En una jornada electoral atravesada por la militarización de la seguridad, el miedo colectivo y una narrativa de confrontación, Daniel Noboa Azín ha sido reelegido presidente de Ecuador hasta el año 2029. Con más del 90% de las actas escrutadas, Noboa alcanza un 55,9% de los votos, imponiéndose con casi 12 puntos de ventaja sobre Luisa González, candidata del correísmo, quien obtiene un 44,05%. El joven mandatario -que asumió el poder en 2023 tras unas elecciones extraordinarias provocadas por la disolución del Congreso con la “muerte cruzada”– ratifica ahora su liderazgo con un mandato completo, consolidando un modelo de excepción que lo proyecta como comandante de una guerra sin cuartel contra las bandas criminales.
Noboa no solo venció en las urnas, sino que venció en la narrativa. Con una campaña centrada en el relato del orden, el control y la continuidad del régimen extraordinario, logró fidelizar a sectores medios y urbanos que ven en su figura una barrera contra el colapso. La estética militar, el lenguaje bélico y el blindaje simbólico fueron claves en una contienda donde el miedo al regreso del correísmo fue tan determinante como la esperanza de mantener el rumbo. Así, Ecuador eligió a su presidente en clave de gobernabilidad bajo fuego.

¿Por qué es importante la reelección de Daniel Noboa?
La victoria de Noboa marca la consolidación definitiva de un modelo securitario como eje de legitimidad política en Ecuador. Su administración ha funcionado en un régimen de excepción casi permanente, con intervenciones militares en cárceles, suspensión de derechos y expansión de competencias presidenciales. Esta reelección implica que la excepcionalidad se normaliza como herramienta de gobernabilidad, en un país donde la prioridad dejó de ser la reforma para convertirse en la resistencia.
Además, la continuidad de Noboa confirma la centralización del poder civil-militar, al incorporar a las Fuerzas Armadas como soporte directo del proyecto presidencial. Ecuador se reposiciona regionalmente como actor geopolítico clave en la lucha contra el crimen transnacional, fortaleciendo alianzas con Estados Unidos, Colombia y Perú. A nivel discursivo, el país adopta un nuevo tipo de liderazgo: un populismo tecnocrático, que no se sustenta en ideologías fuertes, sino en una narrativa de guerra interna, eficiencia gerencial y control emocional del electorado.
Relato, estrategia y símbolos del poder: el presidente de la guerra
El asesinato del periodista y candidato presidencial Fernando Villavicencio en agosto de 2023 redefinió el tablero político ecuatoriano. La agenda pública abandonó la discusión sobre reformas estructurales, derechos laborales o educación. El país, sumido en el shock, pasó a una lógica de supervivencia. En ese clima, Noboa emergió como un outsider joven, tecnócrata, con discurso quirúrgico y emocionalmente preciso que contemplaba seguridad, orden y ruptura con la vieja clase política.
Durante su primer año de gobierno, Ecuador se convirtió en un laboratorio de estrategias de guerra psicológica. Noboa decretó estados de excepción sucesivos, militarizó los centros penitenciarios, desplegó mensajes de guerra frontal contra el narco y ocupó masivamente los medios y redes sociales con una estética de poder. Chaleco antibalas, lenguaje de combate, encuadres visuales con helicópteros y soldados fueron elementos cuidadosamente utilizados para construir la imagen de un presidente en guerra. Y funcionó: esa narrativa se volvió su blindaje político.

Controversias, alianzas y los límites del control
Pero la reelección de Noboa no llega sin sombras. Durante su mandato, uno de los episodios más polémicos fue la incursión policial a la Embajada de México en Quito, para capturar al exvicepresidente Jorge Glas en el 2024. Esta decisión -calificada como una violación del derecho internacional- provocó la ruptura de relaciones diplomáticas con México y una ola de críticas a nivel internacional, lo que evidenció una tensión creciente entre seguridad interna y legitimidad exterior.
A pesar de sus alianzas con Estados Unidos y el endurecimiento del enfoque securitario, los resultados han sido mixtos. La toma de cárceles por parte de pandillas, el control parcial del Estado sobre ciertas zonas urbanas y la persistente percepción de inseguridad demuestran que el modelo de “mano dura” no ha erradicado el problema por completo, sino que lo ha desplazado. Noboa ha respondido con más control, más reformas penales y más blindaje institucional, pero la frontera entre autoridad legítima y autoritarismo operativo se vuelve cada vez más delgada.

Conclusión y lo que le espera al régimen hasta 2029
Con su reelección, Daniel Noboa entra en una nueva fase: la de un presidente con poder reforzado, pero bajo presión creciente. Sus desafíos principales incluyen consolidar su legitimidad en medio de controversias diplomáticas, mantener el control territorial frente al narco, y evitar el desgaste de una narrativa que necesita resultados concretos, no solo imágenes simbólicas. Gobernar en estado de excepción permanente exige mantener una tensión constante: si el conflicto disminuye, la narrativa pierde potencia; si escala, el Estado puede colapsar.
De aquí a 2029, Ecuador vivirá un experimento político regional. Noboa tendrá que demostrar si su modelo de gobierno puede evolucionar desde el pánico institucional a la estabilidad democrática. Su mandato será observado por gobiernos, agencias de seguridad y analistas de toda América Latina: no solo por lo que haga, sino por lo que represente. El joven presidente ahora debe probar que puede gobernar sin guerra. Porque el verdadero reto no era ganar… sino gobernar sin miedo.
