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LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES | EL MAMOTRETO DE 2008: Manual de caudillos que urge demoler | Opinión

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Hablar hoy de una nueva Constitución en el Ecuador, no es un capricho académico ni un mero formalismo jurídico, es una urgencia política, social y moral. El texto de Montecristi, parido en 2008, bajo la sombra del llamado “socialismo del siglo XXI”, fue concebido no como un pacto nacional, sino como un manifiesto ideológico al servicio de un caudillo y sus protervos intereses. El resultado, un mamotreto jurídico hipertrofiado, lleno de derechos imposibles, competencias duplicadas y trampas diseñadas para perpetuar en el poder a quienes se creyeron herederos de Bolívar y terminaron pareciéndose más a Nerón.

El correísmo, siguiendo la línea de Chávez en Venezuela y Evo en Bolivia, convirtió la Constitución en un catecismo político, no fue una norma suprema, sino un manual de militancia. Allí se constitucionalizó la demagogia, se blindó la impunidad y se hipotecó el futuro de las instituciones. Basta recordar que, aquella Constituyente, trabajó bajo procedimientos cuestionados, votaciones irregulares, sesiones que parecían más mítines partidistas que debates constituyentes, y un aparato propagandístico que vendía humo mientras se cocinaba una Constitución hecha a la medida de un solo hombre. (esto último es solo un decir).

Como si fuera poco, se importaron recetas españolas bajo la tutoría de Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias y otros profetas de Podemos, quienes llegaron a dar clases de populismo de exportación. El tiempo se encargó de revelar la “pureza revolucionaria” de estos gurús, escándalos de corrupción, financiamiento opaco de regímenes autoritarios y una decadencia política que, en Europa ya huele a cadáver ideológico. Montecristi no solo tuvo impronta local, también fue laboratorio de experimentos políticos transatlánticos que dejaron más ruina que enseñanza.

Hoy, el país enfrenta las consecuencias, instituciones fragmentadas, poderes que se neutralizan en lugar de cooperar, una maraña de derechos sin respaldo presupuestario, y una ciudadanía harta de promesas incumplidas. La Constitución vigente, lejos de ser un contrato social, se transformó en una camisa de fuerza para la democracia y un botín para la izquierda criolla que aprendió rápido a manipular las normas en su beneficio.

Por eso, la consulta es más que un trámite electoral, es la puerta para repensar el Estado, una nueva Constitución debe ser clara, breve, moderna y sobre todo, libre de dogmas ideológicos, se trata de recuperar la lógica republicana, pesos y contrapesos efectivos, justicia independiente, un Ejecutivo limitado y garantías que no sean quimeras. El Ecuador necesita una Constitución para ciudadanos, no para caudillos, para la libertad, no para la sumisión.

A la par de sus excesos políticos, la Constitución vigente incurrió también en un delirio lingüístico, el supuesto “lenguaje inclusivo”, una moda importada del progresismo europeo que, convirtió la redacción en un trabalenguas infumable. Cada artículo parece redactado más para contentar a colectivos ideológicos que para ser comprendido por los ciudadanos.

Esa obsesión por las duplicaciones “todas y todos”, “niños y niñas”, “ecuatorianos y ecuatorianas” no es un gesto de igualdad, sino un truco de propaganda que entorpece la claridad jurídica y degrada el idioma. Bajo la apariencia de justicia verbal se esconde un fondo peligroso, el intento de imponer una visión ideológica totalitaria que manipula el lenguaje para colonizar el pensamiento.

Una nueva Constitución debe desterrar esa jerga de laboratorio y recuperar la sobriedad republicana, la precisión legal y el castellano limpio, porque la democracia no necesita de palabrejas forzadas para ser inclusiva, sino de instituciones fuertes y ciudadanos libres.

Montecristi 2008, fue la obra maestra del populismo, pero también su acta de defunción, llegó la hora de enterrar ese legado y escribir una nueva página constitucional que no rinda pleitesía a Chávez ni a sus aprendices tropicales.

Necesitamos enterrar la Constitución del socialismo del siglo XXI, huele a cadáver ideológico, es tiempo de otra Constitución…usted amable lector, decide…

Mauricio Riofrio Cuadrado

Abogado-Periodista & Consultor Político

3 respuestas

  1. Perfectamente de acuerdo que se debe enterrar esa Constitución hecha por amantes del crimen y la anarquía, felicito la editorial con buen criterio hace un pronunciamiento digno en defensa del orden y la Democracia

  2. Un estupendo artículo que menciona verdades que pocos se atreven a publicar, empieza a surgir un miedo que creíamos desaparecido cuando se terminó la época de terror del correismo que no quisiera mencionar pero su «líder» fue el creador de una constitución nefasta. Si se llega a concretar el cambio, esperemos que sea por una Constitución respetable, que será difícil si el presidente no cuenta con un cuerpo colegiado y abogados constitucionalistas capaces, no encargando a asambleístas y a su actual cuerpo legal que en mi opinión es un desastre, la redacción de la misma. Menciono algunos puntos de este artículo, que me parecieron por demás oportunos:

    «Ecuador necesita una Constitución para ciudadanos, no para caudillos, para la libertad, no para la sumisión.

    «A la par de sus excesos políticos, la Constitución vigente incurrió también en un delirio lingüístico, el supuesto “lenguaje inclusivo”, una moda importada del progresismo europeo que, convirtió la redacción en un trabalenguas infumable. Cada artículo parece redactado más para contentar a colectivos ideológicos que para ser comprendido por los ciudadanos.»

    «Esa obsesión por las duplicaciones “todas y todos”, “niños y niñas”, “ecuatorianos y ecuatorianas” no es un gesto de igualdad, sino un truco de propaganda que entorpece la claridad jurídica y degrada el idioma. Bajo la apariencia de justicia verbal se esconde un fondo peligroso, el intento de imponer una visión ideológica totalitaria que manipula el lenguaje para colonizar el pensamiento.»

    «Una nueva Constitución debe desterrar esa jerga de laboratorio y recuperar la sobriedad republicana, la precisión legal y el castellano limpio, porque la democracia no necesita de palabrejas forzadas para ser inclusiva, sino de instituciones fuertes y ciudadanos libres.»»

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