria”, claro ejemplo de que la censura no solo impone el silencio, sino convierte la verdad en delito.

Mas allá de la libertad de expresión, está el respeto por el lenguaje, por sus normas y evolución, Mario Vargas Llosa señalaba que el lenguaje es el principal vehículo de la cultura y de la memoria colectiva, deformarlo, manipularlo o reducirlo a consignas y memes empobrece el pensamiento, tal como la intolerancia que, aparte de perseguir ideas, distorsiona las palabras hasta vaciarlas de significado.

En sociedades polarizadas, como las nuestras en Hispanoamérica, términos como “democracia”, “justicia” o “libertad”, son secuestrados, negados y defenestrados por los bandos según su conveniencia, lo cual les ha hecho perder su esencia, transformándolos en simples herramientas para saciar los egos en medio de la confrontación.

El verdadero reto de la tolerancia no es soportar la opinión propia, sino la ajena, en consecuencia, la democracia no se mide por cuántos pueden hablar o escribir, sino por cuantos pueden ser escuchados sin represalias, ni vejámenes, quienes proscriben la disidencia empiezan por imponer el miedo, convierten la crítica en traición, la sátira, el humor y el arte de la caricatura en delito.

Hoy por hoy, enfrentamos verdaderas avalanchas de improperios y pésima ortografía en las redes sociales, los debates incendiarios están en el orden del día, conviene señalar que la libertad de expresión no es un derecho absoluto, trae consecuencia si se abusa de ella, como todo. Hable usted o escriba lo que quiera, pero al mismo tiempo, asuma las consecuencias si con su cantaleta perjudica o difama a alguien.

Como decía Octavio Paz con tanta propiedad: La libertad no necesita alas, lo que necesita es echar raíces” nunca mejor dicho, porque la palabra es el último refugio de la conciencia y su defensa es un acto de resistencia intelectual, más aún cuando es expresada con sinceridad, sin intereses creados, ni compromiso alguno, tal como lo hace quien estas letras escribe.

Mauricio Riofrio Cuadrado

Abogado-Periodista & Consultor Político

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