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LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES | BALAS CONTRA LA DEMOCRACIA: Del discurso al disparo | Opinión

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La nueva guerra política en Hispanoamérica, generada por la polarización y el odio podría aniquilar a la región, porque esta claro que la narcopolítica no tiene fronteras y siempre se muestra dispuesta a cobrar un precio por hablar, otro por actuar, pero en cualquier caso, poner bajo fuego a lideres que se atreven a confrontar al crimen organizado.

La región ha vuelto a estremecerse con un atentado que remueve viejas heridas y confirma que la violencia política no es un residuo del pasado, sino un síntoma vigente de la fragilidad democrática.

El intento de asesinato (a la hora de escribir este texto afortunadamente intento) del senador colombiano Miguel Uribe Turbay no es un hecho aislado, es una advertencia brutal que se inscribe en una larga y dolorosa genealogía de sangre. Recordemos que el apellido Turbay ya evoca por sí solo, décadas de historia política colombiana, pero es imposible no asociar este atentado, con el magnicidio de Luis Carlos Galán en 1989, quien fuera asesinado por atreverse a desafiar al narcotráfico y al Estado corrupto que lo protegía.

Democracia

La similitud con otros casos recientes en la región es inevitable. El asesinato del periodista y candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio, a plena luz del día y con una saña que solo el crimen organizado puede ejecutar, demostró cuan profundas son las redes de la narcopolítica. Su crimen no fue solamente un atentado contra una persona, sino contra el valor de la palabra, contra la posibilidad misma de la política como espacio civilizatorio. Si la política degenera en miedo, en silencios comprados o en plomo, el porvenir democrático se convierte en una ficción vacía.

Sin embargo, pese a la experiencia trágica de décadas de violencia, muchos gobiernos hispanoamericanos han descuidado -cuando no saboteado- los sistemas de seguridad personal de lideres políticos que se enfrentan al crimen organizado. Las medidas son, en el mejor de los casos, reactivas, en el peor, deliberadamente laxas.

La amenaza, hoy, no viene solamente de estructuras visibles, emerge desde las cárceles, desde los sótanos digitales del odio y desde las propias filas de estados infiltrados por mafias.

La responsabilidad no puede atribuirse únicamente a los sicarios o a los carteles. Hay que enfocarse también en los discursos de lideres que, con palabras inflamadas contribuyen a la normalización del enemigo interno, del linchamiento simbólico y de la eliminación del adversario político.

Políticos desde el poder y fuera de él, presidentes y ex presidentes como Petro, cuyas insólitas reacciones al atentado, han dejado al mundo perplejo, AMLO, Claudia Sheinbaum, Daniel Ortega, Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y su discípulo Rafael Correa, aquel de la “venganza personal implacable”, han cultivado un discurso binario, maniqueo, donde, el que no coincide con sus narrativas es automáticamente etiquetado como oligarca, traidor y neoliberal corrupto. Esta construcción del “otro” como enemigo, ha dejado de ser una estrategia discursiva para convertirse en una legitimación del odio y en muchos casos, en una antesala del crimen.

La historia enseña que la violencia verbal es un prólogo de la violencia física, tal como advertía, entre sus anotaciones sobre la democracia, Giovanni Sartori, politólogo italiano de máximo renombre, la democracia necesita un sistema de disenso, pero no puede sobrevivir al odio institucionalizado. Si a ello sumamos la precariedad institucional, la infiltración del narco en las fuerzas armadas y policiales, la debilidad judicial, el coctel es explosivo.

Colombia, México, Ecuador, Honduras, Paraguay…la lista crece y se repite con patrones que no terminamos de descifrar y que otros prefieren no enfrentar.

La violencia política en esta parte del continente, tal como se colige de la teoría de la democracia del profesor estadounidense Steven Levitsky “ya no solo proviene de golpes militares, sino de actores ilegales que colonizan la política y la convierten en un campo de batalla”. Esta afirmación se refleja con crudeza en el caso de Miguel Uribe Turbay, quien representa una corriente democrática y crítica en un país donde la polarización ha alcanzado niveles peligrosos, el atentado en su contra, es un mensaje, ¿pero de quién? ¿del narco? ¿de sectores de izquierda radical? ¿De un estado profundo que no acepta el disenso?

La respuesta es compleja, pero lo que esta claro es que esta violencia no respeta fronteras, ni ideologías, ni jurisdicciones, el crimen organizado y la narcopolítica son transnacionales, se alimentan del flujo de armas, dinero y complicidades políticas. Por tanto, no puede haber respuestas nacionales fragmentadas, necesitamos cooperación internacional efectiva, inteligencia compartida, contrainteligencia, blindaje institucional y un compromiso ético de los lideres democráticos que supere la mezquindad electoral y las complicidades ideológicas.

Gabriel García Márquez, en su discurso al recibir el Nobel, advertía que “…tratamos de salir adelante en medio de esta realidad convulsa, realidades inverosímiles que sin embargo son parte de nuestra vida diaria…” El Gabo siempre pensando en la soledad de la rutina, esa soledad hoy se traduce en la indiferencia o el calculo frío ante el asesinato político, que solo indigna por unos días en redes sociales.

Vargas Llosa apuntaba, como siempre, con mucha propiedad, “la indiferencia ante la violencia es la antesala del totalitarismo” y los casos de Cuba, Venezuela, Nicaragua lo confirman.

¿Qué viene ahora? por supuesto, frente a esta escalada sangrienta y sistemática, los estados reaccionarán como siempre, creando nuevas comisiones de la verdad, convocando diálogos que terminan en selfies y emitiendo condenas con lenguaje diplomático de tercera categoría. ¡Eso sí! con un hashtag conmovedor y un minuto de silencio que no incomode demasiado, todo mientras los responsables -armados hasta los dientes y blindados por la impunidad- siguen despachando desde la sombra.

Quizás algún día entiendan que no se combate el crimen organizado con comunicados, ni se protege la vida democrática con escoltas mal pagados, capsulas de seguridad debilitadas, discursos incendiarios y proclamas de defensa de los niños asesinos (¡¡).

Pero hasta que llegue ese glorioso despertar institucional, celebremos otro intento fallido de magnicidio con la esperanza de que el próximo sicario tenga mala puntería y se ponga nervioso, porque por estos lares, en nuestra civilización tropical, todavía confiamos más en la suerte que en el estado.

Tristemente nos damos cuenta que, cuando el odio reemplaza al argumento y el plomo a la palabra, no estamos en democracia, estamos en guerra…

Mauricio Riofrio Cuadrado

Abogado-Periodista & Consultor Político

2 respuestas

  1. Lamentablemente vivimos en una verdadera lucha contra el TERRORISMO Violencia en dónde los actores van campeando menores de edad y que bajo el tutelar de ser » aún niños» deben ser considerados como niños, inverosímil pues, bien se hace en promulgar una Ley que se juzgue como adultos!!!

  2. Sin duda alguna un comentario claro que asegura una cobertura del análisis en todas las direcciones que presentan las Naciones de nuestro Continente. Es escalofriante revisar a través de este resumen lo que ocurre en nuestros países que desborda la razón y la defensa de la misma, hay que dar un giro de timón en la política, agradezco al columnista que se manifiesta clara y abiertamente sobre estos temas y orienta al lector

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