En la espesa selva de la geopolítica sudamericana, los rostros de caudillos y presidentes van y vienen, pero el olor a poder mal digerido se queda impregnado en los mapas de la región. Lo decía Mario Vargas Llosa: “En América Latina el poder no corrompe, enloquece”, talvez por eso, en esta parte del mundo, con mucha más frecuencia que en otros lares, los mandatarios no se bajan del trono, sino que son bajados…esposados.
La lista de expresidentes sentenciados por corrupción se ha vuelto un macabro compendio de lo que no debe ser la democracia. En Perú, luego de Fujimori y la tragedia personal de Alan García, Alejandro Toledo fue extraditado desde Estados Unidos y juzgado por recibir sobornos de Odebrecht; Ollanta Humala y su esposa procesados y condenados a la cárcel y al “conveniente” asilo; Pedro Castillo que intentó cerrar el Congreso por Twitter, acabó tras las rejas, mientras Dina Boluarte mira con nerviosismo los noticieros y las páginas judiciales.
En Brasil, Lula da Silva fue condenado y luego absuelto, en una saga judicial que mezcló realidad, novela, futbol y samba; Dilma Roussef fue destituida por maquillar cifras fiscales, actividades comunes de cualquier tarde en los ministerios de finanzas de la región.
En Ecuador, Rafael Correa sentenciado prófugo en la surrealista Bélgica y su vicepresidente Jorge Glas sentenciado preso en una cárcel de alta y real seguridad; En Argentina, Cristina Fernández condenada por administración fraudulenta y en Bolivia, Evo Morales procesado por presunto protagonista de escándalos sexuales y tráfico de influencias. Lo de Venezuela es capítulo aparte en el infierno de la corrupción y en Colombia, con Petro es cuestión de tiempo. En fin…el continente parece un álbum de estampitas y cromos de Interpol.

Esta danza de perpetradores no ocurre en el vacío, así porque si, ni por generación espontánea, hay un sustrato geopolítico que sostiene la tragicomedia, América del Sur, se ha convertido en terreno de disputa en donde China, Rusia y EE. UU juegan ajedrez con los recursos naturales, inversiones estratégicas y votos en la ONU. La región es rica y generosa en litio, petróleo, agua y desesperación, por lo cual es un verdadero buffet de oportunidades para las grandes potencias y sus intermediarios locales, esos políticos que se visten de pueblo y viven como emperadores.
El populismo, esa enfermedad tropical del alma política, encuentra su caldo de cultivo en la desigualdad estructural, en la debilidad institucional y en una ciudadanía harta de tecnócratas y banqueros, prefiere apóstoles revolucionarios con cuentas en Suiza o en el Vaticano. El populismo hispanoamericano (porque España también le sufre al inefable Pedro Sánchez), no solo promete: Jura. No solo miente: declama. No solo roba: nacionaliza la culpa. “El Estado soy yo, y la corrupción es de la prensa” dicen con voz y tono de trova, ya no al estilo de Silvio Rodríguez porque finalmente éste empezó a discernir y se retiró en silencio a Europa.
Jorge Luis Borges (siempre Borges) escribió con amargura que “los peronistas no son buenos ni malos, sino incorregibles” podría haberlo dicho de cualquier facción progresista actual en donde el discurso se ha convertido en performance y la gestión en una tragicomedia de tuits y tic-toc.
En un continente donde el humor es a veces la única forma de resistencia, no sorprende que la corrupción se trate con ironía, como decía Quino por boca de Mafalda: “Si vivir es durar, prefiero una canción de los Beatles a un gobierno populista”.
¿Y ahora? ¿Cómo salir del pantano sin hundirse en el lodo?
- Paso 1.- Profesionalizar la política, no todo el que grita “Patria” merece un cargo, necesitamos partidos con ideología, programa y ética, no plataformas de autopromoción para caudillos de ocasión.
- Paso 2.- Implantar a rajatabla la independencia judicial real, jueces que juzguen y no negocien sentencias en nombre del “proyecto y la paz social”.
- Paso 3.- Sostener la educación cívica desde la escuela, formar ciudadanos, no clientes electorales.
- Paso 4.- Medios de comunicación libres, críticos, con posiciones claras y sin intereses direccionados,
- Paso 5.-Forjar una agenda de integración regional, con reglas claras, lejos de los discursos que invocan a libertadores, pero negocian como usurpadores.
Superar el populismo de izquierda no significa entregarse al dogma del mercado y el consumo, sino construir posiciones políticas modernas, democráticas que, reemplacen la consigna por la gestión, el carisma por la competencia, y la épica por los resultados medibles. Hay que buscar la utopía de Galeano en el horizonte, pero mientras se camine hacia ella, exijamos que los presidentes no roben, los ministros no mientan y actúen como corresponde, que el futuro no sea solo un slogan con foto en el Instagram.
Porque en esta tierra donde la historia se repite como una eterna farsa, lo verdaderamente revolucionario sería tener gobiernos que trabajen, que rindan cuentas y que, al final de su mandato, vuelvan a casa caminando con tranquilidad y no en el asiento trasero de una patrulla…o buscando asilo en los países de sus compinches…

3 respuestas
Los gobiernos del ejecutivo no se apoyan en los GAD cantonales donde nace la verdadera corrupción, donde dan sus primeros pasos y aprenden la malicia, desidia y se creen socialistas o progres con gustos burgueses, ojo y énfasis a los párvulos GAD que es la cuna de la corrupción. Un abrazo fuerte Mauricio.
Desnuda realidad la de los pueblos latinoamericanos que por falta de buena y completa educación, buscan en la política la mejor manera de llegar al poder y apoderarse de los bienes públicos.
La educación de un pueblo es la libertad, ya regresan las asignaturas de aquellos tiempos nos impartían- Civica – Cultura, para hoy Ética, sumaran cúmulo de valores y formaran a las nuevas generaciones a ser más críticos ,amar y defender a su Patria