En tiempos de incertidumbre global, donde los bloques regionales redefinen sus estrategias y las sociedades buscan anclajes de identidad frente a la volatilidad geopolítica, vale la pena detenernos en una idea que, aunque nacida hace casi dos siglos, recobra vigencia bajo nuevas formas: el iberismo. ¿Por qué hablar hoy de iberismo? ¿Tiene sentido en una era marcada por la globalización digital, los desafíos climáticos y la pugna por la inteligencia artificial? La respuesta es sí, y no solo por nostalgia histórica, sino porque el iberismo puede ser una herramienta de cohesión cultural y cooperación estratégica para España, Portugal y, muy especialmente, para Hispanoamérica y Brasil.

De la utopía romántica a la cooperación real.
El iberismo surgió en el siglo XIX como un proyecto idealista que soñaba con la unidad de la Península Ibérica bajo fórmulas federales o confederadas. Intelectuales como Pi y Margall en España y Oliveira Martins en Portugal imaginaron una comunidad ibérica que compartiera valores, lenguas y objetivos comunes. Aquellas ideas respondían a un contexto convulso: el derrumbe de los imperios ibéricos, las guerras carlistas y liberales, y la necesidad de redefinir la identidad peninsular.
Hoy, ese iberismo político resulta inviable y hasta anacrónico. Sin embargo, el iberismo cultural y estratégico tiene más sentido que nunca. No se trata de borrar fronteras, sino de tejer alianzas sólidas en torno a lo que nos une: la historia, las lenguas, las culturas y los desafíos compartidos en un mundo multipolar.

Una identidad plural que nos conecta con el mundo.
Hablar de iberismo en el siglo XXI implica reconocer la riqueza de un espacio cultural que no se limita a la Península, sino que se proyecta sobre más de 800 millones de personas en el planeta: hispanohablantes y lusófonos. Desde Galicia hasta Río Grande do Sul, desde Lisboa hasta Ciudad de México, desde Madrid hasta Luanda, existe un universo ibérico que late con fuerza en la literatura, la música, el derecho, la educación y los valores.
El español y el portugués son hoy dos lenguas globales. Según el Instituto Cervantes, el español es la segunda lengua materna más hablada del mundo, y el portugués, con más de 260 millones de hablantes, tiene en Brasil a su gran motor. Brasil no es solo parte de esta ecuación: es el actor clave para que el iberismo se reinvente y adquiera dimensión planetaria. No puede haber un iberismo moderno sin Brasil, como tampoco sin la conexión profunda con Iberoamérica.

Del pasado colonial al futuro compartido.
Es inevitable que, al hablar de vínculos ibéricos, surjan las sombras del pasado colonial. Sin embargo, más allá de nostalgias o revisionismos, debemos pensar el iberismo como un proyecto de futuro basado en la cooperación horizontal y el respeto mutuo, no en jerarquías o imposiciones. En este sentido, los organismos internacionales iberoamericanos —como la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) o las Cumbres Iberoamericanas— han sido laboratorios donde se ha demostrado que la afinidad cultural puede traducirse en políticas educativas, científicas y tecnológicas conjuntas.
Asimismo, la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP) ofrece otro ejemplo de cómo la lengua puede convertirse en un puente de oportunidades económicas y académicas. ¿Por qué no soñar con sinergias entre la CPLP y el espacio iberoamericano, integrando redes que fortalezcan la cooperación Sur-Sur? Ahí hay un terreno fértil para el iberismo del siglo XXI.

Educación y cultura: las llaves del nuevo iberismo.
Si hay un ámbito donde el iberismo puede aterrizar en la vida cotidiana, ese es la educación. Programas como Erasmus+ han abierto puertas para el intercambio entre docentes y estudiantes europeos, pero es hora de pensar en esquemas más amplios que incluyan a Hispanoamérica y a Brasil. ¿Por qué no crear una Red Ibérica de Educación y Cultura que promueva proyectos conjuntos, formación docente y movilidad académica?
Las universidades ibéricas y latinoamericanas ya colaboran en áreas como derecho, economía, ingeniería o ciencias sociales. Falta un paso más: asumir esta cooperación como un elemento estratégico, no solo como un intercambio académico aislado. A ello se suma el poder de la cultura: festivales literarios bilingües, encuentros de cine ibero-lusófono, proyectos de traducción recíproca, redes digitales que fomenten la intercomprensión entre español y portugués.
Un bloque cultural frente a los desafíos globales.
La fragmentación es el gran riesgo de nuestra época. Las guerras, la crisis climática y la competencia tecnológica han dado lugar a bloques cada vez más cerrados y conflictivos. En ese contexto, el iberismo no es una idea romántica: es una estrategia inteligente. España y Portugal, integrados en la Unión Europea, y Brasil, como potencia emergente del Sur Global, tienen mucho que ganar si actúan coordinadamente en ámbitos como la transición energética, la innovación tecnológica o la diplomacia cultural.
Más allá de la geopolítica, el iberismo es también una respuesta al reto identitario en la era digital. Frente a la homogeneización cultural, reivindicar la diversidad ibérica —con su pluralidad de lenguas, acentos, músicas y saberes— es una manera de fortalecer nuestra presencia en el mundo sin renunciar a lo que somos.
Un llamado a la acción: del discurso a la práctica.
Hablar de iberismo no sirve de nada si no se traduce en acciones concretas. Por eso, este artículo quiere terminar con una invitación: pensemos el iberismo como una red de cooperación real, donde participen gobiernos, universidades, empresas, ONGs y, sobre todo, ciudadanos. El iberismo no se decreta: se construye en las aulas, en las ciudades hermanadas, en los proyectos conjuntos, en los intercambios que nos permiten conocernos y reconocernos.
El siglo XXI nos exige alianzas inteligentes. El iberismo, lejos de ser una reliquia, puede ser una brújula. Una brújula que nos recuerde que, más allá del océano, seguimos siendo parte de una misma historia y, sobre todo, de un mismo futuro.

Un comentario
Enhorabuena por su artículo. Muy interesante