La región que abarca desde las llanuras del Indo hasta las escarpadas montañas del Hindu Kush es uno de los epicentros más inestables del planeta. Allí, la historia, la religión, la etnicidad y la geopolítica se entrecruzan en una danza permanente de alianzas frágiles, conflictos abiertos y rivalidades estratégicas. Entre Pakistán y Afganistán no solo se extiende una frontera de más de 2,600 kilómetros; también se prolonga una línea heredada del colonialismo británico como también ocurrió en el caso de Pakistán y la India que jamás fue aceptada por completo. Esta línea -conocida como la Línea Durand- es mucho más que un trazo en el mapa: es una herida abierta que separa pueblos hermanos, tribus, y visiones de Estado.
En un escenario geopolítico marcado por la competencia entre potencias globales como China, Rusia y Estados Unidos, y bajo la sombra persistente del yihadismo y los conflictos sectarios, la relación entre Afganistán y Pakistán se vuelve un componente explosivo. Ambos países comparten una historia de interferencias mutuas, refugios insurgentes, disputas territoriales no resueltas y una lucha constante por redefinir su soberanía. Comprender el conflicto en torno a la Línea Durand no solo implica observar una disputa bilateral, sino también desentrañar las dinámicas profundas que mantienen inestable a una de las regiones más estratégicas y volátiles del siglo XXI.
El choque geopolítico entre Afganistán y Pakistán
Pakistán se posiciona como un actor geoestratégico clave entre Asia Central, el Golfo Pérsico y el sur de Asia. Desde su independencia en 1947, ha forjado una política exterior basada en la contención de India, el uso instrumental del islamismo político y su relación ambivalente con Occidente, particularmente con Estados Unidos. Internamente, Pakistán enfrenta una tensión persistente entre su poder civil y su estructura militar, donde su servicio de inteligencia -el Inter-Services Intelligence (ISI)– juegan un rol central. La ubicación del país, con acceso al mar Arábigo y fronteras con Irán, China, India y Afganistán, lo convierte en un puente entre zonas económicas y de seguridad clave, pero también en un foco de inestabilidad constante.
Afganistán, por su parte, ha sido el escenario de invasiones imperiales, guerras civiles y ocupaciones prolongadas. En la actualidad, el colapso del gobierno respaldado por Estados Unidos en 2021 y el retorno de los talibanes al poder -que en su momento también fueron apoyados por EE.UU.- reconfiguraron el tablero regional. El país sigue siendo una tierra fragmentada por rivalidades religiosas y un sistema político que carece de reconocimiento internacional pleno. Su economía depende de ayuda humanitaria y redes informales -como la producción de Opio-, mientras el terrorismo por organizaciones como el Estado Islámico de Khorasán (ISIS-K), afectan al régimen de los talibanes como el de sus vecinos.
Ahora, la frontera entre Pakistán y Afganistán es, en realidad, una zona de interdependencia conflictiva. Las tribus pastunes que habitan ambos lados de la Línea Durand desafían la soberanía estatal tradicional, ya que sus lealtades responden a códigos tribales ancestrales más que a límites impuestos por terceros. Pakistán ha acusado históricamente a Afganistán de permitir el refugio de insurgentes que atacan su territorio, mientras Kabul acusa a Islamabad de manipular a los talibanes y otros actores armados para mantener influencia sobre su vecino occidental. El resultado es una relación marcada por la desconfianza estructural, el choque de intereses y la imposibilidad de establecer una frontera funcional reconocida por ambos Estados.
Historia del conflicto de la Línea Durand
La Línea Durand fue trazada en 1893 por el Imperio Británico y el entonces Emir de Afganistán -Abdur Rahman Khan- con el objetivo de delimitar las zonas de influencia británica en la India colonial. El acuerdo no fue concebido como una frontera interestatal permanente, sino como un límite administrativo para controlar las tribus pastunes que habitaban ambos lados. Al convertirse Pakistán en un Estado soberano tras la partición de la India en 1947, heredó esta frontera, pero Afganistán se negó a reconocerla oficialmente, considerando que ningún tratado colonial podía definir los límites de una nación independiente. Desde entonces, Kabul ha sostenido la tesis de que la Línea Durand nunca fue válida ni legítima.
Durante la Guerra Fría, la cuestión fronteriza fue opacada por otros conflictos más inmediatos, como la invasión soviética de Afganistán en 1979 y la posterior guerra civil. Sin embargo, el tema volvió a adquirir relevancia con la presencia estadounidense en la región tras el 11-S, y especialmente después del colapso del gobierno afgano en 2021. La falta de acuerdo sobre la frontera se ha traducido en constantes fricciones diplomáticas, así como en la militarización de ambos lados. A esto se suma el reclamo simbólico de una “Gran Pastunistán” por parte de sectores nacionalistas afganos y algunas facciones tribales que ven la Línea Durand como una injusticia histórica que divide a su pueblo.
El talibán ha jugado un papel ambiguo en esta historia. Aunque su origen está profundamente ligado a Pakistán —donde recibieron entrenamiento y apoyo logístico—, su llegada al poder en 2021 no significó una mejora automática de las relaciones bilaterales. Al contrario, los enfrentamientos fronterizos se han intensificado, y Kabul ha adoptado posturas cada vez más hostiles frente a la construcción del vallado fronterizo por parte de Pakistán. Este punto refleja la contradicción fundamental: mientras Islamabad espera que un gobierno talibán sea más dócil y cooperativo, los talibanes parecen decididos a demostrar que son actores soberanos que no aceptarán imposiciones externas, ni siquiera de sus antiguos benefactores.
Acciones militares llevadas a cabo
Desde 2017, Pakistán ha intensificado sus esfuerzos por asegurar su frontera occidental mediante la construcción de una valla de más de 2,600 kilómetros. Este proyecto ha sido respondido con rechazo en Kabul, donde lo consideran un intento unilateral de consolidar una línea ilegítima. Las fuerzas armadas pakistaníes han realizado operaciones militares en regiones como Waziristán, Bajaur y Khyber Pakhtunkhwa, con el objetivo de eliminar insurgentes del Tehrik-i-Taliban Pakistan (TTP), un grupo que mantiene estrechos lazos con los talibanes afganos -de hecho se llaman los talibanes pakistaniés-. Estas operaciones incluyen ataques aéreos, artillería y ofensivas terrestres, en muchos casos con consecuencias directas para civiles afganos en áreas fronterizas.
Por su parte, Afganistán ha servido históricamente como refugio para militantes del TTP y otras organizaciones consideradas terroristas por Islamabad. Esto ha generado una serie de ataques transfronterizos, emboscadas, y choques armados entre fuerzas de seguridad de ambos países. En múltiples ocasiones, las tropas pakistaníes han sido blanco de ataques provenientes del lado afgano, lo que ha derivado en represalias inmediatas. A pesar de los intentos esporádicos de establecer mecanismos de coordinación, los canales de comunicación militar han sido frágiles, cuando no inexistentes, lo que aumenta el riesgo de una escalada sin control.
La población civil ha sido la más afectada por estas tensiones. Decenas de miles de personas han sido desplazadas a causa de los combates y los bombardeos. Además, la militarización de la zona ha obstaculizado el comercio transfronterizo y exacerbado la pobreza en regiones que ya eran altamente vulnerables. La proliferación de minas antipersonales, la falta de servicios básicos y la inseguridad constante convierten a esta línea divisoria en una de las más peligrosas del mundo. Lejos de ser una frontera “dura” que garantiza seguridad, la Línea Durand se ha convertido en una zona de guerra de baja intensidad, con el potencial de transformarse en un conflicto abierto de mayor escala.
Conclusiones
El conflicto en torno a la Línea Durand más que ser una disputa de límites, es un síntoma profundo de una fractura geopolítica que atraviesa la historia colonial, las identidades tribales y los intereses estratégicos de potencias regionales y globales. Resolverlo implica mucho más que reconocer una línea en el mapa: requiere enfrentar los fantasmas del pasado imperial y construir una arquitectura regional de seguridad que reconozca las realidades culturales y políticas de la zona. El riesgo de una escalada militar directa entre Pakistán y Afganistán es real, especialmente en un contexto de creciente competencia entre China, India, Irán y las potencias occidentales por influencia en Asia Central.
Ante este panorama, es urgente que actores internacionales -incluidos la ONU, la OCS (Organización de Cooperación de Shanghái) y la OIC (Organización para la Cooperación Islámica)- impulsen una mediación activa entendiendo la idiosincrasia del mundo árabe. Cualquier solución sostenible deberá contemplar el respeto a las identidades étnicas de los pueblos pastunes, el desarrollo económico de la zona fronteriza y la creación de canales de cooperación bilateral. Mientras la Línea Durand siga siendo tratada como una frontera artificial impuesta y no como un espacio compartido, la paz seguirá siendo un horizonte lejano.