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LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES | NI TAN JOVENES NI TAN SABIOS: El poder según la edad del iPhone | Opinión

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Hubo un tiempo en que llegar al poder requería algo más que un buen algoritmo, una cuenta de TikTok viral o un apellido con historial. Hoy, en cambio, la política hispanoamericana se parece más a una pasarela de egos de jóvenes inmaduros que a una república seria.

Los millennials -esa generación nacida entre la caída del Muro y el ascenso de Facebook- ha tomado el poder con la convicción de que la historia empezó el día que abrieron su primera cuenta de correo electrónico. No es que la juventud sea un problema en sí, al contrario, toda sociedad que no renueva su liderazgo está condenada a envejecer en el poder hasta descomponerse del todo.

Pero una cosa es promover el recambio generacional y otra muy distinta es reemplazar la política por una “influencercracia”, donde las decisiones de Estado se toman sobre la base de encuestas en Instagram y reacciones en X, antes Twitter, hoy más parecido a un campo de batallas campales… ah… cómo se extraña cuando las diferencias irreconciliables se solucionaban a la salida del colegio, esas sí que eran peleas que con el tiempo generaban grandes amistades.

En la nueva izquierda millennial, por ejemplo, las consignas son más importantes que los hechos, se habla de “justicia social”, “colonialismo cultural” y “resistencia climática” con el fervor de un seminarista recitando el catecismo, enfilando los cañones contra el sentido común, basta con que alguien proponga equilibrio fiscal o respeto institucional para ser tildado de “neoliberal”, “facha” o “boomer”.

Y sin embargo, la experiencia sigue siendo la mejor universidad que no aparece en LinkedIn, gobernar no es hacer activismo con corbata, ni twittear desde un despacho ministerial, gobernar es gestionar, negociar, ceder, frustrarse, planificar y no salir corriendo cuando el país no te da ‘likes’.

Jovenes vs ancianos

La política, según la experiencia, no es el arte de agradar sino de sostener el poder con prudencia y respeto a la ley, todo con el único objetivo de enfrentar con altivez y neuronas funcionando, las crisis reales, lejos de los hashtags de indignación.

Pero los jóvenes al mando -particularmente los de la izquierda- desprecian esa realidad, vienen programados para la inmediatez, no para la historia, su narrativa es binaria, ellos son el futuro, los demás el problema. ¿Experiencia? Sinónimo de corrupción. ¿Moderación? Traición a la causa. ¿Centro político? Tibieza. En su imaginario, gobernar con sensatez es una forma de opresión en un mundo que se divide entre “nosotros, los buenos” y “ellos, los cómplices del sistema”. En la siniestra, encontramos en Chile a Gabriel Boric salido de las barricadas estudiantiles y su revuelta millennial, terminó en burocracia y retrocesos constitucionales.

En Colombia, Petro se vende como nuevo en su intento de revolución reciclada, apoyada por los jóvenes dinosaurios, no es un presidente sino una anomalía histórica, su aliento embriagador llena de vergüenza a los colombianos de bien. En México, el relevo generacional post-AMLO, con Claudia Sheinbaum es un albur que, trastabilla hasta con los conceptos más simples. En el Perú y su caos político particular, han fracasado viejos y jóvenes por igual.

En países donde las viejas élites fracasaron, los nuevos mesías digitales han llenado el vacío, a veces con intenciones nobles, muchas otras con vanidad disfrazada de progresismo, prometen inclusión, pero excluyen al que piensa diferente, gritan contra la censura, pero cancelan lo que no les gusta, son la dictadura de lo nuevo.

En el centro y la diestra política se sitúa Daniel Noboa, joven outsider que, con una gestión gerencial y tecnocrática, no quiere refundar el Ecuador, sino estabilizarlo, alejándolo del fantasma del socialismo del siglo XXI que tanto mal le hizo al bello país “mitad del mundo”. En Argentina, Javier Milei, el más disruptivo de los liberales, a “carajazo limpio”, intenta poner orden luego del prolongado desastre de los Kirchneristas,  se comieron todo y rompieron los platos y otros, en la actualidad, los están pagando.

Ante esto, los regímenes de centro y derecha tienen una oportunidad histórica, no la de resistirse al cambio, sino de canalizarlo con inteligencia. No se quiere volver al pasado, sino evitar que nos arrastre el infantilismo político, la derecha moderna, ilustrada, liberal, institucionalista y meritocrática, tiene la responsabilidad histórica de no caer en el populismo geriátrico, ni en el delirio millennial.

El poder no debería medirse en años, sino en capacidades, porque hay virtudes que solo las proporciona el tiempo, la paciencia, el cálculo, la perspectiva, etc. por eso los viejos de antaño decían que la “juventud es una enfermedad que se cura con los años”. En tiempos donde reina la efervescencia, tener canas (esos pelos que dejaron de ser tontos) debería ser una ventaja, no una vergüenza. Ojalá pronto llegue el tiempo en que se puedan combinar las ganas de la juventud y la sabiduría de la edad. El problema no es tener 30 o 70 años, sino pensar que tuitear es gobernar y gobernar es robar.

Al final, quizás convenga recordar una lección elemental de la historia, las revoluciones juveniles suelen terminar mal, sobre todo cuando se convierten en parodias de sí mismas. Entre el Che Guevara sublimado en camisetas de Zara, llaveros con el rostro de Fidel Castro o Chávez y las copias del carnet de identidad de Pablo Escobar vendiéndose como souvenirs, el panorama no es esperanzador.

Por eso, es riesgoso entregar el timón a los más jóvenes por el simple hecho de que son jóvenes, tal vez convendría preguntarse si están preparados a conciencia, porque la democracia no es un experimento social, ni una presentación universitaria de Power Point, es el más frágil de los equilibrios y no se sostiene con hashtags, sino con responsabilidad y contrapesos.

Mauricio Riofrio Cuadrado

Abogado-Periodista & Consultor Político

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