Reformar un país no es gritar más fuerte, ni repartir culpas, sino construir mejores instituciones. Mario Vargas Llosa, peruano universal y ahora eterno, lo dijo con claridad: “Donde hay libertad, hay responsabilidad, y donde hay responsabilidad, hay futuro”. Sin responsabilidad histórica y colectiva, ninguna Asamblea salvará al Ecuador.
En medio de una coyuntura marcada por la inseguridad, la fatiga electoral y una ciudadanía que exige cambios profundos, vuelve a emerger una propuesta que ha acompañado nuestros ciclos históricos, la convocatoria a una Asamblea Constituyente. ¿Es este el momento adecuado? ¿Conviene desmontar para construir? ¿Estamos listos?
Refundar el Estado no puede ser un acto impulsivo ni dictado por la emoción o la presión callejera, una Constituyente puede ser herramienta de transformación, sí, pero también puede convertirse en un artefacto de polarización, captura y retroceso, si no se evalúa con serenidad y visión de país.
El gran desafío de nuestra época no es solamente eliminar lo que ya no funciona, sino construir sobre cimientos nuevos sin repetir errores pasados, las instituciones actuales están erosionadas, muchas cooptadas por intereses gremiales y corporativos, otras sencillamente obsoletas, pero una reingeniería social exige más que una voluntad política, requiere madurez democrática, solvencia técnica jurídica, participación ciudadana real y, sobre todo, compromiso con el pasado, presente y futuro.
El ansiado “proyecto nación” ya no es una promesa de campaña, es una obligación ética con las nuevas generaciones. Hay que determinar condiciones de convivencia —con reglas claras, inclusivas y estables— es una prioridad, para ello, se necesita superar el revanchismo, el resentimiento social y los cálculos de corto plazo, hoy más que nunca, la sociedad necesita acuerdos amplios y sensatos.
El gobierno de Daniel Noboa, con su legitimidad renovada, debe tomar la batuta, pero no puede tocar solo, se requiere una orquesta entera: ciudadanía, academia, gremios, movimientos sociales, sector productivo… El cambio de estructuras no es un evento único, sino un proceso paulatino que, implica método, diálogo y claridad de rumbo. La libertad y la nación deben confluir para dar paso a la equidad. Esa, y no otra, es la única salida sostenible.

Técnicamente el camino de la reforma ya tiene preguntas aprobadas con Dictamen 7-19-RC-19 favorable de la Corte Constitucional, a la espera de la iniciativa presidencial, habría que tomar las que se ajusten a la coyuntura actual, esa sería la medida urgente. En tanto que, la Asamblea Constituyente debería tener límites claros, porque no puede ser un órgano de plenos poderes, debe ser normada, reglamentada, y orientada a un rediseño institucional que elimine duplicidades, corrija disfuncionalidades y proyecte un Estado moderno, ágil y transparente.
Hay tareas ineludibles: reestructurar el sistema de justicia, actualizar el régimen laboral, garantizar la sostenibilidad del sistema de salud y seguridad social, repensar la educación, replantear y optimizar el rol de las Fuerzas Armadas y Policía en un contexto de guerra interna y crimen transnacional. Además, urge depurar el régimen de partidos políticos, hoy plagado de organizaciones de alquiler y candidatos reciclados con ínfimo respaldo popular, el Ecuador está cansado de la fragmentación artificial y las simulaciones democráticas.
Es clave restablecer libertades que fueron conculcadas, en la década anterior, con trampas políticas y artilugios legales, se requiere respeto y tolerancia a los puntos de vista diferentes, a las tradiciones e historia de nuestras ciudades.
La nueva agenda legislativa debe centrarse en derechos y responsabilidades, sin caer en exageraciones, ni en modas jurídicas que comprometan el interés general, la era digital, para citar un ejemplo, exige regulaciones éticas sobre redes sociales, inteligencia artificial y nuevas tecnologías, no mordazas.
Pero el momento político amerita cautela, la polarización es real y podría trasladarse a una Constituyente, enturbiando sus objetivos, por eso, no se puede convocar sin antes tejer consensos sociales amplios, se necesita un gran pacto nacional, donde todos cedan algo para que el país gane mucho, “ceder-ceder para ganar-ganar”. El Ecuador no está para constitución impuesta por una mayoría circunstancial, sino para una plataforma fruto de la deliberación pública, con acuerdos razonados e inclusión de todas las voces.
No se trata solo de redactar un nuevo texto, se trata de redefinir nuestro contrato social, nuestras aspiraciones como país, nuestra idea de futuro y eso no se construye desde la trinchera, ni desde la revancha, se construye desde la sensatez, el respeto y la voluntad compartida de reconstruir la República.
Una Asamblea Constituyente podría ser una vía, pero solo si estamos dispuestos a pensar más allá de la coyuntura, de los personajillos que buscan protagonismo, de los intereses mezquinos que quieren escribir la historia a su medida. Desmontar y construir es posible, pero hacerlo bien es, hoy por hoy, nuestra verdadera prueba de madurez como sociedad.El Ecuador no necesita otra Asamblea hecha para unos pocos, ni una Constitución diseñada al gusto de quienes hoy gritan más fuerte, necesita una intervención hecha con cabeza fría y corazón abierto, con altura ética, racionalidad y propósito colectivo.
Como dijo John Stuart Mill, “El valor de una constitución no radica en su letra, sino en el espíritu con el que una sociedad la respeta y la defiende”. Si no cambiamos la naturaleza y esencia de nuestras instituciones, ninguna constitución, ni reforma, por nueva e imaginativa que sea, logrará transformar al país.
