El resultado de la última elección presidencial de 2025 ha marcado un quiebre en el país, siendo que por dos décadas el bloque de izquierda aseguraba su victoria con una amplia mayoría en primera vuelta, sin embargo, el desgate del sistema de gobierno y los problemas coyunturales como la escasez de combustibles, así como la pérdida de valor adquisitivo de la moneda del boliviano en el mercado paralelo de divisas, una inflación de los precios de los productos de la canasta familiar y las denuncias de corrupción parece apostar que el candidato que gane la segunda vuelta tenga la solución al corto plazo de los problemas mencionados.
Según los datos del cómputo oficial por el Tribunal Supremo Electoral incluido con el voto en el exterior, se muestra el triunfo relativo del PDC con el 32,06 %, seguido por LIBRE con 26,70%, siendo ambas fuerzas políticas los más votados por el elector boliviano, pero ninguno ha alcanzado la mayoría absoluta o el 40% con la diferencia del menos 10% del primero con el segundo, lo que implico a extender las elecciones presidenciales de Bolivia a una segunda vuelta.
Cabe puntualizar que ningún candidato dio certidumbre y los factores que influyeron para segunda vuelta son: la incertidumbre de la economía que atraviesa el país, donde los precios de los artículos de primera necesidad van subiendo, asimismo, la costumbre de mirar constantemente los grupos de gasolineras en el WhatsApp para saber si llego o llegará el combustible y la manera de hacer alcanzar al máximo el dinero por los costos de algunos productos o servicios que se tiene que consumir.
De la misma manera, la división interna del MAS – IPSP (evistas, arcistas y androniquistas), implico debilitar al bloque de izquierda que conforma el sector popular lo que implica desmarcar el proyecto político del socialismo comunitario para el vivir bien que por dos décadas se mantiene vigente, implicando que, probablemente se impulse un nuevo proceso de realineamiento político y definición ideológica, lo que podría generar alternancias, purgas o la formación de nuevos movimientos políticos que capitalicen el descontento de fracciones políticas.
Asimismo, el bloque de la oposición boliviana se encuentra dividida, entre centro izquierda, derecha, en el que, en primer lugar, se observa una profunda crisis de cohesión partidaria, donde la coexistencia de liderazgos personalistas como Doria Medina o Quiroga, permiten que el bloque de oposición sea una coalición coyuntural de intereses divergentes, en el entendido que, la suma de intereses es la expresión de patrones caudillistas que diluye el panorama político de sus seguidores, dando paso a una etapa de pragmatismo e incertidumbre en la estructura partidaria de sus simpatizantes.

Un operador Ideológico para el nuevo gobierno
Como constante, la sociedad boliviana tiene como alma dentro de su cultura política un operador ideológico que es el Nacionalismo Revolucionario (Camacho:2000), a saber que, esta antigua concepción ideológica retoma vigencia con la segunda vuelta producto de las elecciones presidenciales de Bolivia, siendo que, los actores que protagonizaran la segunda parte de las elecciones se situaran entre las puntas de derecha e izquierda, enlazados por un arco compuesto con discursos políticos de revolución y nación; bajo ese panorama, el elector experimentara su afiliación a esta concepción ideológica para formar parte de los grupos emergentes de poder de corte liberal como alternativa al corporativismo, comprendido con tintes populistas a fin de restablecer el viejo patrón de cultura política caudillista de corte letrada (Arguedas:1981) y tenga como objetivo administrar los excelente de los recursos naturales.
Por lo razonado, las organizaciones políticas que protagonizaran el balotaje el próximo 19 de octubre están ubicadas entre la punta de la izquierda y derecha, siendo que el Partido Demócrata Cristiano – PDC hace énfasis a los contenidos populistas con afinidad de aceptación de los actores provenientes del bloque de izquierda, mientras que por otro lado, LIBRE se enfoca con aplicar medidas de reducción estructural administrativa del aparato público y el desmonte gradual del capitalismo de Estado, siendo que el común de ambos es rescatar y formar una base social a fin de alcanzar la hegemonía política, el control del aparato estatal, la disposición del excedente económico de los recursos naturales y consolidar un bloque emergente supraestatal opuesto al multipolar.
Sin embargo, cabe señalar que, este operador ideológico es un instrumento de poder estatal que permite organizar la sociedad civil y sus proyectos dispersos a una selección y homogeneización para el ejercicio del poder en una red dinámica de relaciones y fuerzas funcional (Alcoreza:2006), es decir que, estos proyectos pueden articularse y conformar una direccionalidad política, sin embargo, como toda selección, también puede implicar exclusiones, es decir, promover resistencias o fuerzas oponentes que podrían llegar a ser irreconciliables.
En ese sentido, ambas organizaciones políticas como el PDC y LIBRE medirán fuerzas en segunda vuelta y deben ser cautelosos con el operador ideológico de la sociedad civil, siendo que el factor desequilibrante en la balanza de la segunda vuelta es la capacidad de integrar los proyectos dispersos de la sociedad civil (Occidente – Oriente) y simpatizar con el estrato social de la población siendo empáticos con los sentimientos del pueblo, demostrando un tratamiento de estilo pedicura y generando la identidad de unidad, al margen de la guerra sucia con discursos revanchistas que solo incitan confrontación entre Bolivianos, profundizando el clivaje social entre campo y ciudad e iniciando las relaciones de rivalidad entre amigos – enemigos.

Orientación Política y gubernamental para el pueblo
Por lo señalado anteriormente, desde la óptica del nacionalismo revolucionario, ambas fuerzas políticas con representación parlamentaria deberían articular sus agendas políticas para conformar un bloque de mayoría parlamentaria de tal manera que, al formar la red dinámica de relaciones parlamentaria, se establezca una direccionalidad política gubernamental para gobernar cinco años bajo el sistema de contrapesos, administrando el Estado de manera legítima y democrática.
Desde el lente del Nacionalismo Revolucionario, el desafío que tendrá el nuevo gobierno es inducir a la unidad territorial bajo una identidad nacional, superando el «abigarramiento (Zabaleta:1986)» y la desintegración social de la composición societal boliviana, por otro lado, democratizar el control del excedente a fin de que la administración del Estado y la distribución de la riqueza este conforme a los parámetros del Estado de Derecho y como último, romper el estigma de la paradoja de Estado fallido en el que el clientelismo, la corrupción y el prorroguismo convierte al aparato público en un botín de turno de los grupos de poder.
En esencia, el reto importante del gobierno será dar coherencia y dirección a una sociedad profundamente compleja y diversa.

Conclusiones
El resultado electoral de 2025 evidencia el agotamiento de un ciclo político y la apertura de una fase de alta incertidumbre y realineamiento en la sociedad boliviana, siendo que, la derrota del bloque de izquierda popular no se tradujo en la victoria de una nueva alternativa, sino en la fragmentación del poder entre dos polos políticos que deben competir en segunda vuelta. Frente a este contexto, se debe tomar en cuenta que, el descontento ciudadano impulsado por la crisis económica, la escasez y la pérdida de poder adquisitivo de la moneda, no encontró un proyecto sólido que lo capitalice y le ofrezca confianza, sino que este expresó con su voto un status quo. Esto conlleva a la necesidad de analizar ¿cómo? se reconfigurarán las fuerzas políticas tras los comicios de segunda vuelta, qué alianzas pragmáticas emergerán y si se abrirá espacio para una renovación profunda de la clase política o, por el contrario, se recurrirá a viejas prácticas de cooptación y clientelismo.
En el análisis de este tema, desde el lente del nacionalismo revolucionario se revela que el gran desafío del próximo gobierno será construir una hegemonía inclusiva que logre articular los proyectos dispersos de la sociedad civil bajo una identidad nacional unificadora, sin caer en la exclusión o el conflicto irreconciliable. Siendo que, para ello, se propone reflexionar en cómo generar un pacto económico y social que democratice el control y la distribución de la riqueza generada por los recursos naturales, superando el clientelismo y la corrupción que han caracterizado al Estado. Además, será crucial observar si el nuevo gobierno logra implantar una direccionalidad política coherente sea mediante la reducción del Estado o el populismo de base sin que tenga como efecto profundizar los clivajes sociales, en tanto, el desafío del gobierno es transitar hacia un modelo de gobernanza que combine eficacia económica con legitimidad social, de lo contrario será repetir los patrones de fragmentación y polarización que han marcado la historia boliviana por el largo de su trayectoria.
