Una competencia pensada para entretener terminó convertida en termómetro de identidad nacional. El Mundial de los Desayunos, organizado por el streamer Ibai Llanos, enfrentó desayunos icónicos de 16 países y movilizó a gobiernos, alcaldías, embajadas, influencers y diásporas. Millones de votos en TikTok, Instagram y YouTube transformaron un juego en un fenómeno cultural con derivadas políticas en el soft power, marca país y gastrodiplomacia en tiempo real.
El día de hoy, el torneo coronó campeón a Perú con su pan con chicharrón en una final cerradísima frente a la arepa reina pepiada de Venezuela. La cobertura internacional y local certificó el resultado y mostró otra capa del fenómeno: instituciones públicas llamando al voto, proyecciones en espacios municipales y una conversación continental sobre identidad.

¿Qué fue exactamente el “Mundial de los Desayunos”?
No fue un certamen gastronómico profesional con jurados; fue una votación abierta en redes donde cada “like” contaba como voto en publicaciones oficiales de Ibai. Esa mecánica, sencilla y transparente, explica la escala del fenómeno: decenas de millones de interacciones y una final Perú–Venezuela que desató orgullo nacional, humor y, ocasionalmente, polémica.
En paralelo, autoridades y marcas país aprovecharon la ola. En Perú, ministerios y la propia Presidencia pidieron votar; Miraflores montó pantalla gigante y feria de pan con chicharrón. El torneo se comportó como un “evento cuasi-oficial” sin serlo, una demostración de cómo los influencers reconfiguran hoy la agenda cultural (y política).

De la cocina a la geopolítica: por qué un desayuno importa
La literatura académica lleva años explicando que la gastrodiplomacia es poder blando dado que Estados y sociedades usan su cocina para generar simpatía, reputación y, con ello, ventajas simbólicas y económicas (turismo, exportaciones, inversión). Lo novedoso aquí es la intermediación de plataformas y creadores, que acelera los ciclos de atención y convierte la participación ciudadana en audiencias globales medibles.
Perú llega con terreno abonado, pues su gastronomía es pilar de marca país, y la UNESCO inscribió el ceviche en 2023 como Patrimonio Cultural Inmaterial, un sello que respalda el relato identitario y la promoción exterior. Venezuela, por su parte, impulsa la candidatura de la arepa ante la UNESCO y celebra desde 2012 el Día Mundial de la Arepa, clave para articular diásporas. Ambos hitos ayudan a entender por qué una “final de desayunos” activó resortes emocionales y diplomáticos.
Plataformas, patriotismos y diásporas
La geopolítica algorítmica consiste, en parte, en quién logra convertir identidad en participación. El Mundial de los Desayunos probó que comunidades en la diáspora (peruanas y venezolanas en América y Europa) pueden inclinar la balanza en un entorno donde el “coste de votar” es un clic. El resultado no mide “cuál desayuno es mejor” en sentido culinario: mide movilización. Por eso vimos a alcaldes, ministerios y embajadas pedir votos como si fuese una elección simbólica de marca país.
Este tipo de dinámicas también tensiona debates regionales: rivalidades históricas, bromas fronterizas y “patriotismos gastronómicos” aparecen y, bien gestionados, sumarizan atención; mal gestionados, polarizan. Aquí la intervención institucional (con tono festivo) y la moderación del organizador ayudaron a mantener el foco en orgullo positivo y promoción cultural.

Estado vs. creadores: ¿quién lleva la batuta del poder blando?
Hay certámenes formales (por ejemplo, los World Coffee Championships) con reglas, jurados y circuitos profesionales; y están los torneos de redes, con reglas claras pero lógicas virales. Ambos influyen, pero los segundos escalan más rápido y, a menudo, impactan más en conversación pública y tráfico turístico inmediato. Para los gobiernos, la lección es cooperar (no cooptar): sumarse a la ola con información, eventos y hospitalidad, sin intentar secuestrar la narrativa.
Conclusión
El Mundial de los Desayunos mostró que la geopolítica cultural ocurre también en la pantalla del teléfono. Un creador con audiencia global puede activar competencias simbólicas donde Estados, ciudades y comunidades disputan reconocimiento y afecto. En ese tablero, la diplomacia no solo se hace en embajadas: se hace con recetas, en redes y a golpe de algoritmo.
Para capitalizarlo, los países necesitan tres cosas: coordinación público–privada (sector gastronómico, turismo, cultura), narrativas inclusivas que representen su diversidad culinaria y puentes con la diáspora. El desayuno fue el pretexto; la geopolítica, el trasfondo.
