En la segunda semana de septiembre de 2025, Nepal vivió su jornada más violenta donde el edificio del Parlamento en Katmandú ardió mientras miles de jóvenes salían a las calles tras un veto gubernamental a las redes sociales; en paralelo, residencias de líderes políticos fueron atacadas. Imágenes y reportes confirmaron que el ex primer ministro Sher Bahadur Deuba y su esposa, la canciller Arzu Rana Deuba, resultaron agredidos en su casa; además, medios regionales informaron la muerte de Rajyalaxmi Chitrakar, esposa del ex primer ministro Jhala Nath Khanal, tras el incendio de su vivienda.
¿Fue un estallido orgánico contra la corrupción y la censura digital, o un episodio inducido en clave de PSYOPS e influencia externa? La discusión se alimenta de coincidencias temporales (el giro de Katmandú entre India y China), del uso intensivo de Discord e Instagram para coordinar y de acusaciones sobre intentos de “secuestro” del movimiento por fuerzas externas. A día de hoy no hay prueba pública concluyente de una operación encubierta, pero sí indicios y riesgos que justifican la pregunta. En las siguientes secciones revisaremos qué pasó antes, qué encendió la mecha y qué le espera a Nepal, separando hechos verificados de hipótesis.
¿Qué pasó antes de la protesta en Nepal?
La crisis de 2025 no brota de un vacío. Nepal viene de una década de guerra interna (1996–2006) entre el Estado y la insurgencia maoísta, que terminó con el Acuerdo General de Paz (noviembre de 2006), abrió paso al Jana Andolan II (movilización prodemocrática de abril de 2006) y desembocó en el fin de la monarquía y la proclamación de la república federal en 2008. Tras años de asambleas constituyentes fallidas, el país promulgó finalmente una Constitución en 2015, inaugurando un orden federal con grandes expectativas… y con fricciones persistentes.
Desde entonces, la inestabilidad fue la norma, dado que 14 gobiernos desde 2008, alternando entre el Congreso Nepalí (NC), el CPN-UML y el Maoist Centre (UCPN-M/MC). Figuras como Pushpa Kamal Dahal “Prachanda”, K. P. Sharma Oli y Sher Bahadur Deuba se sucedieron en el cargo sin completar mandatos, entre coaliciones frágiles y rupturas súbitas. En 2024, el NC y el UML pactaron un gobierno de “consenso” que volvió a colocar a Oli en el centro del poder, preparando el contexto inmediato de 2025.
En el plano externo, Katmandú transitó su habitual equilibrio entre India y China (“hedging”), pero con señales de mayor acercamiento a Pekín. En diciembre de 2024 firmó el Framework for Belt and Road Cooperation durante una visita oficial de Oli a China, activando por fin un marco operativo del BRI y proyectos de infraestructura (carreteras, ferrocarril transfronterizo, puertos secos). Mientras tanto, en casa, malestar juvenil por corrupción, empleo estancado y privilegios de las élites venía acumulándose; incluso en marzo de 2025 se registraron protestas mortales en Katmandú (Tinkune), anticipo del choque mayor que vendría meses después.
¿Qué hizo estallar las protestas?
El detonante inmediato fue el bloqueo temporal de redes sociales decidido por el gobierno la primera semana de septiembre, en el marco de un proyecto de ley que obligaba a las plataformas a licenciarse, nombrar un representante local y cumplir reglas sobre moderación y datos. Facebook, X, YouTube, WhatsApp e Instagram quedaron bloqueadas durante días, hasta que el gabinete dio marcha atrás cuando ya había miles en las calles. La movilización, articulada por jóvenes que se coordinaron en Discord e Instagram pese al veto, escaló con rapidez y derivó en enfrentamientos letales y ataques a edificios estatales, incluyendo el incendio del Parlamento en Katmandú.
En el telón de fondo estaba el giro de Katmandú hacia Pekín que en diciembre de 2024, Nepal y China firmaron el marco de cooperación del BRI, desbloqueando proyectos de infraestructura largamente discutidos. Esa aproximación alimentó lecturas geopolíticas sobre quién ganaba o perdía con un Nepal más cerca de China. No hay evidencia pública de que el acuerdo BRI causara la ola de protestas, pero sí es parte del clima político en el que se interpretaron los hechos y del repertorio con el que actores locales etiquetaron la revuelta.
Desde ahí surgió la hipótesis de “revolución de color”, dado a la coincidencia entre regulación dura de plataformas (percibida como “censura”) y la súbita capacidad de movilización de cuentas y canales juveniles llevó a algunos analistas y medios a plantear si hubo PSYOPS. A día de hoy, los reportes verificados describen un movimiento mayoritariamente autóctono, con nodos juveniles que usaron Discord como “sala de mando” y hasta organizaron votaciones internas; lo probado es el uso intensivo de plataformas y mensajería para coordinar y, en paralelo, la existencia de narrativas (a favor y en contra) que intentan enmarcar la revuelta como “espontánea” o “teledirigida”.
¿Qué le espera a Nepal hoy?
En lo inmediato, un gobierno interino encabezado por Sushila Karki está armando un gabinete con perfiles anticorrupción (Rameshwore Prasad Khanal en Finanzas, Kulman Ghising en Energía y Om Prakash Aryal en Interior), con el mandato de restaurar el orden, reparar edificios públicos incendiados y convocar elecciones para marzo (fecha que las coberturas sitúan en torno al día 5). El giro también incluye gestos simbólicos: Karki otorgó estatus de “mártires” a los fallecidos en las protestas, en una señal de puente con la calle. Todo esto ocurre después de que el país levantara el bloqueo de redes sociales que encendió la mecha, y con un saldo trágico de al menos 72 muertos y miles de heridos, según recuentos más recientes.
En paralelo, la coordinación digital que derribó al gobierno busca permanecer como “contrapoder” cívico. Los servidores de Discord asociados al movimiento (como los de Hami Nepal) siguieron abiertos con debates y encuestas internas sobre nombres para el interinato , pero con alertas sobre su integridad: medios documentaron que esas votaciones permitían la participación de no nepaleses, lo que plantea problemas de representatividad y vulnerabilidad a injerencias. En síntesis: el próximo semestre combinará reconstrucción y urnas desde el Estado, y presión participativa desde canales en línea cuya potencia es real, pero cuyo diseño aún es frágil frente a trolls, bots y PSYOPS.
Conclusiones
El relato de “revolución de color” ganó tracción por coincidencias geopolíticas (el reciente acuerdo marco del BRI con China) y por el bloqueo fallido de redes y la regulación de estas que dio a la protesta un cariz de libertad digital; sin embargo, lo que está verificado es más doméstico: corrupción, fatiga con élites recicladas y censura como chispa inmediata. No hay evidencia pública concluyente de una operación externa que “teledirigiera” el estallido; sí hay un entorno donde narrativas e influencias pueden amplificar o desviar movimientos genuinos. La etiqueta, por ahora, simplifica en exceso una crisis que mezcla mal gobierno, generación hiperconectada y un Estado que subestimó el costo político de cerrar plataformas.
Lo que venga dependerá de tres equilibrios: que el interinato cumpla plazos y garantías hacia las elecciones, que rediseñe la regulación digital con participación (no por decreto) y que la movilización juvenil transforme su energía en instituciones (partidos, veedurías, presupuestos participativos) menos vulnerables a la manipulación. Si Nepal logra encajar estas piezas —Estado, calle y plataformas— podrá convertir el trauma de septiembre en un punto de inflexión democrático. Si no, el país corre el riesgo de quedar atrapado entre gobiernos débiles, ciclos de indignación y batallas informativas libradas en servidores que, por ahora, no sustituyen a la representación formal.